Juego de máscaras

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- ¡¿Dónde diablos te habías metido?! - dijo Octavio, cuando vio a Sergei entrar a la habitación - Pensé que te había llevado la policía o algo peor, ¡¿cómo desapareces así como así?! Mira la hora que es

- Relájate, mamá - bromeó Sergei, tirándose sobre su cama

- No estoy para chistes, esto es muy serio, te dije que nos estaban vigilando

- Son sólo sospechas tuyas. Creo que te has vuelto paranoico

- Pues mi paranoia me ha salvado en más de una oportunidad. Dime dónde estabas

- No vas a creer lo que ha pasado. Es la mejor noticia que me han dado en toda mi vida. Ya sé dónde está mi padre. Nos reuniremos mañana. ¿No es fabuloso? 

Octavio se quedó mudo, mirándolo y tratando de sonreir

- ¿Cómo dices?

- Sí, lo sé, es increíble.

-  A ver... Pero ... Cuéntame todo, ¿cómo es eso de que ya sabes dónde está? ¿Quién te ha dado la información?

- Mientras estabas fuera salí a dar una vuelta por el hotel. Ya sabes, necesitaba despejarme, me estaba asfixiando aquí adentro, pensando en Sofía... Me fui a la piscina con el ánimo de olvidar todo y ordenar mis pensamientos, cuando de pronto recordé.

- Qué recordaste

- La piscina. En una de las últimas cartas que recibí de mi padre mencionaba a un amigo que había tenido aquí en Ecuador y que trabajaba limpiando piscinas. Su apellido nunca se me olvidó, era singularísimo: Flor de Valgas. Y me acuerdo porque mi padre solía bromear con que le decían "flor de nalgas", dado que tenía un trasero más prominente que el promedio. Y pensé: "si mi padre está en Ecuador ahora, sería muy extraño que no haya hecho contacto con este viejo amigo". Pedí la guía telefónica en la recepción, busqué y ahí estaba: el único Federico Flor de Valgas de Quito, y, con toda seguridad, del mundo. Y el resto ya lo puedes deducir tú solo. ¿No es fantástico?

- Pero es... imposible

- ¿Imposible? - dijo Sergei, irguiéndose un poco - ¿Por qué?

- No... es decir, ... es mucha suerte... ¿pero tú hablaste con él? Con tu padre, digo

- No, lamentablemente no estaba con él ahí, pero Federico me dijo que pasaba con frecuencia por su casa y que sabía dónde se estaba alojando. Él lo llevará mañana al punto de encuentro.

- ... ¿Y fuiste a su casa?

- Sí. Me pasó a buscar. 

- Pero... por qué no me esperaste... O por qué no me llamaste, podría haber sido peligroso

- No te esperé porque ya tengo mucho tiempo sin saber de mi padre y he esperado muchos años por este momento, Octavio, me vas a tener que comprender esta vez. Y no te llamé porque ... bueno, porque anoche rompí mi celular en un ataque de rabia.

- ... Claro. Comprendo.

- ... No pareces muy contento, pensé que la noticia te alegraría

- Claro que me alegra, me alegra mucho. ... No..., es que estoy asombrado de lo rápido que superaste lo de Sofía

- Ah. Eso - dijo Sergei, recostándose nuevamente - Ahora todo lo que me importa es mi padre. No voy a dedicarle un segundo más de mis pensamientos a esa prostituta. Él me importa mil veces más que ella. Te agradecería que no la vuelvas a mencionar más, ya no quiero darle más vueltas a ese asunto.

- Claro. Claro. ... ¿Y él te vino a dejar?

- ¿Federico? Sí.

- Ya... Bueno, como te estaba esperando, no he comido nada. Voy a bajar un rato, espero que no te moleste.

- Baja, Octavio, lo lamento, ha sido desconsiderado de mi parte.

Antes que Octavio saliera, Sergei se irguió nuevamente

- ¡Octavio!

- Dime

- ... Muchas gracias. De no ser por ti esto nunca hubiese sido posible. Gracias también por evitar que me fuera; hubiese sido una mala decisión. Eres un gran amigo.

Octavio ensayó una mala sonrisa y asintió con un gesto. Luego salió y tomó el ascensor, pero no fue al comedor, sino que bajó directamente a recepción. 

- Disculpe - le dijo al encargado - ¿Me prestaría la guía telefónica?

- Claro, señor. Aquí tiene. 

Octavio comenzó a hojearla, hasta que dio con el nombre. Ahí estaba, subrayado recientemente, a juzgar por el color de la tinta. Flor de Valgas, Federico. Le tomó una foto con su celular y devolvió la guía. Y se iba a ir, cuando el encargado le detuvo, estirándole un papel

- Señor, tome

- ... ¿Qué es esto?

- La contraseña de wi-fi. Asumo que si está buscando un número en este libro es porque no ha podido hacer la búsqueda utilizando su móvil. 

- Oh, claro. Muchas gracias.

- No se apene, no es el único en todo caso.

- ¿No?

- No, hace algunas horas vino un joven a pedir la guía también, pero él tenía su teléfono roto. Ya casi nadie ocupa estos vejestorios hoy en día. 

- ¿Un joven? ¿Recuerda cómo era?

- Claro que sí, un rostro inconfundible. Debía tener más o menos su edad, tal vez menor, del tipo europeo; ya sabe, cabello castaño claro, ojos azules, piel muy blanca... Llegó hace poco, de hecho.

- ¿Venía solo?

- Oh, no estoy autorizado a darle tanta información sobre nuestros huéspedes

- Está bien - dijo Octavio, sacando su placa  - Soy policía

- Vaya, en ese caso... Sólo vi que se bajó de un auto particular. Nada más. ¿Está el muchacho en problemas? Se veía tan amable...

- No, no... Sólo estoy a cargo de él.

- Oh. Ya veo. Si gusta, puedo mantenerle informado sobre sus movimientos.

- Se lo agradecería mucho.

- Será un placer.

Octavio subió al comedor y se quedó allí, pensando. Tal vez Sergei no le estaba mintiendo, pero obviamente ese tal Federico de apellido ridículo sí lo estaba haciendo. Ivanov no podía estar vivo. Él mismo le voló los sesos,  nadie puede sobrevivir a eso. Además, lo enterraron, sus amigos lo enterraron. Él no estuvo ahí... pero el hombre estaba muerto, eso es seguro. Alguien debía estar haciéndose pasar por Ivanov o ese Federico mentía. Pero ¿por qué?

Trató de juntar las piezas de un puzzle hecho de mentiras, gestos de vigilancia en la aduana, gestos de dolor y felicidad en el rostro de Sergei, el limpiador de piscinas, el número subrayado en la guía telefónica y llegó a la conclusión de que alguien que sabía que Ivanov estaba muerto estaba tendiéndole una trampa.

- Sergei, ¿estás despierto? - preguntó, al regresar

- Estaba a punto de conciliar el sueño. No he dormido nada, anoche apenas pegué los ojos

- Lo siento. Estaba pensando que, si no te molesta, te acompañaré mañana. Sólo por precaución, para cuidarte.

- No es necesario, Octavio. Pero si quieres, estará bien.

- Está decidido, entonces. Iremos juntos. Me muero por conocer de una buena vez a tu padre.


El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora