- CAPÍTULO ÚNICO -

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Era una tarde ventosa y fría.

Los cielos rasgados y grises. Nubes cargadas de agua preparadas para precipitarse sobre la tierra.

Justo como las lágrimas que amenazaban con salir de los ojos de aquel joven completamente destrozado por el dolor.

Ropas negras. Enormes arreglos florales. Mujeres llorando y familiares abrazándose en busca de consuelo. El típico ambiente pesado de un funeral.

En el centro un blanco ataúd.

Dentro de él yacía el primogénito de la familia Kim.

Un chico de cabellos oscuros se encontraba en la última fila de sillas. Solo. Con los ojos cristalizados y la mirada perdida en alguna parte del suelo. Su cabeza estaba hecha un disparate en esos instantes. El dolor también se encontraba profundamente presente, incrustado como una daga en su corazón.

Buscaba una respuesta, un remedio para calmar esa sofocante sensación en su pecho. Pero, simplemente, no la había.

Le daba una y mil vueltas a la presente situación y a la ya sucedida tragedia sólo para llegar a la misma conclusión: Todo había sido culpa suya.

Desde ese maldito instante en el que se enamoró de ese apuesto chico alto, de delgada y hermosa complexión, con esos gruesos y carnosos labios que lo sometían a una completa agonía al tenerlos tan cerca y no poderlos besar; poseedor de un sedoso y brillante cabello que caía de la manera más perfecta sobre sus pequeños ojos marrón en los que podía perderse con facilidad. Ese, que tenía la más blanca y suave piel que jamas había imaginado poder acariciar.

Estaba perdido.

Perdido en su sonrisa. En su cálida y sencilla manera de ser. En el cariño que estaba dispuesto a darle cada día del resto de su vida.

No quería creer que se acabaría tan pronto.

Los recuerdos lo asaltaban y las lágrimas comenzaron a mojar sus mejillas de una manera tan caótica que podían compararse con las mismas cataratas del Niágara, pero a él le daba exactamente lo mismo. Las limpiaba con el dorso de su mano cada largo transcurso de tiempo sólo porque le molestaba el constante cosquilleo que generaba en su cara.

Recordaba aquel precioso día en el que comenzó a verlo de otra manera. Cuando comenzó a sentir algo más que cariño hacia él. Apenas tenía los dieciséis años cuando pudo estar seguro de que esas manos sudorosas, el corazón desbocado y las mariposas en el estomago significaban algo más profundo.

Tenía que admitirlo, sentía miedo. Sentir algo así por un chico no era para nada normal, o eso era lo que le había inducido su familia, pues la sociedad no tolera esa clase de relaciones anormales. Debía buscar una linda y decente chica que sea previamente aprobada por sus padres, principalmente por su madre.

Sin embargo, no se sentía atraído por ninguna. Aquel alto y mayor joven lo había cautivado tanto que no tenía ojos para nadie más.

Un recuerdo vino a su mente acompañado de una descontrolada exhalación entrecortada.

Un veinticuatro de septiembre, a los ya dieciocho años cumplidos, pudo sacar valor para confesarle su amor en una amplia plaza. Allí, en el centro de Ulsan. Acababan de dar un largo y agradable paseo por aquel lugar. Con un cono de helado en mano, sentados en una de las muchas bancas, NamJoon dejó salir esas dulces y algo torpes palabras desde el fondo de su corazón.

- H-hyung... Yo... Realmente quería decirte que... D-desde hace mucho tiempo tú... Quiero decir... - exhaló con fuerza, dejando salir el aire para tranquilizarse. Se levantó de su asiento y se puso delante de él. Tomó una de sus manos y la apretó - SeokJin... Me gustas mucho.

Suicidal Love 《NamJin》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora