Me preparé como había hecho ya tantas veces. Iba prácticamente desnuda, no es que nos dieran mucha ropa que digamos, solo llevaba una bata de seda roja. Después de tantos años había aprendido a comportarme y moverme para llamar su atención y así poder distraerle de las otras chicas. Estaban más seguras así. Y cuando, como ahora, intentaba retrasar que una nueva presa fuera devorada, debía ser capaz de darle lo que quería para que no echara mucho de menos la carne fresca.
Eché un vistazo rápido a la habitación, no había cambiado mucho en estos años. El suelo era de madera vieja, oscura. Y las paredes estaban forradas con cortinas de terciopelo color vino. Había una gran chimenea, siempre encendida. El fuego era lo único que alumbraba la estancia, creando sombras en movimiento constante. Frente a la chimenea se encontraba una gran cama con gruesos postes de madera oscura en cada esquina, de los que colgaban cortinas a juego con las de las paredes. Esas cuatro paredes que habían visto tantas cosas, y que parecían transmitir el temor y la tristeza que habían presenciado. Al otro lado del cuarto estaba la otra puerta, por la que solo él podía entrar.
Por un segundo, acaricié las molduras de uno de los postes de la cama. Me atormentaban mil recuerdos de esta habitación. Entonces me di cuenta de que caían lágrimas por mis mejillas. Rápidamente me las sequé y me senté en la cama. Él entraría en cualquier momento.
Me bajé la bata, dejando al descubierto mis hombros y parte de mi pecho. "Mente en blanco. Mente en blanco..."
Comencé a oír pasos que se acercaban. Mi corazón empezó a acelerarse. Odiaba que él fuera lo único que me hacía sentir algo así. El pomo antiguo empezó a girar con un chirrido y la puerta se abrió lentamente.
—Vaya, vaya...
Sus ojos con falsa sorpresa y su diabólica sonrisa aparecieron tras la puerta. Me miró de arriba abajo con esa expresión de superioridad en la cara.
—Mira a quién tenemos aquí—le parecía muy divertido—. Una vez más la benevolente heroína se ha sacrificado por las demás.
Intenté mirar hacia otro lado, pero era inútil tratar de evitarle. Me tenía a su merced, yo sola me había metido otra vez en esto. Podía hacer lo que quisiera conmigo, y humillarme era lo que más le gustaba.
—Debe de ser durísimo—dijo burlándose mientras se acercaba a través de la habitación extendiendo los brazos—. Nuestra chica favorita vuelve a salvar de las garras del mal a otra indefensa niña.
Se agachó delante de mí, cogiendo suavemente mi barbilla entre sus dedos, obligándome a mirarle.
—Eres toda una mártir, ¿eh?
Al mirarle a los ojos sentí un pinchazo en el estómago y aparté la vista rápidamente. Le odiaba. Odiaba lo que provocaba en mí.
Se sentó junto a mí, muy cerca, subiendo su mano por mi muslo bajo la bata.
—Sé que en el fondo te encanta, bruja—me susurró con voz grave al oído.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y él soltó una risa satisfecha. Hijo de...
—N-no dejaré que corrompas a otra más...—dije, queriendo hacer ver que su cercanía no me perturbaba. Sin embargo la frase salió como un leve susurro de mis labios, como si más bien intentara convencerme a mí misma.
—Claro que no—continuó con su voz grave, acercando sus labios a mi cuello y acariciándome la pierna cada vez más arriba—. Tú eres la única a la que puedo corromper, ¿verdad?
Oír eso me hizo soltar un gemido que intenté ahogar. Me costaba respirar. Maldita sea, otra vez no.
Levantó con suavidad la mano que instantes antes estaba subiendo por mi pierna y, de un tirón, me arrancó la bata de seda. No me hizo daño ni rasgó la tela, lo hizo sin que apenas lo notara, ya lo había hecho mil veces. Entonces, lentamente se abalanzó sobre mí, haciéndome recostar en medio de la gran cama. No dejó de mirarme a los ojos con esa repugnante satisfacción en la mirada, quería verme sufrir. Yo trataba de apartar la vista hacia un lado, sin saber muy bien qué hacer. Así lo único que hacía era demostrarle lo mucho que me perturbaba, pero tenía la sensación de que, si le miraba, perdería la poca entereza que fingía conservar. Me esforzaba por recobrar el aliento, pero era imposible. Mi corazón iba a mil por hora.
—Sabes que tarde o temprano será el turno de la nueva—dijo con una sonrisa para recordarme que todo esto no serviría de nada.
—No entiendo por qué ella o cualquier otra tiene que sufrir esto—solté, cerrando los ojos para no tener que mirarle—, cuando yo...
Su sonrisa se hizo más grande y perversa.
—Continúa, bruja—se burló.
—C-cuando y-yo...—comenzó a acariciar mi rostro y empezó a bajar por mi cuello. A medida que sus dedos avanzaban, mi piel se erizaba y mi cuerpo se sometía poco a poco a él una vez más.
—Dilo.
Mi respiración entrecortada era cada vez más difícil de camuflar. Cerré con más fuerza los ojos cuando sentí sus labios rozando mi oreja.
—Cuando tú lo disfrutas, ¿cierto?—me susurró, haciéndome suspirar de forma violenta.
—N-no, yo...
En ese momento mordió el lóbulo de mi oreja. Esta vez no fui tan fuerte como para evitar soltar un pequeño gemido.
—¡Aah...!
Se alejó un poco para ver la expresión en mi cara y me sonrió satisfecho una vez más. Cómo le odiaba. Me tenía desarmada, sin poder esconderme de él. Literalmente podía hacer lo que quisiera conmigo. Y lo peor es que yo en ese momento lo habría permitido.
Por fin dejó de mirarme a los ojos y desvió la mirada hacia mi boca, que estaba ligeramente abierta. Con su pulgar acarició suavemente mi labio inferior mientras se mordía levemente el suyo. Sabía que no era buena idea resistirse pero el mínimo orgullo que quedaba dentro de mí me hizo apartar la cabeza. Fue muy mala idea.
Levantó las cejas fingiendo sentirse ofendido, para luego apartarse de mí.
—Bueno—dijo mientras se levantaba, pasándose la mano por los ligeramente revueltos cabellos—, si es verdad que no disfrutas, quizá sea mejor que vaya a buscar a la nueva.
Me quedé paralizada. Mierda.
—Es pelirroja, ¿verdad?—preguntó lanzándome una mirada desafiante sin dejar de sonreír—. Me encantan las pelirrojas.
No conseguía articular palabra. Me estaba manipulando igual que tantas otras veces. Sabía lo que quería de mí. ¿Por qué demonios estaba siendo tan difícil esta vez?
Al ver que yo no reaccionaba, empezó a caminar hacia la puerta.
—Supongo que estará en el cuarto de al lado como siempre, ¿me equivoco?—dijo dándome la espalda—. No has desaprovechado la llave que te di.
Puso la mano sobre el picaporte y se dispuso a abrir con su llave. ¡¿Por qué demonios yo no reaccionaba?!
La puerta se empezó a abrir.
—¡Espera..!—dije por fin alargando el brazo, aún tirada en la cama.
En ese instante, esa asquerosa sonrisa volvió a formarse en su rostro. Cerró la puerta y se volvió para mirarme. Un par de lágrimas querían escapar de mis ojos pero hice lo que pude por retenerlas.
—Ven aquí—dijo riendo con sus aires de superioridad—. Despacio.
Me levanté lentamente, y solo entonces fui plenamente consciente de que estaba totalmente desnuda. La habitación quedó en silencio por unos instantes, solo cortándolo el sonido del crepitar del fuego. Las llamas parecían querer escapar de la chimenea, agitándose y tiñendo así las paredes de un rojo oscuro aterrador. El fuego reflejaba en sus ojos una voraz y repugnante locura. Él sabía que yo era suya. No había otra opción. Jugaba conmigo como si yo fuera su muñeca. ¿Y quién se atreve decir que no lo fuera?
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Fuego infernal
Fanfiction"Las llamas parecían querer escapar de la chimenea, agitándose y tiñendo así las paredes de un rojo oscuro aterrador. El fuego reflejaba en sus ojos una voraz y repugnante locura. Él sabía que yo era suya. No había otra opción. Jugaba conmigo como s...