Nueve

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Luego de unos cinco días de tensión visual con su nueva compañera de trabajo y de silencios incómodos, Steven decidió que necesitaba un espacio de paz

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Luego de unos cinco días de tensión visual con su nueva compañera de trabajo y de silencios incómodos, Steven decidió que necesitaba un espacio de paz. Aprovechó el fin de semana y empacó para ir a casa de sus padres, a unas varias decenas de kilómetros. La última vez que había ido a su anterior casa, había sido hacía un año, con su esposa.

Cuando entró en su ciudad natal, pensó en Melany y esperó que ella ya hubiese leído la nota que le había dejado sobre el comedor, pero bien sabía que a ella no le importaba mucho. Había lavado el auto para decirle a sus padres, a sus ex vecinos y sus viejos amigos, de una manera sutil: Llevo una vida feliz.

A medida que avanzaba por la calle y veía las calles donde había pasado su infancia, sonrió. Vio a uno que otro vecino de hace más de veinte años y se sintió cómodo. El columpio en el patio trasero de su vecina, seguía allí, pero estaba remodelado.

Giró en el coche y se detuvo frente a la vieja, pero hermosa casa donde había vivido veinte años. El clima, al igual que siempre, era fresco. El frondoso árbol de fresno, seguía haciendo presencia frente al porche. El auto de sus padres estaba frente al garaje, así que decidió bajarse.

Varios niños en bicicleta y patines, pasaron riendo y comiendo helado por su lado. Se disculparon por casi golpearlo, con un "Perdón, señor" y por algún motivo, que quizá Steven se negaba en aceptar, él sintió nostalgia.

Avanzó por el sendero de piedras cuarteadas y recordó las veces en que llegaba después del colegio a casa y su madre lo esperaba con un gran vaso de jugo, refrescante y delicioso. Los helechos aún colgaban del tejado y el jardín seguía igual de floreado que siempre. Steven vio la banca de madera a un lado de la puerta y sonrió. Ahí había tenido tantas conversaciones con sus padres. Estiró la mano para tocar el timbre, pero la puerta se abrió de imprevisto y su madre se fue sobre él para abrazarle.

Steven la agarró con fuerza y cerró los ojos, enamorado del lugar donde estaba. Su padre apareció y le dedicó una mirada sobre la montura de sus anteojos, para luego acercarse y abrazarle también. Steven se dio cuenta que la casa no era lo que lo hacían sentir como en casa, eran los brazos de sus padres.

***

Se metió otro bocado de sopa de pasta y saboreó. Melany cocinaba bien, pero su madre... ella tenía esa sazón que te hacía retroceder en el tiempo. La señora Victoria, sentada a un lado de su hijo observó el gorro que había estado cociendo y miró a un Steven satisfecho, que terminó con una sonrisa. 

—Estaba delicioso, mamá. —Comentó, levantándose para llevar el plato al fregadero. 

—Qué bueno que te hayas terminado la sopa, cariño. —Respondió la mujer de sesenta años. El señor Máximo, vio a su hijo por unos momentos y luego siguió con la lectura de su libro.

— Más le vale que haya terminado, porque yo quería esa sopa. —Comentó risueño, Steven rió y secó el plato para guardarlo en la alacena. 

—¿Todavía presentan esas obras de teatro en el centro?

—Sí, ¿Por qué? ¿Irás?

—Creo que sí, hace años no veo una que me haga reír. No me esperen despiertos. —Una sensación extraña, pero positiva se instaló en su pecho. Se sintió como un adolescente. —¿Aún hay una llave extra debajo del tapete?

Su padre le respondió que sí y Steven agarró la chaqueta negra del perchero para cerrar la puerta tras de sí. Apenas empezaban a cantar la cigarras cuando él decidió que sería mejor ir a pie. Metió el carro de su padre a la cochera y dejó el suyo donde antes estaba el de su padre. Se había duchado hacía una hora, pero su cabello seguía húmedo. Se peinó con los dedos y empezó a andar.

Melany estaba en el tercer juego de póquer, con sus dos antiguas compañeras de la fraternidad. Eran unas solteras que vivían la vida al máximo, es decir que disfrutaban de cuánto podían cuando tenía el chance. Imaginó que su esposo debía de estarla pasando bien y rogó que ojalá le hubieran dado unos cuatro meses de vacaciones y que todos los pasara en otra ciudad.

Todas cuatro estaban fumando, había una espesa nube de humo sobre ellas. Melany las envidiaba. Ellas estaban tatuadas, con perforaciones, vestían espectacular y no estaba sufriendo una depresión. Ellas vivían libremente y Melany extrañaba sentirse segura de sí misma.

El estómago de Steven ya dolía de reírse por las ocurrencias que decían los actores de la obra de teatro callejera. Le dio un mordisco a su perro caliente y sintió el toque tímido de alguien, en su hombro. Una mujer de ojos claros le miraba.

— ¿Eres Steven Reed?— Indagó curiosa, retorciendo sus dedos. Él la miró inseguro y sonrió nervioso, odiaba no recordar el nombre de las personas que veía, o al menos recordar quiénes eran. —Soy Sheyla.

Un choque mental de imágenes, eso provocó el nombre de la mujer. La miró maravillado y por legítimo impulso, se arriesgó a abrazarla. Ella le devolvió el abrazo y rió, intimidada. Steven era alto y ella, bueno, su cabeza apenas si tocaba la barbilla del hombre.

—Dios, no te veía hace mucho tiempo, ¿Dónde has estado? —Le preguntó él, viéndola sentarse a su lado en una banca del parque. 

—Aquí, no he ido a ningún lado. Me las arreglé para estudiar y trabajar aquí, sin salir de la ciudad. —Ella lo vio beber un poco de gaseosa y se aventuró a comentar: —Supe que te casaste.

Steven suspiró profundamente, guardando todo lo que querría que decir y se limitó a asentir, mirándola, buscando algún sentimiento oculto en la expresión de su rostro.

— Esto es extraño. —Comentó, poniendo un mechón de cabello detrás de su hombro. —¿Tienes hijos?

—No. —Contestó él sin darse tiempo para recordar. —¿Y tú? ¿Te casaste? ¿Tienes hijos?

—Un niño de seis años. Pero no vivo con nadie ahora. 

Hablaron sobre una cantidad innumerable de cosas que habían sucedido en sus vidas, los últimos doce años. Sheyla había sido su novia por tres años. Era el amor de secundaria de Steven. Ella lo había amado, de verdad. Pero Steven no le había dado la importancia que ella merecía. Durante esos años, había aprovechado todas las oportunidades que se le habían presentado con otras chicas, pero nunca se había acostado con nadie que no fuera ella.

Sin embargo, el sólo hecho de pensarlo, hacía que se sintiera mal. Se detuvieron frente a la casa de Los Reed. Apenas comenzaban las doce de la noche, pero él ya tenía sueño. Antes estaba hasta las tres de la mañana escuchando música de casete y no se aburría.

Sheyla se asió de las solapas de la cazadora de Steven y lo organizó. Una mano le tomó de la mejilla y él se petrificó. Definitivamente no esperaba eso. 

—Ha sido realmente bueno verte, Mackenzie. —Steven sonrió. No le decían así desde que se había salido de la escuela. Era el apellido de su jugador favorito de fútbol americano. Eso sólo le trajo más recuerdos. Vio la mujer frente a él y sintió mucha pena.

—Lo lamento, Sheyla. No merecías nada de lo que te hice. —Se disculpó sin poder mantenerse callado más tiempo. 

—Fue hace mucho tiempo, Stev. Éramos unos niños. —Musitó y le soltó —Te veré un día de estos. Dale mis saludos a tu esposa.

UNA ROSA MARCHITA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora