El señor de las moscas

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Los despertó el crujir de las rocas en medio de la madrugada. La atmósfera se hizo pesada de súbito.

Lyla se incorporó para investigar si había sido producto del viento, de roedores, o su imaginación jugándoles una mala pasada.

Con ligeras pisadas cual liebre avanzó hasta llegar a las escaleras y descendió hasta los peldaños más bajos que aún se mantenían, colocándose en una posición estratégica donde no pudiese ser vista por intrusos en caso de que los hubiera. Y los había.

Sobre los escombros en medio de la sala principal se encontraba un Gris de fisonomía tenebrosa acompañado de una pequeña horda. Aquella monstruosidad le hizo subir el estómago hasta el garguero. Sin duda era el más horrible de todos. Hacía ver normal al científico. Su concepto de fenómeno había adquirido un nuevo significado.

El engendro estaba oteando el lugar a medida que pedía a sus inescrupulosos acompañantes que se adentrasen con cuidado, pero a tales descerebrados no se les podía pedir tranquilidad. Irrumpieron sin ceremonias.

El instinto de Lyla le decía que debía regresar para advertir Grey y marcharse inmediatamente, pero no hizo caso y se mantuvo en la escalera. No podía dejar de observar aquella criatura.

Estaba rodeado de cientos de moscas y mosquitos que giraban a su alrededor, como si estuviese putrefacto y quisiesen merendarlo. De su frente se extendía un enorme cuerno como el de un rinoceronte, ligeramente arqueado hacia arriba. De su mentón también se extendía un cuerno, pero mucho más pequeño. Su cuerpo era áspero, robusto, su misma piel parecía estar seca y quebrada. Sus pies parecían de minotauro, arqueados de manera extraña cuando se mantenía en pie, tan gruesos que daba la impresión de que una de sus coces podría desencajar a cualquiera. Lo único que no combinaba con su desagradable aspecto era su cabello, que caía suave y armonioso por debajo de sus hombros, ordenados y bien tratados; aunque talvez eso le daba un aspecto aún más tétrico y despreciable. Estaba vestido con la parte baja de un quitón, lo que parecía una falda y empeoraba más su apariencia. Su único adorno era su majestuosa lanza plateada, la cual se asomaba desde detrás de sus imponentes alas.

Lyla seguía contemplando el panorama sin saber muy bien por qué permanecía aún allí en vez de estar huyendo.

Dirigió su mirada hacia los demás intrusos, quienes seguían entrando y saliendo de las habitaciones inferiores. Se interrumpió cuando una mosca se acercó a su rostro y comenzó a molestarla, la cual recibió un buen golpe con la mano abierta y cayó directo al suelo. Pero en ese instante se dio cuenta de que la mosca no estaba molestándola, en realidad estaba revelando su ubicación. El adefesio sobre los escombros la estaba mirando fijamente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo de súbito. Sin embargo, aún no se movió. Hubiese salido corriendo sin pensárselo dos veces si hubiera sabido que se trataba de Baelzebub, llamado Bael por sus coetáneos, el líder de la Guardia Nefasta.

Bael vociferó y la señaló, mandando a los demás a que la capturasen. Este también podía hablar con claridad.

Fue entonces cuando se decidió a huir. Se dio la vuelta y corrió lo más rápido que pudo hasta donde Grey para advertirle, pero no tuvo que correr tan lejos. Ya él iba de camino con su mochila colgada.

La sostuvo por los hombros al ver su pálida expresión.

—¿Qué sucede? —Inquirió—. ¿Qué has visto?

—Una criatura horrible —explicó ella mientras recuperaba el aliento—, acompañada de una horda. Y vienen hacia acá.

Grey no medió palabra, no necesitaba decir nada. Se dio la vuelta buscando la mejor manera de salir sin tener que regresar a la sala principal.

Ciudad Sagrada - Entre Blanco y GrisWhere stories live. Discover now