Myeong siempre veía que Yoongi desaparecía al terminar las clases. Le intrigaba saber en qué se gastaba su tiempo.
Y es que ese chico que nunca sonreía le llamaba mucho la atención.
Un día se le ocurrió seguirle hasta llegar a un callejón, un solita...
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—Hasta pronto, Myeongie —Su mejor amiga se despedía agarrada del brazo de su novio para irse a una cita, como casi siempre al finalizar las clases.
Por su parte ella les quedó mirando, ¿qué se sentiría tener un novio? A sus diecisiete, casi dieciocho años, nunca había tenido una pareja, no es que no le interesara, simplemente no le tomaba mucho importancia a ese tema.
Se dio la vuelta para seguir ordenando las cosas en su casillero. Ya era hora de ir a casa y no había casi ninguna alma por ese pasillo. Hasta que lo vio a él, MinYoongi.
Ese chico hecho de hielo al cual nunca lo había visto sonreír, ni siquiera junto a la compañía de sus amigos. ¿Sonreiría alguna vez?
Cerró su casillero y se dirigió a la entrada, ahí se lo encontró otra vez, parado en la puerta principal mirando quién sabe qué. Su pálida piel era iluminada por una suave luz.
Era muy atractivo, lo tenía que admitir, pero no era su tipo, o al menos eso pensaba ella, ¿debía existir un tipo siquiera?, ¿no se supone que si te gusta alguien esa persona es única para ti?
En serio no comprendía de qué trataba todo eso del amor, se veía tan simple, pero ciertamente era más complicado de lo que pensaba.
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se percató de que Yoongi ya se había marchado cuando volvió a mirar en su dirección. ¿A qué lugar iría ese chico?
Vivían bastante cerca, o al menos eso había deducido ya que la mayoría del tiempo pasaban por el mismo recorrido, aunque ya hace un tiempo que él ya no se iba por ahí.
Tenía curiosidad de saber en qué gastaba su tiempo luego de las clases, ese chico realmente le llamaba la atención, no se parecía al resto. Era... diferente.
Salió del edificio rápidamente y lo buscó con su vista por los alrededores, tal vez estaría por ahí, pero lastimosamente no lo vio, se había marchado. Sin más que poder hacer se fue para su casa.
De camino se encontraba una amable señora que en su pequeña tienda vendía dulces, se pasó por ahí y compró unos cuantos, sus hermanitos estarían felices por el pequeño obsequio que les llevaba.
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—¡Llegué! —alegremente habló entrando a su casa— ¿Papá? ¿Mamá? ¿Hermanitos..?
Nadie le respondió. ¿Qué estarían haciendo? Fue a su cuarto a dejar su bolso, en el trayecto no se había encontrado con ningún integrante de su familia.
