Min Yoongi estaba harto de su vida.
Cada mísero día era igual que el anterior, recorriendo el mismo sendero, siguiendo los mismos pasos, tragando con la misma rutina. Y odiaba la monotonía. No le gustaba en absoluto. De hecho, no estaba conforme con nada ni con nadie a su alrededor, pero tampoco movía un músculo por intentar cambiar su situación. Había aprendido a asimilar que su existencia se basaba en un vacío interior, también a tolerar el hastío, el sufrimiento, y a adaptarse a él. Llegó al punto de resultarle exhaustivo el hacer un mero esfuerzo por despreciar su vida o sentirse frustrado.
No merecía la pena.
Al fin y al cabo, ¿a alguien le importaría cómo se sintiese? No, por supuesto que no, porque las personas eran egoístas por naturaleza y miraban por sí mismas. Los colectivos no eran tan importantes como el individuo. Un chico muerto en vida era irrelevante cuando tenías una conciencia totalmente alienada por una sociedad consumista, capitalista y despiadadamente competitiva. A menudo, Yoongi se imaginaba a los señores de las alturas en su lujoso comedor, hinchándose a solomillo y lamiéndose sus grasientos dedos mientras miraban la televisión, donde se anunciaba su propia muerte, y entonces ellos pensarían "Perfecto, uno menos".
No le importaba morir, lo pensaba con frecuencia. Para ser francos, le daba pereza el seguir respirando. Más de una vez reflexionó sobre ello, sobre qué pasaría si un día decidiese acabar con todo de una vez, y llegó a la conclusión de que no ocurriría absolutamente nada, porque el mundo seguiría adelante sin Min Yoongi.
Él no era nadie. Era solo una mota de polvo en medio de un universo plagado de estrellas.
A sus veinticuatro años de vida, no había logrado nada que pudiese destacarse con propiedad. Nació y se crió en Daegu junto a sus padres y su hermano mayor, se graduó del instituto con buenas notas y se fue a Seúl para estudiar en la universidad una carrera de economía, que le sirvió para conseguir un puesto de trabajo en un sector público que no le llenaba en lo absoluto.
Era cierto que al chico no le faltaba de nada. Tenía un buen sueldo, era inteligente, gozaba de independencia y vivía en un apartamento modesto, pero con todas las comodidades habidas y por haber. Sin embargo, consiguió su meta de vida una vez que recibió su diploma universitario tras cuatro intensos años de puro sudor y lágrimas. Al fin había terminado aquel arduo camino estudiantil que se fue forjando desde que era un crío, el mismo que le dijeron que debía seguir si algún día quería ser feliz. Cuál fue su sorpresa al descubrir que tanto esfuerzo había sido en vano, porque Min Yoongi no podía saborear ni un ápice de ese sentimiento tan eufórico y vivaz del que había oído hablar.
Se sintió tremendamente decepcionado.
No supo qué pudo haber hecho mal. Ciertamente, él cumplió con todo lo que se le pidió, ¿por qué entonces fantaseaba cada día con hincharse a pastillas hasta experimentar una sobredosis o aspirar una buena cantidad de gas hasta que su cerebro se diese por vencido?
Nada tenía sentido sin sueños ni aspiraciones. Tampoco ansiaba tenerlas. Sus ilusiones murieron hacía tiempo, y no pretendía recuperarlas para nada, porque sentía que tampoco las necesitaba. Era como un hombre de ochenta años atrapado en un cuerpo de veinteañero.
Yoongi pensaba que nada ni nadie sería lo suficientemente bueno en esta vida para llamar su atención o para despertar un mínimo de interés en su persona. No era alguien fácil de impresionar, cabía mencionar. Tal y como él lo veía, todo el mundo era igual, estaban cortados por el mismo patrón, regidos por las mismas normas. Eran insulsos y aburridos, gris sobre más gris, y él, poco a poco, se estaba mimetizando. Hacía tiempo que se consideraba a sí mismo una esencia fantasmal, una que en su momento fue un alma colorida y que se había oxidado durante el proceso de crecimiento. Eso era algo que tenía clarísimo, como el cielo despejado en un día de verano y., justamente, el ser consciente de ello, hacía su existencia más inaguantable.
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{BAD HABITS} myg! /one shot ✔️
Short StoryMin Yoongi no encontraba ningún propósito en su vida que le empujase a seguir respirando, pero lo hacía al ser preso de la monotonía. Sin embargo, la mezcla de una chica, un arma blanca y una víctima es un cóctel ideal para despertar en él un sentim...