En mi jardín la encontré... No sabía si estaba bien simplemente dejarla ahí. No quería mirarla más del tiempo necesario (esos miedos que se apoderan de un corazón maravillado). El miedo a que la magia termine.
Miré para todos lados, (siempre cautelosa como un niño antes de llevar a cabo su plan magnífico), no quería que nadie más fuese testigo de esa maravilla... Egoísta. Siempre con miedo.
¿Habrá nacido el miedo de haber visto morir y terminar a las cosas más hermosas de la vida?
Tal vez el miedo es sólo cobardía.
Si... Es cobardía. Ni siquiera me atrevo a mirarla por miedo a su muerte.
Pero allí está, sola y luminosa. Nunca ví colores así.
Desde aquí puedo identificar el rojo. No un rojo común y ordinario, de esos que ya perdieron su pasión. Es más bien como la sangre que brota, esa que ya no se puede detener e inunda el lugar.
Ese rojo (medio bordó) se mezcla con un color que es como el fuego, muy intenso. Cubre la mayor parte de su pequeño e inolvidable ser. Por último, (en las puntas), hay pequeños destellos amarillos, apenas pinceleteado. Toda una real obra de arte, por lo que no me atrevo aún a tocarla.
Su luz es propia, el sol está quedando en ridículo siendo opacado a mediodía.
Tan sola y sin miedo. Está totalmente consciente de su muerte, parte inevitable de la vida. Su seguridad le da esa belleza inalterable.
Creo que no se percata de cómo su existencia a cambiado mi jardín, mi mañana y mi vida.
La flor más hermosa está delante de mí, pero aunque su muerte y mi muerte no puedan ser reprogramadas, le regalo mi admiración y contemplación para que siga brillando en este instante ante mis ojos; y ella me regaló algo impensado, simplemente me cambió la vida.