♥8♥

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Ese beso tan dulce encendió en Meliodas las ganas de tener más de ella, pidió permiso para entrar en su boca, la chica no puso resistencia, eso le gustó y la inundó. La sensación fue electrizante para ambos. Por lo que su agarre fue más fuerte, Elizabeth sintió la presión y abrió sus ojos. Se separaron. Estaba completamente roja y un tanto aturdida.

—Meliodas-sama... —susurro con los labios rojos.

Esa imagen despertó a su demonio interno. Ellie sonrojada, con los labios hinchados y mojados, vestida de mucama pronunciando su nombre suavemente. Sin pensarlo dos veces alzó a la princesa de los muslos y la subió a la mesa, allí la beso apasionadamente mientras la marca de su frente se hacía presente. Quito su camisa y dejo ver que la marca ya llegaba a sus ojos, que estaban oscurecidos por su transformación y por deseo. Elizabeth no se resistió estando acostada en la mesa con Meliodas parado entre sus piernas.

—Te amare aunque seas un demonio Meliodas-sama, —fue lo único que dijo la chica— lo juro.

El poseído la beso con locura mientras volvía a su estado normal. Al regresar en sí y ver esa imagen, solo toco los pechos de Elizabeth un tanto sonrojado, para volver a ponerse su camisa y salir de la habitación, e ir a sentarse en el pasto. Estaba avergonzado por perder el control.

En el interior, la chica estaba conmovida y feliz, su compañero de descanso acaba de decirle lo que siempre quiso oír. Que la amaba. Estaba tan roja que parecía un tomate recién madurado. Sin entender muy bien lo que hacía acomodo sus ropas y las del capitán, comenzó los preparativos para la comida. Con algunas clases de Ban ya no cocinaba tan horrible.

Afuera, Meliodas se agarraba la cabeza con ambas manos, estaba muy preocupado, sí volvía a perder el control no sabía que pasaría, las palabras de Ellie lo habían traído de vuelta "Te amare aunque seas un demonio, Meliodas-sama, lo juro." Ella era única, hacia tres mil años que lo único que hacía era pensar una forma de romper su maldición. Vivir eternamente era un dolor insoportable, pero mayor era verla morir a sus ojos.

—¿Meliodas-sama?

La joven lo saco de sus pensamientos. Estaba a las espaldas del rubio, se arrodilló detenidamente y acarició su suave cabellera, entrelazando sus dedos con los mechones claros. Sonrió cuando se dió vuelta, pero no reaccionó cuando él se abalanzó sobre ella. La tenía encerrada entre sus brazos, estaba casi sentado sobre su cadera y a unos pocos centímetros de sus labios.

—¿Me amas Elizabeth? —su voy era risueña, anhelante, deseosa y suave.

—Si... —sus sonjoradas mejillas se elevaron en una pequeña sonrisa y se mancharon con unas pequeñas lágrimas.

Meliodas la beso, allí, sobre la verde hierba, con los ojos cerrados, sin ningún miedo ni peligro, bajo su cuerpo estaba la mujer que más amaba. La real.

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El castillo se movilizaba con gran agitación, estaban nerviosos y preocupados.

—¿Y el capitán? —King estaba medio dormido, pero el ruido del lugar lo despabilo.

Al no conseguir respuesta de nadie se fue refunfuñando hasta la habitación de su superior y Elizabeth. Nadie respondió a los llamados.

—Ellos no están. —la voz aguda del niño vino de abajo, por lo que King dejo de flotar y toco el piso. —mis papás se fueron de viaje.

—¿Tus qué? —estaba confundido, Estarossa, ahí presente le había dicho algo sin sentido.

—P-perdon, —sus mejillas se sonrojaron levemente apenado— mi hermano y Elizabeth-san no están, se fueron de viaje.

Un Verdadero Rey para Camelot (Meliodas x Elizabeth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora