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Oikawa continuó decaído el resto de períodos antes del segundo receso, sus pensamientos desviándose continuamente hacia el final del día, cuando Kuroo comenzara a estar en una relación.
¿Podría haber sido él? No, no lo creía, pero dolía en partes iguales. Se dedicó a amar y perder sin intentar hablar con Kuroo porque era mejor verlo ser feliz con alguien más a tener que soportar ver desvanecer su amistad.
—Ya déjalo— Iwaizumi estaba comenzando a mostrar su molestia—. No pudiste decirle la verdad, ahora déjalo estar.
—Es más sencillo decirlo que hacerlo— bufa, dejando caer su rostro sobre el libro que tenía enfrente.
La clase vacía, con el sol bajando lentamente solo le hacía sentirse peor.
—¿En verdad eres mi voz de la consciencia? Porque no ayudas en nada, Iwa-chan— llora Oikawa, retorciendose en su miseria.
Girando los ojos, Iwaizumi se sienta en el escritorio frente a Oikawa, para observarlo fijamenta, haciéndolo sentir nervioso. Por lo general, su mejor amigo solo dejaba escapar un golpe y se iba, sin ser de gran ayuda.
—¿Sabes quién sería de gran ayuda? Ushijima— le dice, totalmente serio—. No estoy molestandote, él sabe bien cómo llegar al corazón de las personas.
—Antes muerto.
—Ya lo estás— hay dagas afiladas en su voz—. No me importa si lo quieres o no, solo tienes que escucharlo.
Sacando su teléfono móvil, Iwaizumi se apresura a marcar el número del gran águila, el sonido de la llamada hace que Oikawa por fin levante el rostro.
—¿Hajime?— no consigue quejarse antes de que Ushijima conteste— ¿Pasó algo?
—Necesito saber algo desde tu perspectiva— la sonrisa de Iwaizumi se extiende, como cosa rara— ¿Tu crees que a Oikawa le guste Kuroo?
El silencio se extiende por la línea, siendo vergonzoso para Oikawa hasta el punto de desear morirse. Por primera vez, el gran Rey no podía formular ni una sola palabra.
—Sí, ahora que lo pienso, diría que sí— la respuesta de Ushijima, tan plana y honesta, llena de pavor al muchacho.
—¿Y será posible que sea correspondido?— la sonrisa de Hajime se había tornado maquiavélica—. Digo, eres el mejor para analizar comportamientos, así que sería bueno saber si vale la pena que Oikawa lo intente.
Una corta risa sale del teléfono.
—Oikawa es un cobarde por no intentarlo hasta que ve cómo se lo están robando— la gruesa voz de Ushijima, diciendo eso, sonaba increíble— ¿Por qué no intentarlo? No hay nada que perder, si no lo intenta ahora no lo sabrá nunca. Además, todos sabemos que Kuroo tiene una debilidad por él.
—¡¿Qué?!— todo el aire contenido del chico sale en ese momento.
—Tuviste que ir a Shiratorizawa— es lo único que dice antes de colgar.
—Bueno, ya lo escuchaste— Iwaizumi se levanta del asiento, chocando las palmas de sus manos—. Ve por él, cobarde.
Lo empuja fuera de la silla, como todo mejor amigo haría en una situación como esa. Iwaizumi siempre había sido así de rudo con él, incluso comenzaba a ver positivamente esa forma en la que su amigo de la infancia lo llamaba a la acción.
Sentado sobre el frío suelo, Oikawa solo ve la suela del zapato de Iwaizumi rozar el suelo con pereza.
─¿Qué esperas? ¿A que una linda chica lo conquiste con palabrería adolescente? ¡Apresúrate, idiota!
Sus rodillas se flexionaron, sus piernas se movieron a una velocidad cegadora mientras el corazón le latía desbocado, totalmente entregado a la emoción que en ese momento le inundaba el pecho.
Salió del edificio, apenas siendo consciente de que él no sabía donde se encontraba Kuroo a ciencia cierta, pero algo en su interior gritando que las bancas situadas en la parte posterior del edificio eran un lugar bastante atinado para la confesión.
Allí lo encontró, parado bajo el árbol de cerezo, con las manos ocultas en la chaqueta roja característica de él. Le daba la espalda, pero no podía perder un solo segundo más en pensar lo que sería correcto para proceder en su acto de desesperación.
Oikawa lo quería suyo, no de una dulce chica que lo tratase como un príncipe.
Hasta que se encontró lo suficientemente cerca notó que llevaba los auriculares puestos, pensando que sería maravilloso poder practicar sus primeras palabras con él al frente sin escucharlo totalmente, únicamente mostrando su timidez en el momento en que tomó parte de la tela de su chaqueta para llamar su atención sin que él se diese la vuelta o se quitase los audífonos.
─Estoy enamorado de ti─ fueron las primeras palabras que salieron de entre sus labios, toda la soltura apareciendo por creer que no se encontraba escuchándolo aún─. Llevo mucho tiempo esperando para decírtelo, pero fui demasiado cobarde como para decírtelo antes que una chica de otra clase.
Sintió la forma en que Kuroo se tensó bajo su toque, viendo en cámara lenta la forma en que se giraba, soltando la tela roja para permitirle el movimiento entero.
Su corazón dejó de martillare en los oídos, todo peso de su confesión saliendo sobre sus hombros, sintiéndose eternamente más liviano. Le sonrió con ternura, al fin consiguiendo la fuerza suficiente para confesarse bien.
Hasta que notó la ausencia de sonido proveniente de los audífonos que Kuroo ahora llevaba entre los dedos. Él en ningún momento había frenado una música inexistente, porque solo se encontraba aparentando escuchar para que nadie se acercara a molestarlo.
Oikawa lo noto un poco tarde, subiendo la mirada solo lo suficiente para notar los enormes ojos felinos posados sobre él con sorpresa.
Mierda, se lamentó mientras la vergüenza se lo comía de dentro hacia afuera.
Su reacción involuntaria, lo que más tarde culparía a su instinto, sería la decisión de echarse a correr lejos de Kuroo al más puro estilo de los animes shojo que él disfrutaba de ver en sus tiempos libres.
Con el corazón en la mano y el entendimiento golpeándole con fuerza, Oikawa Tooru huyó del lugar donde había realizado la confesión de su amor al único chico del que se había enamorado.
Oh Dios mío, pensaba mientras sus piernas se movían lo más que le permitían.