La lluvia caía con pulcridad, cómo si estuviese meticulosamente puesta ante su ventana para su deleite, el aroma a aquel chocolate recién hecho inundaba ese salón tan vacío de abundantes personas que charlaban sin decir nada en realidad.
Sus bellos orbes similares a los robles antiguos de esos cuentos mágicos se alternaron ante el paisaje que se esplayaba a través de su ventana y su libro favorito. Las flores tiritaban ante el ritual de agua cayendo del cielo y sus labios eran aprisionados por aquel suave y delicioso líquido puro de cacao.
No habían palabras para describir a ese hombre que se deleitaba con la simplicidad de un atardecer obscuro, sus palabras, él. La belleza que desprendía haciendo hasta lo más normal debía de ser penado. Su ser en su entera complexión era arte de esos que sentías la necesidad de describir en la pureza y con la léxica más variada para abarcar lo incalculable, el paseo de su piel fina, sus labios rojizos, ojos profundos y llenos de bondad, sin contar con ese rostro de simetrías perfectas. No debía de ser real, él no era real.
Taehyung el príncipe que se vestía de amaneceres y anocheceres con su luz similar a la aurora, con sus lunares creando enigmas, carreteras dónde cualquiera desearía transitar y perderse sin miedo, sentir con las yemas de los dedos la suavidad de sus latidos, el mudo grito de la vida ante la guerra de los dioses y eternos diciendo que él, él es el príncipe de la vida moderna sin necesidad de poseer coronas. Porque el era sin cabida a dudas el príncipe de la lluvia, del otoño, de las estaciones, de la vida misma.
Y dueño de mi corazón.
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