Entregué el cuadro con una sonrisa en el rostro, un tanto orgulloso de lo que había logrado crear a base de una lluviosa noche de inspiración. Luego de ello me dirigí a la barra del bar para pedir algo. Una chica tomó mi pedido, luego esperé.
Recordaba tenuemente la petición que había formulado el hombre antes de entregarme una generosa cantidad de dinero. Él deseaba un paisaje, como un día en el fragor de la ciudad, todo bastante animado. Pinté lo que pidió basándome en una gran ciudad que había logrado ver en un viaje que hice hacia Estados Unidos. Aquellas ciudades sí que ardían.
El vaso de champagne estaba frente a mí, me gustaba como se veían aquellas burbujas sobre todo. Me recordaban al mar y su constante violencia en estos días de lluvia y frío.
Me encantaban.
Luego de pagar e irme, volví a mi piso en la vieja residencia de la esquina.
Subí contento, ya que todo me estaba yendo de perlas. En unos días aceptaría más trabajos y ganaría mucho más, para comprar nuevas pinturas y salir de este edificio. Hace un tiempo que quería mudarme, no sé cuánto más soportaría este frío infernal.
Cerré la puerta y me entregué a la pasión que aquella vieja habitación le entregaba a mi joven mente.
Cogí un lienzo que estaba bajo la cama y lo coloqué en el atril. Tomé un carboncillo y con él entre mis dedos me senté frente a la pulcra tela, no sin antes iluminar con una pequeña pero fuerte vela. Miré aquella llama en busca de una chispa que volara en pedazos mi imaginación, de un calor que me recorriera de pies a cabeza. Mis ojos viajaron hasta la ventana, en la cual golpeaba la lluvia como quisiendo entrar. La luna se veía incluso en las gotitas que danzaban incansables. La luna...
Como por arte de magia, mi mano se movió y comenzó a juguetear con el carboncillo, trazando líneas y sombras por doquier. Una música guiaba cada maniobra, como si el lienzo hubiera sido expresamente hecho para lo que estaba creando lenta pero bellamente. Aquel boceto me estaba resultando muy dulce. Una joven. Bella, preciosa, hermosa, libre como la lluvia, brillante como la luna. Expresiones finas, ojos indefensos, mejillas tan delicadas como las de una rosa.
Línea a línea me maravillaba más de lo que hacía. Me empecé a preguntar si tal mujer podía existir en la realidad. Una chica dibujada enteramente en una noche de lluvia, a la luz de las velas, con mis propias manos. Era...
Sus labios fueron lo que más me gustó, aparte de sus ojos. Oh dios esos ojos. Brillaban, me miraban, tan finos y bellos. Me estaba extasiando con aquel nimio dibujo.
Curva tras curva, la lluvia me seguía, danzaba al ritmo de la melodía extraña que me había guiado a dibujarla. Dibujarla a ella. Ella.
Desperté al día siguiente en el suelo, alguien tocaba la puerta. Me levanté extrañado y me aparté el cabello del rostro. No pude evitar mirar mi lienzo, no pude. Esos trazos en carbón me habían sorprendido. Yo mismo me había sorprendido.
Abrí la puerta con total desinterés. Al comienzo pensé que tal vez era un cliente; alguien que venía a por una pintura u algo por el estilo. No obstante, no esperé ver a esa persona tras la puerta.
No me lo podía creer. Nunca en mi entera vida habría podido pasárseme por la cabeza.
Era la misma chica que había pintado. La de mi lienzo, la que yo mismo había trazado, curva por curva, centímetro a centímetro. Mi corazón se aceleró por segundos. Imposible. Mi respiración se ralentizó como si me estuviese muriendo, y quizá sí lo estaba haciendo. Era... Extraño... Sentía unas ganas irresistibles de...
—¿Es usted Frain Toherlie?
Y su voz. Dios su voz. Era como la melodía que se repetía en mi cabeza una y otra vez. Igual de dulce, igual de adictiva, sentía que nunca podría cansarme de ella, me derretía, me embriagaba.
Su expresión curiosa y anhelante era completamente perfecta, ella era perfecta. Por maravillarme con ella no me percaté de que conocía mi nombre, no me di cuenta de nada más, ni siquiera de que había parado de llover.
Asentí con dificultad, ya que las palabras no atinaban a salir de mi organismo. La hice pasar y le ofrecí un lugar en donde sentarse, intentando ser como siempre yo había sido, lo cual era horriblemente difícil, como una misión imposible de cumplir.
Le hice millón de ofrecimientos, quería atenderla como a la mejor estrella del cielo, hacerla sentir una reina, corresponder lo que tanta delicadeza merecía.
Era tan...
Le pregunté lo que deseaba realmente; la causa de la agradable visita que me había regalado. Ella contestó que simplemente quería que yo la pintase. ¿Curioso no?
Como un imbécil, accedí, y luego le indiqué que imitara una pose en específico. Era gracioso, ya que lo que le había dicho que hiciera era prácticamente imitar mi dibujo a carbón.
Saqué mis pinturas y comencé a prepararme para tragar mis nervios y crear mi mayor obra maestra.
Iba a tomar un pincel, cuando despierto en mi lecho con un dolor de cabeza horriblemente molesto. Hacía frío.
Era extraño. No recordaba nada. Sólo a esa chica y el cuadro. El cuadro.
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Elaine
RomanceEl pintor Toherlie había creado su obra maestra; lo mejor que en su vida había visto. No podía apartar aquellos trazos, esas curvas, tales colores... De su mente no podían salir. Mucho menos la dueña de esos colores. No obstante un día, el siguiente...