Capítulo 20

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   Sentía como la adrenalina se apoderaba de mis venas conforme su mano revolbía en su bolsillo.

   -¡Ay, Juana, Juana, Juana!- su rostro seguía serio, con la diferencia de que, ahora, tenía varias gotas de agua recorriendo sus mejillas.

   -¿Qué quiere?- lo miro preocupada.

   -Que escuches cuando te doy consejos. Yo sé porqué te digo lo que te digo- su voz sonaba como en un video juego de terror, ¿de qué mierda me hablaba?- Tan solo mírate, empapada, con las lágrimas a flor de piel y, lo peor de todo, llorando por un chico. Nadie de mi familia nunca hizo tanto papelón como vos- alza su rostro y pude detectar de quién se trataba todo esto.

   Debo admitir, que mi cara cambió drasticamente al ver quién era. Y no pude evitar sonreír al verlo.

   -¿De qué te ries?- pregunta moleto.

   -Michael, nunca estuve más feliz de verte- me abalanzo a sus brazos y rodeo su cuello.

   -Yo te dije- me separa de él- que Manuel no era el chico indicado para tí, pero tú no escuchaste. Ahora dime- hace una pausa y levanta la voz- ¿Dónde está Manuel ahora, cuando tú más lo necesitas?.

   Una lágrima escapó de mí, estaba siendo realmente duro conmigo. Pero odiaba admitir que tenía razón, en todo lo que decía. Siento la calidez de sus brazos sobre mí, rodeando mi cuello y su aliento en mi nariz, este era, sin duda, el mejor abrazo de toda mi vida. Aunque lágrimas no dejaban de salir de mis ojos.

   -Oye, ya no llores más ¿sí?

   -Pero todo lo que dijiste es verdad- lloro contra su pecho.

   -Lo sé- me aleja de él, pone una mano sobre mi hombro y con la otra limpia una lágrima de mi mejilla-, pero también sé que odio que llores. Solo quiero lo mejor para vos, por eso es que te vine a buscar. Sabía que ibas a parar aquí- hace una pausa y pone ambas manos sobre el volante- En cuanto a lo otro, prométeme que me escucharás de ahora en más.

   -Solo a veces- chillo.

   -Todos los días- intenta negociar con una sonrisa.

   -15 horas al día- reclamo.

   -No, gracias- rechaza mi mejor oferta y enciende el auto.

   La lluvia cubría por completo la calle y golpeaba con furia sobre el vidrio del auto. Yo, que seguía enojada por lo que pasó con Manuel, no dejaba de pensar en por qué había actuado así. Por otro lado, me sentía feliz de que sea Michael quien me hizo abrir los ojos viendo la verdad.

   -Oye, hay algo que debemos hablar. . .- saca una mano del volante y frota su nuca- Es sobre. . . Sobre lo que pasó en mi casa antes de que te vayas.

   -Sí, ¿qué hay con eso?- pregunto sin darme cuenta realmente de qué quería hablar.

   -¿Lo dices en serio? Se supone que soy tu padre, no debí haberte besado. Eso fue un error, algo que nunca tendría que haberme pasado- su mirada no se apartaba del frente, notaba como su expresión se congelaba.

   -¿Tan malo fue un beso conmigo?- exclamo enojada. Las lágrimas vuelven a atacar.

   -Sí, lo fue. Y de ahora en más solo quiero verte para la cena. Arregla tus horarios con Liz, pero no quiero volver a cruzarte porque después pasan estas cosas- inclina el volante hacia la izquierda y dobla en la siguiente calle que estaba más iluminada que las otras.

   -Michael, no puedes pedirme que no te vea más. Soy tu hija, ¿para qué me adoptas si no me vas a tratar como tal?.

   -Liz te dará el amor que te falta. Déjame pensar en algo, mientras tanto, te pido que no me cruces por la casa y, de ser así, evita el contacto visual conmigo. Si vas a hacer algo hablalo con Liz. No me busques, no me hables. Solo finge que estás enojada, como siempre lo haces. Esto es necesario, quiero que, poco a poco, desaparezcas de mi vida.

   -¡Bien!- estallo en un grito- Si así lo quieres, juro que nunca volverás a ver mi cara, pero tampoco podrás darme consejos, retarme o lo que sea que siempre haces conmigo.

   A partir de ahí, no me habló más. Lo notaba bastante enojado, así que no intenté buscar conversación.

   Por fin, llegamos al lugar de donde nunca debí haber salido: mi casa. Estaciona el auto bajo el techo y apaga el motor. Se gira sobre sí para verme, sus ojos y los míos no se separaban, ninguno se animaba a bajar la mirada.

   -Que comience el juego- decimos al mismo tiempo con la mejor cara de enojados que tenemos. Ambos sabíamos que, para nosotros, no era más que un juego tonto, del cual no podía romperse las reglas.

Adoptada por. . . ¿accidente?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora