Mi cuerpo se estremecía bajo el suyo. Maldita sea, estaba tan indefensa. Seguíamos juntando y separando nuestros labios entre jadeos. Este hombre era demasiado para mí. De pronto mordió mi labio inferior y sentí una explosión de sensaciones en el estómago.
—Joder...—gemí.
Él rió.
—Cuidado con esas palabras, bruja—dijo mirándome de forma perversa, levantando una ceja—. ¿Acaso tratas de darme ideas?
Entonces comenzó a bajar con sus labios por mi barbilla y mi cuello, para luego recorrer mi pecho, dando pequeñas mordidas. Yo fruncía el ceño y gemía a cada roce suyo en mi piel. Una vez más me abandoné al placer que él me provocaba. A él le encantaba que me rindiese.
Con sus manos acariciaba mi cintura a medida que jugaba con sus labios en mi vientre. Cada vez sentía más calor, el fuego se adueñaba de mí. Podía sentirlo avivarse más con cada roce. Arquee mi espalda, tratando de acercarme más a él, necesitaba más, desesperadamente. Le necesitaba a él.
—¡Aah!—gemí al sentir sus labios recorrer la parte interna de mi muslo. Yo seguía tirada en la cama, indefensa. Él se movía entre mis piernas como si fuera su territorio.
Maldita sea, cómo le gustaba hacerme sufrir.
Con su lengua recorría mi muslo de arriba abajo, despacio, torturándome una vez más.
—Aah... Por favor...—suspiré, descompuesta por el deseo de que siguiera, de que me hiciera suya.
Él se limitaba a sonreír y darme pequeñas mordidas.
—¡Aah...!—ya no podía más, era demasiado para mí. Mi piel era demasiado sensible a su tacto. Sentía que iba a explotar en cualquier momento.
Mis manos se aferraban a la colcha mientras mi cuerpo se tensaba más y más.
Podía sentir el fuego consumiéndome por dentro cada vez más rápido cuando de repente...
—Bueno, creo que ya has tenido suficiente—dijo con su estúpida sonrisa satisfecha.
—¿Q-qué...?—apenas podía articular palabra, la cabeza me daba vueltas.
Él se levantó, dejándome tirada en la cama sin poder reaccionar. Trataba de recobrar el aliento pero era imposible.
—¡E-espera...!—se me escapó.
Se volvió a poner su gabardina negra, con sus ojos clavados en mí con esa mirada que tanto odiaba. Le encantaba verme tan indefensa. Era un sádico manipulador. ¿Cómo había conseguido una vez más que me sometiera de forma tan humillante? Maldita sea... lo peor de todo es que seguía deseándole, quería que siguiera jugando conmigo, que me hiciera sentir ese fuego otra vez... ¡¿Qué demonios me pasaba?!
—Hoy ya no tendrás que seguir soportando esta... ¿"tortura"?—dijo con su sonrisa diabólica—. Porque eso es lo único que soy para ti, ¿verdad?—volvió a inclinarse sobre mí, haciendo que mi cuerpo volviera a tensarse—. Un... "torturador".
Sus labios volvieron a estar a milímetros de los míos. Yo, estúpida de mí, cerré los ojos, totalmente dispuesta a que hiciera lo que quisiera conmigo. Él soltó una risa satisfecha y se encaminó hacia la puerta.
Yo me senté en el borde de la cama, tratando de recuperarme de todo lo que acababa de pasar. Me sentía tan usada, tan humillada... como siempre. Él despertaba esto en mí, esta vorágine de deseos, esta especie de caos infernal en mi cabeza y mi alma. Era un demonio, un maldito demonio.
—Tú... ¿las haces sufrir así a todas...?—pregunté en un susurro.
Él se detuvo y, con la mano en el picaporte, giró su cabeza para mirarme.
—No—dijo con su mirada orgullosa de siempre—, puedes sentirte especial—se burló.
Abrió la puerta y, justo antes de salir, añadió con su maldita sonrisa:
—Al fin y al cabo, eres mi favorita, bruja.
La puerta se cerró tras él.
...
Me quedé mirando la puerta unos instantes... visualizando su rostro pronunciando esas palabras... Maldita sea... ¡Maldita sea!
¡No debería sentirme así! ¿Por qué demonios esas palabras me hacían sentir tan...? Estaba tan indefensa ante él... ¿Cómo era posible que alguien tan horrible me atrajera tanto...? No podía hacer nada, ¡no era mi culpa!... ¿verdad? Yo... al fin y al cabo, ¿qué podía hacer? Él era lo único que me hacía sentir... algo. Él me había roto, pero solo él podía hacerme sentir completa de nuevo. Él me hacía vivir en el infierno, pero conseguía llevarme al cielo sin ningún esfuerzo...
De cualquier modo, ésta era mi vida, y la de las demás aquí... dejar que juegue con nosotras a su gusto y tratar de soportarlo, ¿quién podía juzgarme? Después de todo... tenía más suerte que las otras chicas. Yo... le odiaba, le odiaba tanto... pero... ¡Aggh! No podía seguir intentando convencerme a mí misma... Yo lo... disfrutaba... ¡Sí, lo disfrutaba!...
Supongo... que es lo máximo a lo que podía aspirar... las otras chicas lo sufrían mucho más que yo. En cierto modo... era una bendición que me gustara...
No estaba orgullosa, odiaba sentirme así. Era horrible, ¿no? Pero... yo no podía hacer nada para evitarlo. Y en el fondo... no quería hacer nada para evitarlo.
Cuando me intercambiaba con las otras... ¿lo hacía para que ellas no sufrieran?... ¿O acaso lo hacía porque yo quería sufrirlo? Ni yo misma estaba segura...
Me recosté de nuevo en la cama, rememorando lo que había pasado solo unos minutos antes...
—"Su favorita"...—suspiré.
Un agradable escalofrío recorría mi cuerpo al pensarlo... Maldito hijo de...
Sacudí mi cabeza para intentar alejar esos pensamientos. Respiré hondo y recogí del suelo mi bata de seda. Pronto ellos volverían para llevarse a la nueva, tenía que darme prisa.
La chica se había quedado dormida entre las sábanas del cuarto de al lado. No me extrañó, debía de estar agotada por la tensión. Me alegraba de que no hubiera sido testigo de todo aquello...
La desperté con cuidado y le dije que esperara en la habitación, que pronto vendrían a por ella y que no le pasaría nada. Parecía más tranquila que antes: por hoy el peligro había pasado. Sabía que no podría protegerla para siempre, tarde o temprano le tocaría a ella, como a todas, pero trataría de salvaguardar su alma cuanto fuera posible. Yo... hacía ya mucho que no era dueña de la mía... Mi alma, mi esperanza, mi cuerpo, mi mente... todo mi ser... le pertenecía a él.
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Fuego infernal
Hayran Kurgu"Las llamas parecían querer escapar de la chimenea, agitándose y tiñendo así las paredes de un rojo oscuro aterrador. El fuego reflejaba en sus ojos una voraz y repugnante locura. Él sabía que yo era suya. No había otra opción. Jugaba conmigo como s...