Capítulo Sesenta y Cinco

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—Danna, todo esto es mi culpa —comenzó a decir en medio de prolongados sollozos.

—No, Leila, cálmate —pedí acercándome a ella— por qué estás aquí... qué, qué fue lo que pasó —cuestioné alejando mechones de cabello rojizo ya húmedos lejos de su cara.

—No pude ir a su entierro, porque todo lo que pasó fue mi culpa —siguió diciendo intentando limpiar las lágrimas que corrían una tras de otra por su cara—, todo, si no fuera por mí, él seguiría aquí Danna, perdóname

—No fue tu culpa —murmuré de nuevo.

—Lo fue —insistió la pelirroja—, él regresó de madrugada a casa, ya estaba cambiándose a la pijama, me estaba contando que tu padre, el biológico —aclaró sorbiendo su nariz— y tu mamá te dirían pronto toda la verdad sobre ese asunto, yo lo estaba escuchando cuando dije que se me antojaba un helado de napolitano, y él se ofreció a ir, yo le dije que sí, lo dejé ir y... y cuando iba de regreso a nuestra casa fue cuando el accidente ocurrió —me contó.

—...Tú no ibas manejando el otro auto Leila, no fue tu culpa —respondí intentando consolarla.

—Mira lo que sucedió Dan, él no merecía eso, él... él fue el hombre más maravilloso que yo pude haber conocido y, ahora, ¿qué voy a hacer sin él?

—Tienes que ser fuerte, por su bebé, para mí él siempre será mi papá y tu bebé...

—No hay bebé Danna —me interrumpió llorando más fuerte—, me internaron porque antes de salir de la casa de mi madre para el cementerio comencé a sentirme mal, luego a sangrar... perdí a mi bebé —dijo entre pausas, dejando que el llanto sólo siguiera. Eso no podía pasar, quería creer que algo así no podía pasar, sobre todo cuando el embarazo de Leila estaba casi a la mitad, lo que sucedió en seguida fue que la abracé mientras ella seguía llorando y mis ojos se inundaban de nuevo—, ya no tengo nada, Danna, perdí a mi bebé, a Alfredo, todo es mi culpa

—Ya no digas eso —exigí—, la culpa fue de otra estúpida persona que afortunadamente ya fue juzgada en su siguiente vida, Leila, esa culpa no te corresponde, ni la de mi padre ni la de tu bebé —Leila siguió llorando por mucho tiempo más y cuando finalmente se quedó dormida fue mi turno para marcharme; mi madre aún me esperaba junto con la señora Adela que estaba sentada junto a un señor que supuse era su esposo y un joven que debía ser hermano de Leila, mamá Jos y Jorge en la sala de espera.

—¿Cómo siguió? —preguntó la señora Adela.

—Se quedó dormida, creo que está un poco menos alterada —respondí.

—Gracias por hablar con ella, no quería escuchar a nadie más —siguió la señora Adela.

—No hay por qué agradecer... llámeme si necesita algo más —pedí, la señora frente a mí asintió y Jorge se aclaró la garganta.

—Deberíamos llevarte a descansar —opinó mirándome.

—Me voy cuando mi abuela esté lista para irse —respondí entrelazando mi brazo con el de mi abuela.

—Pasaremos a dejarlas —ofertó Jorge. Mamá Jos asintió y caminó junto conmigo el trayecto hasta subir al auto rentado de Jorge donde todo se quedó en completo silencio, poco después, de nuevo frente a la enorme y elegante fachada de la casa de mi abuela fue ella quien bajó primero del auto alegando que debía darme unos pocos minutos con mi mamá pero que me esperaría adentro.

—Tus amigos regresarán a casa mañana por la tarde —comenzó mi madre.

—Lo sé

—¿Dan, cuando planeas regresar tú? —preguntó Jorge mirándome por el espejo retrovisor. Miré por la ventanilla evadiendo su mirada y me encogí de hombros sintiendo como se formaba un nudo en mi garganta y nuevas lágrimas intentaban salir de mis ojos, sólo que no estaba muy segura sobre si eran aún de todo el dolor que sentía o de la impotencia y rabia que me daba al hablar con ellos dos.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora