Capítulo 24

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10:57 p.m. (del mismo día)

 

—Luzco como mierda —dije en voz alta mirándome al espejo.

—Te metiste en una pelea ayer —Diana me recordó y yo puse los ojos en blanco.

Me senté a un lado del lavamanos y me quité la camiseta. Ella hizo una mueca mientras quitaba los vendajes de mis heridas, revelando la piel roja y las heridas que llegaban hasta debajo de mi piel. Las cortadas estaban rodeadas por hematomas morados y las vendas llenas de sangre seca la hacían arrugar la nariz.

—¿Estás seguro de que no te duelen? —ella preguntó preocupada, sacó el botiquín y empezó a vaciar la pequeña caja sacando lo que necesitaría.

—No, por supuesto que no me duelen.

Ella tomó un pedazo de algodón y lo mojó con alcohol. Limpió cuidadosamente todas las heridas, incluyendo las de la cara. Yo trataba de no demostrar que ardían. Ella acarició las heridas con cuidado poniéndome crema cicatrizante. Cambió las vendas, colocándolas suavemente sobre mi piel, y me sonrió.

—Te preocupas demasiado —resalté y ella hizo un pequeño puchero.

—No quiero que te pase nada, Niall.

—Oh, ven aquí —la abracé, apretándola contra mi pecho—. Nada malo va a pasarme. Ahora vamos a vestirnos. Creo que tenemos una cita.

Ella se rió mientras salimos del baño. Las heridas me duelen, en especial la que tengo en el labio y la que tengo en el pecho. Pero es mejor callar y disimular. Me puse ropa limpia tratando de no moverme tanto, pero fue casi imposible con Diana alrededor de mí mientras hablaba y se movía algunas veces rozándome las heridas.

—Ya deja de jugar y vístete —le dije, apretando los dientes después de que me rozara la herida del pecho sin darse cuenta. Ella se quitó la camiseta y entró a su armario a buscar algo que ponerse.

Era domingo y a las 9:00 a.m. nadie estaba despierto así que después de un tazón de cereal y una nota escrita por Diana a sus padres salimos de la casa. Utilizamos su auto, por razones obvias.

—¿Qué vamos a hacer? —ella me preguntó inclinándose sobre mí mientras yo conducía.

—No lo sé. Tú eres mejor que yo en estas cosas, ¿por qué no decides tú? —sugerí y ella hizo un puchero ocultando su rostro en mi cuello. Se hincó en su asiento y logró meterse entre mis brazos. Se acurrucó contra mí y en esa posición tan extraña era difícil manejar.

—Tú me invitaste a mí. Tú dime que haremos.

—Bueno, nos tardaremos cerca de una hora en llegar a la ciudad, así que tenemos tiempo para pensar. Ahora, siéntate y ponte en cinturón de seguridad.

Era difícil manejar cuando ella estaba prácticamente sobre mí y jugaba conmigo, sobre todo jalándome del cabello.

—¿Por qué vamos a Redwood?

Suspiré. Ella no paraba de hablar y mi paciencia se estaba agotando.

—Creí que querías ir al cine, y los mejores están en la ciudad. En Redwood.

—Mira lo que traje —ella sacó una cámara de su bolso y yo enarqué una ceja antes de regresar mi vista a la carretera.

—¿Para qué la trajiste?

—Necesito una foto contigo, para mi pared —Diana comentó, refiriéndose a la collage de fotos en la pared de su habitación.

Escuché el sonido de la cámara, indicando que una foto había sido tomada. Ella me había tomado una foto. Traté de quitarle la cámara pero ella la movió lejos de mi alcance. La volteé a ver y ella tomó otra foto y soltó una carcajada. Yo le pedía que me diera la cámara mientras ella escapaba de mí y se reía cuando tomaba otra foto. Los dos reíamos y yo trataba de mantenernos en la vía con una mano, mientras con la otra intentaba tomar la cámara.

The True Happiness (Versión en español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora