Capítulo 31. Pum pum, te habla el corazón.

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Debo admitir que estaba nerviosa.
Moría de nervios.
Y estaba muy emocionada también.
Aunque mucha gente me dio el mismo consejo.
"No te ilusiones de más"
Me quitaron un poquito de mi emoción.
Pero finalmente la gente nunca va a entender mi sentir.
Así que no me preocupe.
Estaba completamente feliz.
Con los pies en la tierra.
Sabía que la salida solamente era para agradecerme, pero de todas formas yo estaba contenta.
Mis acciones habían creado ese momento.
Recuerdo haber planeado días antes la ropa que iba a ponerme.
Y el maquillaje que quería hacerme.
Sinceramente no esperaba nada y esperaba todo a la vez.
Llego el día y la hora en que nos veríamos.
Moría de nervios.
Me temblaban las piernas.
Y sentía una sonrisita muy sútil, que se me escapaba.
Entonces, lo vi.
Se veía tan lindo.
Sentadito en un rincón, esperándome.
Se le miraba contento.
Llegué con mi perfume que olía bastante suave y dulce, si fuese un color, sería rosa pastel.
Tarde unos segundos para acercarme a saludarlo, pues me gustaba mirarlo.
Y así fue como me acerque a darle un tierno beso en la mejilla y un cálido abrazo.
Nos fuimos.
¿A dónde me llevaba ese chico que tanto me gustaba? 
No tenía idea.
Pero algo dentro de mí me decía que la espera valdría la pena. 
Y lo valió.
En el camino platicamos de miles de cosas, desde porque no nos gusta el calor, hasta por qué estamos solteros.
Llegamos.
Había mucha gente para pasar a aquel lugar.
Me pregunto si mejor íbamos a otro lado.
Le negué con la cabeza y después le dije que esperáramos, que no había prisa.
Entonces, en el tiempo de espera, platicamos de la primera vez que nos hablamos.
De cómo me recordaba.
Y de cómo empezamos a conocernos.
Cosas tan simple y tan profundas a la vez.
Turno de pasar.
No te miento, era un lugar bellísimo.
La vista era de lo más hermoso que había visto en casi toda mi vida.
Se podía ver desde arriba a tanta gente que se veía tan pequeñita.
Y los árboles tan verdes y tan grandes.
Los edificios.
El cielo.
Las nubes.
Todo.
No había ningún otro lugar donde quisiera estar en ese momento que no fuese ese.
Pasamos un rato muy agradable.
Platicar fue casi todo lo que hicimos.
Pero para ser brutalmente honesta, hablar con él me gustaba muchísimo.
Su forma de pensar me encantaba.
Verdaderamente es un niño fuera de este mundo.
Me mostró sus canciones favoritas.
Le mostré las mías.
Nos reímos.
Pero sobre todo, nos mirábamos fijamente a los ojos.
Como si nuestras miradas dijeran más de lo que nuestras palabras pudieran decir.
Como si en una mirada, nos robáramos un beso.
Como si mis ojitos que solo podían prestarle atención a él, lo atraparan en un mundo diferente.
En mi mundo.
Unos ojitos color verde, acompañados de un pequeño movimiento de hombros por lo feliz y emocionada que estaba.
Que en el fondo, lo volvía loco.
Poco a poco fue bajando el sol.
Y con él los hermosos colores que iluminaron el cielo.
Rojo, naranja, rosa y morado.
La luna.
Como me gustaba admirar la belleza de la luna.
Había escuchado decir por ahí, que la luna también llora, al saber que jamás podrá tocar al lobo.
Pero... creo que el amor entre la luna y el lobo los mantiene unidos puesto que es más fuerte y más grande que la distancia.
Y mirando a la increíble vista. 
Pregunté.
-¿Qué te da miedo?-.
Mi pregunta trajo consigo una muy larga y profunda explicación de aquel miedo.
Que para ser sincera, entendía bastante bien.
Me lo explico todo.
Con detalles.
Y en algún punto, me dio una importancia en su conversación que me llenó bastante.
Y después de escucharlo y mirarlo hablar con tanto cariño de sus sueños, de sus metas e ilusiones.
En silencio, mirando a la ciudad, abrazados en la penumbra, disfrutábamos la compañía del otro.
Rogando que el tiempo pasara más lento.
El silencio, el aire y el cariño, hacían juego con nosotros.
Pues el silencio no era incómodo.
El aire ya no era frío.
Y el cariño que nos dábamos, era tan verdadero, único  y tan sincero.
Que parecía irreal.
Como si fuera solo un sueño.
Pues fue tan bello y tan mágico.
Que nuestro al rededor sonrió, al ver el cariño que nosotros no veíamos.
El regreso a casa fue de lo más cómodo y bonito que se puede imaginar.
¿Quién diría que la ida, la estancia y el regreso fueron la combinación perfecta al lado de la persona correcta que hacía latir el corazón?
Pum pum amor.
Susurraba el corazón.
Pum pum es lo que estás buscando.
Decía el corazón.
Pum pum lo has encontrado.
Repetía el corazón.
Pum pum no lo pierdas.
Lloraba el corazón.
Entre platicas y risas.
Los abrazos fueron lo que marcó el final de esa dulce y romántica historia de amor.
Porque él era de esos chicos que te hacen pensar que las películas de amor, pueden ser reales.
Y convertirse en tuyas.
Pues creo que sin ser nada lo éramos todo.
Y esta vez no solo yo lo pensaba.

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