Rústico, una palabra que de manera ideal podría describir la chimenea delante de la cual se encuentra un viejo sillón, y más viejo aún es el hombre que se encuentra sosteniendo una foto, en la foto se distingue una mujer, bella, en blanco y negro, pero si prestas atención descubrirás los rasgos de una chica pelirroja, cuya sonrisa llena de jovialidad hace mover recuerdos, recuerdos que se aferran al corazón haciéndolo sangrar, y cuyo dolor solo se manifiesta en lágrimas, de amargura, tristeza, felicidad, de otoños, de la última pieza concedida en la sala, junto al mismo sillón y la chimenea, justo antes de partir.
-Mi Lidia, mi muñequita de porcelana-.
El hombre restriega la foto junto al corazón que pronuncian las palabras consoladoras a un corazón, que para muchos son vacías y tontas, pero significan cincuenta y siete años de experiencia marital y al final, era su muñequita de porcelana quien dijo que sí a esas palabras. El corazón está cansado y pide ir con su amada, y como cada noche, cae en la profundidad del sueño pensando en el día en que se reúna Lidia, su muñequita linda.
El sueño divagante entorpece los sentidos y altera los sentimientos haciéndole parecer aquel joven que trabajaba en la fábrica de zapatos,y a ella, una mujer comprometida con el mejor prospecto financiero entre familias, que caerían en el desprecio temporal hacia dos jóvenes que esa noche de invierno escaparían después de hacer el amor; la mujer delicada de piel blanca con pecas en el pecho y la espalda junto a los rasgos mulatos de un hombre que solo tenía amor y una vida por entregarle contrastaban, lo hicieron toda la vida, y no solo por su piel, sino por la unión de dos almas difícilmente vista, almas que se encontraban ahora en el mismo plano, bailando la canción que durante cincuenta y siete años los acompañó, el hombre sabe en sus sueños que es la hora de partir, y esboza las últimas palabras que resuenan con un suspiro en la habitación vacía, mi Lidia, mi muñequita de porcelana.
