El que haya apuntado con un arma al profesor, quedo en el olvido. Eso es lo bueno de las relaciones, como diría Tokio, siempre se olvida como empezo.
—Que cosas, ¿eh? Pero si parecemos el escuadrón suicida así.—fue lo primero que me dice uno de los chavales con los que me presenta el profesor.
Suelto una risa y me acerco a él, y quedar a centímetros de su cara.
—Que ojazos azules tienes, ¿eh? Te los arrancaré a la próxima que insinues algo de mi pelo.—sonrío y paso la lengua por mi dentadura, mirándolo socarronamente.
Nadie volvió a mencionar nada sobre eso nunca más, excepto alguien a quien se lo tengo permitido. Pero de eso pasará luego de mucho tiempo para saber.
—Os doy la bienvenida—habla el profesor luego de anotar aquella palabra en la pizarra.—, y las gracias por aceptar esta oferta de trabajo.
>>Viviremos aquí, alejados, del mundo y del ruido. Cinco meses, los cinco meses que pasaremos estudiando como dar el golpe.
—¿Cómo que cinco meses? ¿Estamos locos o qué?—pregunta un hombre de avanzada edad.
—Mira, la gente pasa años estudiando para tener un sueldo que en el mejor de los casos, no deja de ser un sueldo de mierda, que son cinco meses. Yo vivo pensando en esto mucho más tiempo, para no volver a trabajar en mi vida, ni vosotros, ni vuestros hijos.
Me acomodo mejor en la silla, y lo observo con admiración.
El profesor tenía más que razón.
—Bien, de momento no os conocéis, -se gira hacia la pizarra y toma una tiza de escribir—y quiero que siga siendo así. Nada de nombres, de preguntas personales, y por supuesto nada de relaciones personales. Quiero que cada uno elija un nombre, algo sencillo, como números, planetas, arroyos...
—Ya empezamos mal, si yo ni puedo recordar ni mi número de teléfono.—digo riendo.
—¿Planetas? Yo puedo ser Marte.—dice el chaval con la sonrisa bonita. Señala al de ojazos azules.—Este Urano.
—Yo Urano no voy a ser, así que te olvidas.
—¿Qué pasa, Urano?
—Que tiene mala rima.
Ahogo una risa, y el me lanza una mirada de desdén.
—Van a ser ciudades, quedemos con ciudades. —decide el profesor para callar la posible discusión que se avecinaba.
Y así fue cómo terminé llamándome Paris.
Mis compañeros; Berlín, Tokio, Moscú, Denver, Rio, Oslo, Helsinki, Nairobi.
Luego, el profesor, un fantasma, pero un fantasma inteligente. La última vez que se renovó el DNI fue a los diecinueve años.
—Profesor.—Tokio alza la mano y hace la misma pregunta que todos.—¿Qué vamos a robar?
El profesor señala hacia el fondo del salón, y muestra la maqueta que yacía allí.
—La Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.