Ojos De Soldado

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Existen sonrisas capaces de cambiar el rumbo de un día doloroso, palabras suaves con el don de curar un corazón roto, abrazos adecuados cuando todo el mundo parece caerse en pedazos, no era tan complicado experimentar ese tipo de emociones, más cuando Otabek desde niño se aventuró a lo desconocido en busca de volverse un héroe sobre un campo de batalla conocido como hielo.

Jamás se sintió intimidado en dar pasos gigantes, sin embargo su llegada a un campamento logró marcar un antes y después en su vida. En aquellos días frustrantes donde su talento resultó ser completamente aplastados por los prodigios rusos, donde parecía no encontrar su lugar y el doloroso encuentro con la realidad lo hacía desear regresar a Kazajistán.

Nadie podía entender cómo se sentía estar rodeado de tanto talento natural, todos se burlaban de él con sus miradas cargadas de superioridad y el hecho de ser llevado a la clase de los más jóvenes solo aumentó su deseo a renunciar. Cada parte de su cuerpo dolía, su propia alma sufría y aun así no lograba ser igual a los demás ¿realmente podía ofrecer una competencia digna contra ellos? ¿Acaso el mundo le estaba pidiendo buscar algo más?

Su corazón rebelde buscaba una sola luz de esperanza y como obra del destino la encontró. Entre todos los niños el más pequeño mostró su perfecta postura junto con unos ojos de soldado listos para la batalla, en aquella fracción de segundos aquella mirada verde tenían todo menos un aire burlesco o fastidiado, más bien lucia retadora. Lo estaba tomando enserio, a pesar de no ser casi capaz de permanecer de pie.

Los días pasaron más rápido, no le importaba como los demás lo miraban, en su cabeza solo existían aquellas hermosas esmeraldas desafiándolo a enfrentarlo en la guerra por ser el mejor. Al poco tiempo descubrió como se llamaba su pequeña inspiración, también se enterró de su mal carácter y un talento arrasador hasta cuando se trataba de los alumnos con más experiencia. Aquel hermoso monstro venia dispuesto a todo para ganar, cada uno a su alrededor era su enemigo y lo demostraba con sus elegantes pasos.

Al finalizar el campamento Otabek regresó con una nueva idea en su mente, deseaba ser alguien incapaz de intimidarse, se volvería un patinador capaz de marcar su propio estilo fuera de lo clásico. Debía crear su propia técnica capaz de colocarlo entre los mejores, solo así podría ganar. Aquello le tomó varios años, su carrera como junior no fue muy esplendida, sin embargo logró dejar aquella etapa atrás y su nombre empezó a sonar convirtiéndose en el Héroe de Kazajistán. Todos alababan su estilo masculino, la fuerza en sus pasos, aquella pasión, el chico del cual nadie esperaba mucho terminó ganándose al mundo con su porte serio y técnica fuera de lo convencional.

Mientras la sociedad del patinaje hablaba, su ser no podía quedarse tranquilo cuando finalmente se encontraba donde siempre deseó estar y con la persona con la cual siempre sonó hablar. Yuri Plisetsky, seguía teniendo la misma mirada de soldado y con cada presentación dejaba absolutamente todo en el hielo. Perfeccionaba sus pasos, eliminaba los errores, iba a paso firme por el oro.

Muchas cosas pasaron por su mente cuando lo veía danzar con una delicadeza capaz de mantener a todos a sus pies ¿debía hablarle? No tenía miedo de hacerlo, el problema era encontrar el momento adecuado para decirle todo lo que había guardado durante cinco años. Cuando se ponía a pensar en eso la idea de en cierta forma ser similares se volvía más sólida, ambos siempre se encontraba aislados del mundo fuera del hielo. Los dos eran consiente de su reputación, competían por ellos, por quienes amaban y su país se encontraba en sus hombros. No existía tiempo para tomarse una guerra a la ligera ¿o sí?

Prefirió dejar las dudas de lado y salir a recorrer las calles de Barcelona, lo buscaría en la noche y por lo menos le confesaría cuanto adoraba su fiera mirada. Sin embargo, el destino se mueve de forma curiosa y encontró al tigre ruso siendo un gatito en un callejón oscuro escapando de sus admiradoras ¿podía lucir más tierno?

Lógicamente no dudó en rescatarlo, el resto fue la casualidad más romántica de su vida, hasta parecía planeando. Durante mucho tiempo imaginó su encuentro y jamás pensó realmente tenerlo rodeando su cintura cuando a malas penas se conocían, Yuri podía romper cada idea lógica solo con un movimiento de cabeza. Lo siguiente fue encontrarse viendo el atardecer en el parque Güell, uno de los más famosos de Barcelona. Aquello podría pasar como la idea de alguna deidad con una personalidad muy romántica.

"Tienes los inolvidables ojos de un soldado"

La cara del hada rusa valía mas que todo el oro del mundo, parecía no creen en sus palabras y hasta notó sus mejillas un poco sonrojadas ¿acaso nunca nadie tuvo la decencia de expresar aquella gran verdad? al parecer la belleza del tigre opacaba su increíble fuerza, sin embargo a los ojos de Otabek fue primero el valor, tenacidad, esfuerzo y después su hermosura.

Existen muchos rostros encantadores, siempre están en constante cambios, algunos muestras la perfección superficial mientras ocultan un interior siniestro, no obstante los ojos nunca cambian. La mirada siempre muestra la verdadera forma de un ser y con el cuidado adecuado es capaz de revelar todo lo que un maravilloso rostro oculta.

Yuri, aquel arisco ruso camuflaba una parte extraordinaria de sí mismo, su atractivo iba mucho más allá de su angelical apariencia.

Aquel día con el sol como testigo decidieron iniciar su amistad, no pensó llegar a tanto. No vería seguido a Plisetsky, probablemente solo se saludarían de vez en cuando y podría admirar los secretos tras esas esmeraldas cuando lograban coincidir en un mismo lugar. Lógicamente deseaba más, sin embargo no veía una forma natural de unirse y prefería no involucrarse en algo imposible.

Grave error, al día siguiente al escuchar aquel "Davai" proveniente del ruso sintió su corazón latirle a mil, fue el motor capaz de hacerlo romper sus límites y sin duda enamoró al mundo. Al salir logró ver en los ojos de Yuri algo especial ¿quizás orgullo? Aquella vez no consiguió descifrar su leve sonrisa, sin embargo entendió algo. Yuri había llegado para quedarse.

Después fue su turno de animarlo con una palabra cargada de tantas emociones cuando lo vio entregar su alma en la pista, sus ojos no podían dejar de ver al rubio y al notar sus lágrimas sobre el hielo mostrándose como realmente era logró hacer nacer algo desconocido en su interior. Un deseo inmenso de proteger aquel lado vulnerable oculto tras aquellos ojos de soldado.

Nadie sabe del abrazo en los vestidores, un momento silencioso donde aquel hermoso ángel se expuso tan frágil y delicado mientras se ocultaba en su pecho en busca de recuperar una postura más adecuada para recibir su merecida medalla. Aquello fue uno de sus tantos momentos juntos, hasta lo acompañó de compras donde fue capaz de conocer su lado más divertido. Como se lo imaginaba, Yuri era una caja de sorpresa y él un hombre afortunado por verlas.

Se mostraba seductor, caprichoso, enfurecido, afligido, frustrado, ilusionado, Yura era absolutamente una hermosa tormenta de nieve en su vida. Desde aquellos días en Barcelona nada volvió a ser igual, aquel travieso rubio se instaló en su corazón con la gran ambición de quedarse para toda la vida. Lógicamente lo logró, mientras los días, semanas, meses y años pasaban todo su ser parecía moverse con el solo objetivo de ver los ojos ajenos brillar de alegría y lo estaba haciendo bien. 

Aquel niño con mirada de soldado, ahora era todo un hombre que había ganado la batalla de ser el dueño de su amor, porque para su Yura la vida en si era una guerra donde siempre se quedaba con el oro y lo demostraba con el anillo en su dedo anular.

— Beka, tu siempre serás mi más grande vitoria  —

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