La perseguidora

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El viaje de regreso fue sombrío. Sergei llevaba el gesto de luto por su padre, pero también por Octavio, a quien había aprendido a querer y respetar, pese a todo.

Sofía, por su parte, ya no sabía cómo tratar con Sergei, pues aún no habían tenido tiempo de arreglar sus diferencias. Esteban, que había estado a unos minutos de morirse desangrado, iba ahora con un brazo vendado, sin poder quitarse de la memoria la imagen de Octavio muerto sobre el piso, prácticamente junto a él. Suárez y Agostini, que no habían participado del tiroteo y que en el momento de los hechos se encontraban en el grupo de refuerzo del exterior, no entendían muy bien por qué todos iban tan abatidos, si en teoría habían logrado la confesión y se podía considerar un triunfo; pero callaban de todos modos.

Al llegar a Santiago, se subieron al bus del aeropuerto y viajaron en silencio el resto del camino, hasta que, en el terminal, Esteban pidió un taxi

- ¿Quién se va conmigo?

Suárez y Agostini, urgidos por salir pronto de ese ambiente enrarecido, se apresuraron en levantar la mano. Sofía miró a Sergei y él negó con la cabeza.

- Vete con ellos. Necesito estar solo.

- ¿Estás seguro? Deja que me quede contigo.

- No, ya te dije. Quiero estar solo. Vete con ellos. 

Esteban tomó a Sofía de la mano

- Ven, déjalo.

Ella dio la media vuelta, resignada, y se fue con Esteban.

Pasó un mes de papeleo y trámites en la prefectura y el juzgado. Sergei fue varias veces a prestar declaración, pero cada vez que Sofía había tratado de acercarse, él  la despachaba rápidamente, sin darle tiempo de hablar.

- No te rindas. - le decía Esteban cuando la veía abatida sobre su escritorio - Lo que le ha pasado es demasiado para cualquiera. El hombre tiene que... ya sabes, procesar. Pero si tú bajas los brazos ahora, lo vas a perder para siempre. Insiste. Ya cederá.

Sí, claro. Ya cederá. Era fácil para Esteban decirlo. 

Recordó el tiempo en que era ella la que no quería ver más a Sergei por causa de sus mentiras y sintió vergüenza de sí misma. A diferencia suya, Sergei había luchado mucho por conseguir su perdón. Lo recordó sentado junto a su puerta, esperándola en alguna calle, llamándola por teléfono, y se sintió cobarde de pronto. Con todo esto en mente,  decidió hacer algo al respecto. Nunca había hecho nada por conseguir el favor de un hombre, pero pensó que Sergei valía todos los esfuerzos. Si ya no la quería definitivamente, tendría que aceptarlo; pero no se iba a retirar sin dar la pelea.

Empezó por asistir a los ensayos de la orquesta. Todos los músicos que la conocían la saludaban amablemente y algunos hasta le buscaban charla durante los descansos. Pero Sergei se limitaba a mirarla de lejos.

Luego perfeccionó su estrategia y, convertida en una perfecta acosadora, adquirió el hábito de enviarle flores, con un sólo mensaje en cada ramo: "Hablemos". 

En vista de que ni las flores ni los "hablemos"  parecían tener algún efecto positivo, cambió el mensaje por un elocuente "Te amo, por favor hablemos", pero aún así él no se dignaba a mirarla en los ensayos.

Esteban que se había vuelto confidente de sus avanzadas amorosas, un poco se reía y otro poco sentía lástima. 

- Estás haciendo todo mal, los hombres somos más simples de lo que crees - le decía, entusiasmado - Tienes que ir con ese vestido rojo escotado y simplemente plantarle un beso, así, apasionado, que pierda los estribos. Nada de palabritas ni flores, no hay mejor argumento, te lo aseguro.

- Sergei no es así - respondía Sofía, muy segura, sacándole carcajadas a su amigo.

- Bueno... Tú sigue con tu estrategia. Tal vez el próximo año te hable, cuando nos invite a su matrimonio con una de esas chicas argentinas, ¿te acuerdas de ellas? Yo no he podido olvidarlas. 

Sofía le tiró una libreta por la cabeza, pero, después de reírse, pensó que tal vez tenía razón. Se acercaba la fecha del concierto de navidad y la cena asociada a éste, y como de costumbre, el cuerpo de policía contaba con algunas invitaciones de cortesía. Así que se armó nuevamente de valor, se compró el vestido rojo más provocador que encontró, se arregló el cabello, se maquilló para el éxito y partió hecha una afrodita lujuriosa a quemar sus últimas naves.






El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora