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—¡Hawk-chan!¿Donde estás, Hawk-chan?

—Él no vendrá, está enojado porque dije que lo cocinaría si seguía interfiriendo en la mudanza de tu habitación.— confesó Meliodas con los ojos cerrados quitándole importancia con movimientos de mano al cerdo.

—¡Meliodas-sama! ¿Cómo va a hacer eso? —le reprochó la princesa. —Él se pone muy mal con esas cosas... —negó con la cabeza.

—No importa Elizabeth, ya aparecera, vamos, —se movió velozmente y agarró a la chica desprevenida en brazos. —conmigo te divertiras más.

Su voz claramente hablaba de lo interesante que podía ser tocarla en público sin que lo retara su compañero de trabajo. Hawk era adorable, pero el que se interpusiera entre sus manos y los pechos de la princesa no era bueno.

—Meliodas-sama, ¿qué compraremos?

—Todo lo que quieras, la recaudación del sombrero de jabalí del mes pasado fue dividida y lo nuestro llega a unas dos mil monedas de oro si las juntamos. —contestó alegre, estaba bastante contento.

—¿Por qué tenemos tanto? —preguntó sorprendida.

—No hemos comprado nada inecesario y como Arthur nos llamó aquí la taberna está fuera de servicio y los víveres los repuso el castillo. Entonces las ganancias fueron del cien por ciento. Cada uno que trabaja recibió mil monedas. —explicó de forma infantil.

Caminar con la princesa en sus manos no era problema alguno para el pecado, pero resistirse a sus pechos rebotando a cada paso, si lo era. Por eso miraba al frente y no a la chica que estaba abajo. Elizabeth se molestó pensando que la ignoraba.

—¿Puede bajarme?

—Nop, no puedo y no quiero. —que fuera infantil en ocasiones era molesto para la de pelo plata. Pero su dulce sonrisa quitaba esos pensamientos.

—¿Por qué, Meliodas-sama? —si no lo haría por lo menos que le explicará. —¿O podría decirme por qué no me quiere ver?

—Porque si lo hago... Nos perderemos el día de compras... Y no te dejaré salir de nuestro cuarto en lo que resta del día. —era un tono diferente al que siempre usaba para hablar con ella.

—No lo entiendo, Meliodas-sama.

El nombrado bajó a la princesa dejándola libre de caminar por su cuenta, pero libre no era realmente. Comenzó a tocarle los pechos desde su espalda y respirar en su cuello. Llevandola contra la pared del pasillo.

—¡M-meliodas-sama! ¡El día de compras!

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Una triste gigante se encontraba sentada a la orilla del lago, usaba sus rodillas para apoyar sus codos y desde allí miraba el agua a sus pies. Estaba preocupada porque su compañero aún no la perdonaba por lo que le había hecho días atrás.

—Por favor, King... Solo fue una bromita... Y ya pasó una semana.—el infantil habla junto al hecho que conversara en susurros con su reflejo no la ayudaba.

El chico hada no le hablaba y se disponía a trabajar en su pueblo y proyecto todo el día desde hacía ya siete de ellos. La saludaba ocasionalmente y de una forma fría. La morena comenzaba a extrañar que la tratara tan bien, y pensaba en regresar a Camelot con el resto de su división.

—¿El capitán me recibirá bien si llego despues de desaparecer por tanto y no decir nada...? —se preguntó sola, como solía hacer desde que era ignorada. —No... Seguramente ni se percató de que no estamos, debe estar divirtiéndose con Elizabeth.

Su aura se volvió sombría, estaba realmente triste. Sentirse pequeña no era su costumbre, pero así se veía ahora, más diminuta que la princesa, el capitán o King.

Un Verdadero Rey para Camelot (Meliodas x Elizabeth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora