59. Atentado.

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Desde las grandes llanuras de Windland, los aires comienzan a calentarse, no por el ausente sol, sino por los encendidos pechos de millones de hombres y mujeres, unidos en un único coro: Libertad. Respondiendo al llamado divino, el cual les exige a cada uno unirse al ejército de la fe.

Dejan sus campos y transforman sus herramientas de arado en espadas y lanzas; llevan consigo sus grandes animales, aquellos que son útiles para la guerra y para alimentarse. Ni siquiera a sus hijos dejan atrás, madre, padre, hijo, abuelos, nietos, todos marchan, cada uno según sus limitaciones.

Ironfoot, en Talleyes es el punto de reunión de estos millones, donde les espera el designado de dios para dirigirlos en esta sagrada misión, un hombre que responde al nombre de Efther, general de las fuerzas celestiales en la tierra.

No siempre se llamó así, mucho antes, veintidós años para ser exactos, decidió cambiarlo para unirse al panneísmo, y escalar en el derrotero de la jerarquía eclesiástica. Petter Sword, príncipe de Swordland, ese es su nombre mundano, pocos lo saben, entre ellos, yo.

Vivió cómodamente en Valleyhigh, chusmeando en el palacio y haciendo de las suyas. Todo parecía indicar que sería el heredero de la corona, hasta que un desafortunado día, su prima dio a luz a un varón, uno con el apellido Valleyhigh, y sus sueños de monarca se fueron junto con los baldes de la sangre que derramó ese niño al nacer.

Le enviaron a servir como comandante al sur, en la capital de Horsmen, Forgot, para tratar de apaciguar a las doce tribus nómadas de las estepas. Seis años duró la campaña, y para cuando volvió, Edward ya presentaba su carácter sanguinario.

Fue enviado a Brogmat, pero al cabo de poco decidió renunciar a su título y unirse al selecto grupo que dirige el panneísmo. Fue mano derecha del Gran Pons, hasta que el hijo de su prima le mató, o al menos es lo que cree. Y hoy reúne un ejército como no se ha visto en por lo menos en un milenio.

Un ejército jurado a defender la fe por sobretodo, y vengar la sangre quemada de sus hermanos en dios. Mira con júbilo por el balcón las decenas de caravanas que llenan los caminos, las miles de tiendas de campañas que rodean la ciudad, y los millones que han respondido al llamado que ha hecho en nombre de dios. Solo unas decenas de miles de ellos puede luchar, pero el fervor que cada anciano, niño o inválido, refleja el poder de dios sobre los comunes.

El usurpador, aquel que se acuesta con las brujas, que pinta su palacio con el símbolo que las representa, aquel que quema a los hombres de dios y asesina reyes, aquel que hasta hace poco asaltó una ciudad dedicada a difundir la fe, en un auténtico fracaso. Contra él marchan, un tirano, parricida, hereje, contra aquel que le arrebató la corona con tan solo haber nacido.

Jim.

-¡NOOOOOO!- Lanza su escritorio con una patada, los presentes hacemos un gran esfuerzo por esquivar cada cosa que arroja, pero casi no le quedan: la biblioteca yace en el suelo, sus hermosas lámparas queman los bordes de la alfombra, los cuadros, retratos, estatuas, bolígrafos, todo está en el suelo o reventado contra la pared. -¡LA QUIERO MUERTA!...!¿ME OYERON? ¡M-U-E-R-T-A!

Las semanas que le han seguido al fallido asalto sobre Bloodytree han desencadenado la locura de Edward al máximo, ni siquiera se esfuerza por aparentar ferviente religiosidad, las fiestas, orgías y duelos campales dentro del palacio han sido la postal diaria.

Helen no hace más que lloriquear por los rincones, viendo como su esposo se acuesta con otras mujeres y hombres. Incluso hace una semana trató de abusar de mí, gracias a... bueno, a la casualidad, un grupo de oficiales se disponía a buscarme, encontrándose con su majestad tratando de doblegarme.

Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora