Vamos a presenciar una escena apacible.
En una cocina espaciosa, clara y alegre, donde la limpieza brilla en cada chatarro y en cada mueble, se halla nuestra amiga Elisa, sentada en un sillón, cosiendo muy abstraída. Su hijito anda jugueteando alrededor de ella. A su lado está sentada otra mujer, ocupada en colocar unos duraznos en una cacerola. Es Raquel Halliday. Tiene unos cincuenta y cinco años, pero su rostro, iluminado por la bondad de su alma, se conserva fresco y agradable. Va vestida con sencillez, como es costumbre entre los cuáqueros.- ¿Sigues decidida a marcharte a Canadá, Elisa? -preguntó Raquel.
- Sí, señora. Debo ir.
- ¿Y qué vas a hacer allá, sola y sin conocer a nadie?
- Trabajaré en lo que pueda.
- Ya sabes que, por nosotros puedes quedarte aquí cuanto tiempo quieras.
- Gracias. Pero -añadió, mirando a su hijo- tengo miedo. Anoche mismo soñé que nos encontraban.
- ¡Pobre criatura! ¡No pienses esas cosas!
En la pueda apareció una mujer bajita, regordeta y simpática. Llevaba, como Raquel, un vestido gris claro y un chal cruzado sobre el pecho.
- ¡Buenos días, Ruth Stedman! -la saludó Raquel-. ¿Estás bien?
- Muy bien -respondió la recién llegada.
- Mira, Ruth, ésta es Elisa Harris, y éste, su hijito, de quienes ya te he hablado.
- Mucho gusto en conocerte, Elisa -dijo Ruth-. ¡Que bonito es tu hijo! Le traigo un dulce.
En aquel momento llegó Simeón Halliday. Era un hombre alto y fuerte, con expresión enérgica pero bondadosa.
- ¡Hola! -dijo al entrar-. ¿Cómo estás, Ruth? ¿Y Juan?
- Está bien, gracias.
- ¿Dijiste que te llamabas Harris? -le preguntó Simeón a Elisa.
- Sí -respondió ella con voz temblorosa, pues temía que ya se hubiera publicado algún anuncio con el aviso de su huida.
Entonces Simeón salió a la puerta y desde allí llamó a su mujer:
- ¡Raquel, ven un momento!
- ¿Qué quieres? -dijo ella, saliendo.
- El marido de Elisa está en la colonia.
- ¿Es posible?
- Sí. Pedro lo trajo ayer en el carro, con otro amigo. Dijo que se llamaba Jorge Harris y por los detalles de su vida, que nos contó, es el marido de esta muchacha. Esta noche lo traerán.
Ruth, que había salido y oído la conversación, dijo:
- ¡Hay que decírselo en seguida!
Las dos mujeres entraron en la cocina.
- Hija mía, tengo que darte una noticia importante -comenzó a decir Raquel.
Elisa se puso pálida y comenzó a temblar.
- ¡No temas! ¡Son noticias muy buenas! -exclamó Ruth.
- En efecto, hija mía -continuó Raquel-. El Señor te favorece. Tu marido ha logrado escapar.
Parecía que Elisa iba a desmayarse.
- Ten calma, Elisa. Está entre buenos amigos y esta noche lo traerán aquí.
El corazón de la mulata, que había resistido tantas duras pruebas, flaqueó ante una alegría tan intensa como inesperada, y Elisa cayó desvanecida. Gracias a los cuidados de Raquel y de Ruth recobró el conocimiento y se encontró acostada en su cama y atendida por manos amigas. Al poco rato se durmió.
Cuando despertó ya había llegado Jorge, que estaba sentado junto a su cama, llorando de alegría.
Al día siguiente los cuáqueros hicieron un almuerzo extraordinario para celebrar el feliz acontecimiento. Como era la primera vez que Jorge se sentaba a la mesa con blancos, de igual a igual, al principio se hallaba un poco cohibido. Pero después, al ver la franqueza y el cariño con que los trataban, recobró su aplomo y se sintió muy dichoso.
- Padre, ¿qué pasaría si te descubrieran? -preguntó un hijo de Simeón.
- Tendría que pagar una multa.
- ¡Tal vez te mandaran a la cárcel!
- En ese caso, entre tu madre y tú se encargarían de la granja.
- Lamentaría que por nuestra causa se viera usted en algún compromiso -dijo Jorge.
- No te preocupes. Cada cual debe ayudar a su prójimo, sin pensar en si le va a costar algún problema. Pero no temas nada. Esta noche, a las diez, vendrá Phineas Fletcher para conducirlos hasta la estación. Tus perseguidores vienen cerca y no hay que descuidarse.
- Esta bien. Esta noche nos pondremos en camino.
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La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)
ClassicsEn los Estados Unidos, a mediados del siglo pasado, en la época esclavista, una familia sureña se ve obligada a vender a dos de sus esclavos: el viejo Tom, trabajador y honrado, y el pequeño Harry, hijo de una joven mulata también esclava de la casa...