Tercera rosa: sabor a chocolate

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El día de san Valentín siempre le pareció un día alegre y feliz, ya saben, lleno de amor, chocolates y confesiones, pero hoy no podía fingir lo incómodo que se sentía.

Primero que nada estaban las miradas de burla de algunos chicos, que si bien disminuyeron con lo rápido que se expandió la noticia de la golpiza que les dio a unos idiotas el día anterior, no dejaban de ser incómodas.

Luego estaban las chicas.
Que lo miraban y perseguían como si estuvieran esperando algo.
Tenía una vaga idea de que podía ser pero se negaba a pensarlo.

Y por último pero no menos importante, la incómoda cantidad de chocolates en su puesto que al parecer estaban batiendo su récord del año pasado.
Contradictorio, ya que esperaba tener menos este año luego de que Kirkland lo aventara del closet con su numerito en la cafetería y sus nefastas rosas.

En fin sea cual sea los motivos no quería estar allí, no en este día.

Resignado empezó a retirar uno a uno las cajas con chocolates y las cartas de amor de su pupitre, inconscientemente lo buscaba, trataba de escudarse en que pronto empezarían las clases y necesitaba despejar su sitio pero en realidad sacaba frenéticamente uno a uno esos regalos esperando verlo bajo todo eso.

Tenía que estar allí.
La rosa del día.
La nota del día.
La dedicación de Kirkland.
Su promesa.

Pero muy a su pesar no encontró lo que buscaba.

Una sonrisa amarga se formó en sus labios, junto con un "te lo dije" de su lado más racional, de pronto el día se tornó aún más pesado, oscuro y le enojaba que todo girara e torno a Kirkland.
¿Qué debía hacer?
¿Cómo olvidar?

—Kiku, que bueno que te veo, tenemos una reunión después de clases con el director para discutir las actividades de fin de curso. Te espero por allá.

Escucho la voz de Kirkland desde la puerta de su salón y otra vez, como todas las veces anteriores, el nerviosismo lo atrapaba, sentía que la respiración le faltaba y luchaba en contra de sus propios ojos para que no se desviarán a verlo. Con esfuerzo trato de ignorar su conversación y se concentró en guardar los chocolates.

Tarareaba una canción ruidosa en su cabeza, pero ni siquiera nirvana podía evitar prestar atención a la voz de Kirkland cuando le susurraba al oído.

—¿muchos chocolates?

Saltó de su posición y algunos de sus regalos cayeron al suelo pero como todo el caballero que decía ser rápidamente Kirkland los tomó del suelo y los colocó en la bolsa que el americano llenaba.

Un tímido gracias escapó de sus labios sin tener la intención de mirarlo o de entablar una conversación, pero Kirkland era imponente, elegante, atrayente y, por sobre todo, exigente así que sin importarle los gestos de rechazo que se esforzaba en demostrar, tomó su rostro entre sus manos obligándolo a posar su vista en sus ojos verdes.

—No me prives de tus hermosos ojos Alfred, no me castigues de esa manera.

Y allí estaba de nuevo la sensación de volverse miel entre sus manos, de derretirse en su toque, de ser atrapado en su mirada. No sabe cuánto tiempo se quedaron así pero el beso en su frente dejado allí con devoción no ayudaban en lo más mínimo a estabilizar los locos latidos de su corazón.

—Esta vez traigo dos rosas—le dijo sonriendo mientras dejaba sutiles caricias en su mejilla derecha—Una es la usual, es decir una de verdad y la otra la hice yo, es de chocolate aunque creo que ya tienes mucho chocolate, podría caerte mal-

—¡No me hará mal! —soltó de golpe mientras le quitaba las rosas de sus manos.

Inmediatamente maldijo su lengua suelta y sus acciones.
Escucho la sonrisa de Kirkland, cálida y risueña. Pero se oía también un poco cansada.
¿Esas eran ojeras?

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