Parte 1

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Pobre chica.

Le habían puesto el camisón de las nuevas, para presumir de carne fresca. Estaba asustada, como todas. La empujaron dentro de la sombría habitación y le repitieron a gritos lo que debía hacer. No había que recordar gran cosa, pero las primeras veces siempre lo ignoraban e imploraban. Trataban de abrir la puerta entre llantos, pero eso nunca acababa bien. Le avisaron de que siguiera las instrucciones o pasaría un infierno aún peor del que la esperaba. Al menos fue más lista que otras y dejó de insistir.

La chica no se merecía todo esto, ninguna lo merecíamos. Cada vez que traían a una nueva presa no podía evitar sentir un dolor en el estómago. Ninguna de nosotras eligió esto, nadie lo elegiría. Se podía ver cómo de golpe un día se desvanecía la esperanza en cada una de ellas. Algunas no lo soportaban. Otras tuvieron la oportunidad de escapar, quizá hacia una vida mejor, quizá fueron atrapadas. En cualquier caso desaparecieron para siempre.

Yo llegué a ser la mayor. No querían deshacerse de mí. No sé si eso fue una bendición o una maldición. Después de pasar un tiempo aquí, se empezaba a confundir lo divino y lo infernal. Yo lo sabía muy bien, yo era la prueba de ello. Muchos me criticarán, muchos me despreciarán. Pero, ¿qué más dará? Esto es a lo máximo que puedo aspirar. Esta es mi vida. Y nunca podrán siquiera conocerme, no sé siquiera si soy real.

La nueva cayó de rodillas mirando al vacío, con lágrimas secas en su rostro. Parecía estar en shock. No sería la última vez, eso se lo podía asegurar.

La madera de la antigua habitación crujió, haciendo que la chica se girara bruscamente hacia la amplia y siniestra estancia. Al hacer esto, un par de sus rojizos mechones cruzaron el aire para acabar otra vez cayendo por su espalda. Se habían esmerado en arreglarla lo máximo posible, al fin y al cabo era su primera vez. Y querían que su cabello rojo brillara. A él le gustaba el fuego.

La chiquilla miraba en todas direcciones buscando alguna forma de huir, aunque sabía perfectamente que no la habría. Esa mínima esperanza de escapar se apagaría muy pronto, quizá no hoy, pero no tardaría en consumirse. No había nada que hacer. Salvo aceptarlo. Aceptarle a él. Aunque eso significara morir por dentro. Yo ya había muerto hacía bastante tiempo.

Ellos solo se quedaban al otro lado de la puerta un rato, hasta que notaban que la presa había aceptado su destino una vez más. La puerta quedaba cerrada por fuera, al fin y al cabo, nadie podría abrirla. Y a él no le gustaba que hubiera fisgones cerca.

La única habitación cercana era el pequeño cuarto donde se aseaba y preparaba a las chicas, también allí se limpiaban las ropas y sábanas. Al ser yo la mayor, era la encargada de esos trabajos. Ellos no querían ensuciarse las manos ocupándose de esas cosas.

Ambas habitaciones compartían una pared. Había varios agujeros que las conectaban, y por los que se podía observar lo que sucedía en la otra estancia. Él lo sabía, seguramente los hubiera puesto él. Le gustaba ser observado por nosotras. Se aseguraba de que, en el caso de que alguna de las chicas estuviera en el cuarto de al lado, ésta observara. Repugnante.

A través de esos agujeros pude ver a la chiquilla derrumbarse. Él no tardaría en entrar. Ahora era el momento.

Salí del cuarto, asegurándome de que ellos ya se habían ido, y abrí la puerta con mi propia llave. La nueva chica cerró los ojos con fuerza y se estremeció al oír la puerta abrirse. Seguramente pensaba que era él. La pequeña pelirroja temblaba. Estaba medio desnuda y aterrada. Le puse una mano en el hombro y soltó un gemido sordo. Odiaba ver lo que le hacían a estas chicas, deberían vivir felices muy lejos de esto. Muy lejos de él.

—No te preocupes—le dije con voz suave.

Rápidamente giró su cabeza para mirarme y, tras unos instantes, comenzó a brotar un mar de lágrimas de sus grandes ojos, como si algo acabara de explotar dentro de ella.

—Tranquila, ven conmigo—le susurré mientras la arrastraba con cuidado al cuarto de al lado—. Yo ocuparé tu lugar, no temas nada, ellos no se enterarán. Solo espera aquí y estate muy callada.

Estaba en shock pero parecía haberme entendido. Se acurrucó en una esquina de la pequeña habitación, tapada con varias sábanas. Entonces cerré con llave el cuarto y volví deprisa a la otra habitación, cerrándola también.

Me negaba a dejar que otra chica fuera destrozada, me negaba a dejar que más vidas fueran consumidas por este horror. Para mí ya era tarde, yo ya apenas era una persona. No sentía nada, no tenía ninguna esperanza. Estaba rota. Él me había roto. Él lo había destrozado todo. Él era lo único que quedaba en mí. Ya no quedaba nada. Solo él.

Fuego infernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora