Infinitos

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Escuchas inconscientemente la hierba agitada por el vendaval que esa noche acosa tu casa, perdida en medio del campo. La luna cuela tímida los dedos por la rendija de la ventana y encuentra descanso en el parqué semioculto por la alfombra. La estantería frente a tu cama muestra una fina capa de polvo frente a los libros; pero tú no te das cuenta. Estás soñando. Las olas te mecen de un lado a otro sobre la barca que surca un mar sin fin. ¿Eres tú ese mar? Ves algo bajo el agua. No te asusta, es algo luminoso. A pesar de ser de noche, brilla más que las estrellas sobre tu cabeza. Te asomas y ves mundos bajo el agua. Te dejas caer.

No sientes humedad, ni falta de aire. Solo observas ensimismado lo que se encuentra a tu alrededor. Este fondo marino es el origen de miles de mundos. Te sientes en completa armonía contigo mismo, con el lugar, con tu lugar. ¿Qué habrá en ellos? ¿Quizá algo peligroso? ¿Más humanos? ¿Vas a tener que compartirlo? Poco a poco las dudas - ¿Será magia?- surgen en tu cabeza como si fueran notas - ¿Son peligrosos? - de un piano cuya melodía ha sido diseñada para sonar una y otra vez. Y a medida que dudas, los mundos se apagan. Desaparecen poco a poco. "Tan, tan, tan." Al final solo hay oscuridad. Y con ella llega la sensación de ahogo. Braceas frenético buscando la superficie. Las algas acarician las plantas de tus pies, a veces agarran.

Entonces abres la boca y... Respiras. Puedes respirar. Siempre has podido hacerlo, pero no lo creías. No querías creerlo. Es la propia corriente la que ahora te impulsa hacia arriba. Y al salir del agua –sigues seco y escuchas viento, pero no sientes frío- observas el firmamento. Miles de galaxias viven y mueren en la lejanía. Estás tan lejos pero se sienten tan cerca... Entiendes que la magia del infinito radica en la incontable cantidad de belleza que este puede aportar. ¿Qué es la belleza? Crees que debe ser esa sensación que te llena el pecho con cada bocanada de aire. Plenitud, éxtasis. Te sientes tan lleno que despiertas.

Y despiertas casi de un brinco. Tu espalda está humeda, es verano y las mantas se te pegan últimamente. Ni siquiera te pones las sandalias antes de salir de tu habitación, corriendo escaleras abajo. Atraviesas el oscuro salón donde un reloj solitario comprende que el tiempo es la cadena que mantiene los sueños bajo el colchón y sales con un portazo, parándote frente al horizonte lleno de maizales. El viento agita la fina camisa del pijama que llevas puesta junto a los pantalones y entierras los dedos en el suelo. Cierras los ojos, respiras. Alzas el rostro y los abres. La piel se te eriza de pies a cabeza. Siguen allí. Euforia. La noche de tu sueño sigue sobre ti. Solo sobre ti. Das una vuelta sobre tu propio eje, riendo. Abres los brazos como si estuvieras recogiendo la lluvia y das vueltas. El universo gira contigo. El polvo entre los dedos de tus pies, las estrellas sobre tu cabeza. Todo gira. Entre vuelta y vuelta ves la silueta de tu madre acercarse a la carrera.

Te toma de los hombros con gesto preocupado. "¡Sé porqué estamos vivos!" Gritas con el corazón acelerado. "¡Es por esto, mamá! ¡Es por esto!" Alzas la mano y ella sigue tu dedo. Su boca se abre en un intento de abarcar en su mente todo lo que ve. Eso es lo verdaderamente maravilloso, no puedes. No lo necesitas. Por fin bajas dicha mano y tomas la ajena con firmeza. El viento parece querer arrancaros del suelo, pero no es un viento frío. O tú no notas ese frío. 

"Para esto nacemos, mamá."

Ella no puede apartar la mirada de los trillones de estrellas que en esa noche resplandecen. Ni siquiera es natural. No puede serlo, ¿No? 

"¿Para qué, cariño?"

Sientes el peso de las palabras en tu lengua incluso antes de pronunciarlas y sabes que nunca has estado más acertado sobre nada en tu corta vida.

"Para ser infinitos." 

InfinitosWhere stories live. Discover now