Las Cadenas de la Muerte Re-Make

Capítulo 1: Despertar

La historia que he de narrar, puede parecer tonta a ojos de muchos, macabra a ojos de otros... sea cual sea la interpretación que le den, es mi historia; mía y de nadie más. Yo cargo con la felicidad, la tristeza y la culpa; no pediré que me entiendan ni que me perdonen; porque puedo arrepentirme de muchas cosas, pero no de estar viva, así vivir signifique ser un monstruo...

Hay detalles que no sé con exactitud, en mi infancia muchas fueron las versiones que conocí sobre mi nacimiento. A algunos sirvientes les gustaba inventar relatos de cómo vine al mundo entre la sangre de un demonio, por medio de un rito satánico y cosas por el estilo.

Yo preferí apegarme a la versión de mi madre, que poseía un aura de misterio encantadora; no sé si lo hacía con ánimo de intrigarme o si era su forma particular de narrar, pero, amaba escuchar su relato:

–Mi niña... ¿Aún no lo sabes...? Naciste en una noche de tormenta ¿Cómo olvidarla? los truenos hacían crujir las paredes y la ventisca azotaba los cristales de mi recámara. A pesar de la intensidad del diluvio, de vez en cuando era posible ver la luna entre la tempestad, una hermosa luna de sangre, que brillaba como un rubí. El ambiente era tenso, se respiraba un aire pesado y frío, de gusto amargo. Por algún motivo que aún hoy me inquieta, sentía que, en lo profundo de la tempestad, dormitaba un ser que no era de este mundo.

Fuiste mi bendición después de un largo suplicio, tus llantos lo silenciaron todo, una niña de piel deslumbrante, con cabellos blancos, finos como la ceda... Al verte a los ojos, supe que eras especial, esos ojos tuyos llevan el rojo escarlata... son ojos de sangre, iguales a la luna que te vio nacer.

A estas alturas sigo sin comprender cuales eran sus intenciones al contarme esa historia; sobre todo, porque, para una niña educada en la fe católica, fanática de las leyendas de héroes y demonios, resultaba muy inquietante ¿Cómo no alarmarme...? Yo era ingenua y extremadamente inocente, creía todo lo que me contaban y me asustaba con facilidad. Crecí encerrada en el palacio del que mi madre era dueña, rodeada de sirvientes obedientes, que, aunque cumplían mis deseos, jamás representaron una verdadera compañía; muchos de ellos me evitaban, me ignoraban o me rechazaban con pretextos, otros tantos, se entretenían asustándome con la supuesta maldición que yo cargaba; estoy segura de que todos me temían... Tener el cabello blanco y los ojos rojos, significaba llevar a cuestas el estigma de demonio...

A pesar de eso, mamá me cuidó y amó como si fuera lo más importante en su vida, me enseñó a leer y a escribir e incluso me transmitió las nociones básicas de las matemáticas, llegué a quererla más que a nadie. Ahora que soy consciente de mi situación, entiendo que era más factible que me sacrificaran justo después de nacer... pero ella intervino; su autoridad como soberana me salvó.

Al crecer, comencé a desarrollar habilidades que, lentamente, sobrepasaron la lógica: Mis sentidos se aguzaron; al concentrarme, no me era difícil escuchar todas las conversaciones en el palacio, ver en la oscuridad como si fuese de día o sentir el olor del rocío en el jardín exterior. No me cansaba, casi no dormía, casi no comía. Mi piel se hizo tan resistente, que ni punzándome con un cuchillo era capaz de cortarla; con esto, olvidé el significado del dolor físico. Pero, sin duda, las cualidades que más terror causaron en los sirvientes, fueron mi fuerza y velocidad: derribaba muros de granito y árboles por rabietas infantiles y para escapar del regaño, podía correr tan rápido, que en un instante estaba en el ala opuesta del palacio.

–¡Sabes que eres diferente! ¡Debes controlarte Helen...! –Gritaba mamá, al enterarse de mi mal comportamiento–. Hija, recuerda que esta gente es buena pero también es ignorante... –continuaba con un tono más dulce y conciliador–. Todo lo que no entienden los asusta y cuando algo los asusta, comienzan a odiarlo... Mi niña, no quiero que te rechacen por ser como eres.