Otro día había comenzado, no había ninguna variación en mi rutina: me despertaba, los gritos se hacían presentes, el ruido de los golpes llegaba a mis oídos y el día avanzaba. Me empezaba a irritar la monotonía que abarcaba en su totalidad mi día.
Tan pronto abrí mis ojos, el estruendo de un golpe, seguido de un grito desgarrador llegó a mis oídos, haciendo que despabilara al instante. Mi corazón empezó a latir frenéticamente. No sabía qué pasaba está vez, pero tenía que tranquilizarme, no podría pensar con claridad estando alterada.
El llanto de mi madre se hacía cada vez más fuertes y los gritos de mi padre más frecuentes."¡No sirves para nada!"
"Deberías morirte, ¿cómo puede ser que personas tan idiotas y mediocres sigan habitando este mundo?"
"No vales nada"
"Gracias a mí es que tienes un techo y comes, pero no te lo mereces"¿Sería toda la vida así? ¿Qué error tan grande cometí para tener que pagar constantemente esto?
Me vestí y salí de mi recámara para ir a desayunar algo. Me dirigía a las escaleras, cuando fui interceptada por esa figura masculina que tanto desprecio me generaba.
–¿A dónde crees que vas – expresó mientras jalaba mi cabello para atraerme a su cuerpo.
El miedo me petrificó. No fui capaz de responder algo tan simple como: a la cocina.
El estruendo de su palma estrellándose contra mi mejilla me hizo salir de mi pequeño trance.
–¡Te estoy hablando! Sabía que tuve que haber convencido a tu madre de que abortara tan pronto supimos que estaba embarazada! – Sentí mis ojos humedecerse poco a poco y las lágrimas empapar mis mejillas. No lloraba por sus palabras tan hirientes, sino por la impotencia que sentía al no poder responderle nada.
Soltó mi cabello con furia y aventó mi cuerpo hacia delante. Fue mucha suerte que no rodara por las escaleras.
Aquella persona que antes llamaba padre, se metió de nuevo a su habitación mientras el coraje y la ira lo consumía. No sin antes dirigirme una mirada de asco y desprecio. Me quedé en el lugar donde caí: La gente siempre decía que te acercaras a Dios, que resolvería tus problemas sin dificultad alguna y que te colmaría de buena suerte y felicidad.
¿Dónde estaba ese Dios cuando lo necesitas? Me esmeré en seguir la doctrina que me habían impuesto desde pequeña, pero sólo vi que a mí no me funcionaba acercarme a esa divinidad que prometía buenas cosas.Tras unos minutos en trance, me levanté y seguí mi camino hacia la cocina. Al entrar noté que mi mamá estaba en la esquina, frente a la estufa cocinando.
Cuando llegué a su lado, me di cuenta de que el lado derecho de su cara estaba lleno de sangre y con varios moretones. Me dolía verla así, pero no podía hacer nada y eso me afectaba aún más.
–Hola, mi niña. – me saludó al notar mi presencia. Cuando vio mi mueca de preocupación, acarició mi cara – No te preocupes, pequeña. Ya verás que pronto todo cambiará y seremos felices como antes. – continuó haciendo la comida.
No pude hacer más que abrazarla tan fuerte como mis brazos me permitían para tratar de transmitirle todo el amor que sentía por ella. Le di un beso y le dije que volvería en un rato y salí de la cocina.
Me dirigí al exterior para dar una vuelta por la cuadra y despejar un poco mi mente. ¿Qué podía hacer para tener una vida normal como cualquier adolescente?
Me empezaba a agobiar el hecho de que todo en mi vida parecía ir cuesta abajo y lo único que me aferraba a este mundo era mi progenitora, la persona que se ha esforzado desde que tengo memoria, en darme una vida más que decente.
Mi corazón empezó a latir y mi estómago empezó a doler. Un mal presentimiento se empezó a expandir por todo mi pecho y algo me decía que tenía que volver a mi casa.
Tras unos segundos de estabilización, comencé mi camino de regreso y con cada paso que daba, el dolor en mi estómago se incrementaba. Empecé a sentir ganas de llorar mientras la desesperación se asentaba en mi ser.
Llegué y abrí la puerta con cautela; pero no percibí ningún ruido y eso solo contribuía a poner mis nervios de punta. Fui a la cocina a buscar a mi mamá, pero solo la encontré tirada en el suelo, con su bellísimo rostro machacado a golpes y su hermoso cuerpo con varias contusiones.
No podía dar crédito a lo que mis ojos veían. Las lágrimas no salían, sólo estaba ahí, observando el inerte cuerpo de mi mamá. En eso él llegó y el pánico se apoderó de mí.
– Levántate ahora mismo – dijo al instante en que agarraba mi brazo y me jalaba – Lo que ves a tus pies es solo la muestra de que soy yo quien manda en esta casa y que no tienes derecho, ni tú ni nadie, a interrogar mi autoridad. A partir de ahora las cosas van a cambiar. – Habló al número de emergencias para que vinieran por el cuerpo de mi mamá y aprovechó mi shock para mentir descaradamente sobre la causa de muerte del ser más puro, mi madre.
Horas después me encontraba completamente sola en la casa, él había salido para distraerse y liberarse de la tensión que generó el evento recién ocurrido.
Mi recámara fue el testigo de mi profunda tristeza y del pesar que sentía en mi corazón. Mi mamá ya no estaba y ya no había nada que me hiciera quedarme en este mundo podrido.
Mi mamá tenía la esperanza de que llegaría el día, tarde o temprano de que la situación cambiaría y su actitud hacia nosotras sería diferente... Pero se equivocó y su idea la llevó a que le arrebataran su vida.
Me levanté de mi cama y me dirigí al baño. Había una botella de vidrio en la tina. De pronto se empezó a ver muy llamativa.
Llené la tina y me metí, rompí la botella y fijé mi vista en ella por unos pocos minutos. Era la única forma de dejar de sentir tanto dolor.
Entonces comencé, mi brazo sangraba mucho y había dolido como el infierno, pero incluso este dolor se quedaba pequeño a lado de todo el que había sentido por tantos años. Continúe con mi labor y dejé la botella flotar en la tina.
– Ya casi llego, mamá. Solo aguanta un poco más y nos iremos juntas – miraba el techo con una sonrisa nostálgica mientras una lágrima se abría paso por mi cara. – Lamento decirlo, pero las personas no tienen la capacidad de cambiar.–
Puntos negros, cada vez más grandes, abarcaban mi campo de visión. Mi dolor se drena a rápidamente mientras la sangre lo hacía. Solo un poco más y ya se acabaría todo. Todo cambiaría cuando las luces se apaguen y todo se vuelva negro.
Unos brazos me rodearon. – Vámonos, amor. –
Me separé de ella y la vi. Lucía hermosa, su carita sin golpes, no había dolor. Me vi a mí misma, ambas vestidas de blanco. Solo se sentía paz.
Su mano se hallaba estirada en mi dirección. La tomé y juntas caminamos hacia el horizonte, donde el sol se escondía y a la vez nuestra felicidad llegaría.
Entonces juntas emprendimos nuestro caminos hacia la utopía, perdiéndonos en el campo, hacia los últimos rayos del sol.
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Todo cambiará
Science FictionTodo cambiaría y pronto iríamos hacia la utopía, donde el dolor y la tristeza no existen. Solo nos tenemos la una a la otra y la felicidad nos bañará por la eternidad.