Van escuchó el cerrojo de la puerta accionarse desde el otro lado. Estaba encerrado. Se llevó la mano a las costilllas , con el vago recuerdo de haber dormido con Lynn, semidesnudo, en ropa interior, en medio de la penumbra del cuarto. Era consciente de que ahora se encontraba en su casa.
Su mente se reforzaba en no recordar los acontecimientos que le habían conducido a estar allí, observando las vistas de la calle que tanto conocía, las de su propia ventana. Fuera llovía como si el mismímo belcebú intentase ahogar a la población a todos : torrencialmente. Hacía mucho tiempo que Van no presenciaba un temporal así. Contemplaba en silencio el espectáculo, como si una barrera infranqueable le separase del mundo, y el cristal empañado fuera su escaparate privado. Tenía aire de burgués, allí postrado.
¡Ada!- los recuerdos se dispararon en su cabeza a velocidad de vértigo. Le vino a la mente que no había llamado a casa ni una sola vez desde que había abandonado la consulta del psicólogo. Nada, ni un mensaje. Su madre había regresado a casa con ganas de extrangularle. ¿Donde estaba? ¿No habían acordado que él no tenía amigos? Entonces, ¿donde diablos estaba?
Ada pensó que quizá su hijo era despistado, y se pasaba el día entero en las musarañas, o se perdía por la calle- propio de él. Quizá el pequeño Van estaba dándole a alguna droga o vaciando alguna botella entre él y un par de colegas, esos de los que nunca hablaba, y por eso evitaba volver a casa. Quizá estaba por ahí, creyéndose el rey del mundo bajo los efectos del tabaco, más chulo que un ocho, con la cabezonería de no dignarse a aparecer por la puerta.
Fuera lo que fuera, cuando marcaron las tres de la madrugada Ada empezó a impacientarse y a perder las formas. Ni un solo mensaje. ¿Quién se creía ese chaval? ¿Qué mosca le había picado? Sí, era fin de semana. Sí, a veces los adolescentes tienden a desconectar de malas maneras de todo lo que les moleste, como su madre. Pero, ¿Van, que ni aunque le pusieran una pistola en la cabeza pasaría tanto tiempo fuera de su cuarto?
"No puede estar con ninguna chica. Me apuesto a que es gay" prosiguió Ada con sus cavilaciones , no muy lejos de acertadas. Su quebradero de cabeza solo le llevó a caminar hasta la nevera y servirse una copa bien fría. En una madrugada húmeda, su cabeza se había convertido en un erizo rubio, y su bata vieja no mejoraba mucho la imagen que digamos. Sorbía el licor casi sin ser verdaderamente consciente, sumida en sus pensamientos, sin dejar de arquear las cejas. Daba lástima.
No sospechaba que su hijo dormía en esos instantes entre las sábanas de un chico, embriagado por su calor corporal. Ni tampoco imaginaba, por supuesto, que en la habitación contigua roncaba a pierna suelta una persona fuera del binario*, embutida en un camisón de satén que ya quisieran tener muchas Drag Queens.
[* entendemos el binario como los géneros hombre y mujer, y como no-binario todo aquello que juega con la ambivalencia o no se deja definir por las dos opciones que impone la sociedad.]
En algún momento de la mañana siguiente, cuando Van puso los pies en el felpudo, Ada saltó como si de una depredadora se tratase en vez de una mujer de mediana edad, reconociendo en el acto el olor de su hijo. No era habitual en ella castigar a su único descendiente, entre otras cosas porque a. ella apenas se dejaba ver por casa y b. él en los últimos años no le había dado motivos para ello. Se pasaba todo el día callado, incluso cuando no debía. En su cuarto, como si tramase algo ; envuelto hasta el cuello de libros que o bien había leído o bien estaba por leerse en breve. Actuando como si la vida se tratase de días monótonos e iguales con ligeros matices que los diferenciaban.
Así es como Van, en mitad de la más reivindicativa de sus etapas, acabó ultra castigadísimo. Se enteró de la novedad mientras vomitaba sobre la alfombra , efecto del alcohol que había ingerido antes, con el fin de reunir el valor de plantarse en casa. Jim le había servido un poco de su Ginebra- contento de ayudar- mientras desayunaban. Van ni siquiera se había molestado en preguntarse porqué alguien bebería a esas horas de la mañana, y mucho menos con invitados, pero Jim parecía bastante dispuesto a acabarse el licor restante.
Solo sabía que era muy temprano, y que Lynn dormitaba, reponiendo la energía que necesitaría para la intensa mañana de estudio que le esperaba. No quería molestar a nadie, y mucho menos seguir sintiéndose un espectador no deseado del episodio resacoso y lastimero de Jim- ahora con la cara lavada y sin rastro de los aretes o el top rosa. Por esa razón, se decidió por despedirse y volver a casa, aunque no se muriese de ganas precisamente , ni resultara la opción más segura para la integridad de sus huesos. Estaba claro que le esperaba una buena, si es que Ada tenía memoria.
Efectivamente, su predicción se cumplió. Una vez su madre se hartó de gritarle, ya cuando se hubo refugiado en su cuarto, Ada accionó el cerrojo sin más miramientos. No sería la primera vez que hacía algo así, movida por la ira. Van tenía recuerdos bastante oscuros de su anterior residencia rural, de tardes enteras encerrado en el sótano por haber hecho enfadar a progenitora. Había aprendido a aceptar con resignación ese tipo de castigos, como una faceta más de la convivencia con ella. Se resignaba a creer que las cosas debían ser así y no podían ser de ninguna otra manera, aceptando con pesadumbre los ultimatum tajantes de Ada.
Sin embargo, ya quedaba muy poco de lo que había sido el antiguo Van; un ser inexpresivo que no se atrevía a sentir. Ahora percibía emociones bajo su piel, como un incansable cosquilleo nervioso. Se le había instalado una presión en el pecho a consecuencia de haberse despegado de la piel de Lynn. Le dolía físicamente la distancia que había tenido que poner entre sus cuerpos cuando se había marchado de su casa.
Ahora solo perduraban los recuerdos de un día radiante , o al menos lo que había sido el final de uno, a su lado. La intensa conversación con él se repetía en su mente una y otra vez, como lo único que le devolvía la vida en su indefinida reclusión. La ventana había comenzado a parecerle una cárcel, un torturoso recordatorio de que él seguía atrapado. ¿De verdad el amor era así, más mortifero que un corte en la zona de la muñeca equivocada? Una prisión, una dolorosa dependencia emocional.
Van se alegraba de haberse estado auto privando de una vida sin este tipo de sinsabores. Al menos ahora había reunido la fortaleza para encarar todos estos quebraderos de cabeza.
Rebuscó en los cajones de la mesilla. Efectivamente, la caja seguía allí, intacta. Deslizó el contenido fuera, con sumo cuidado, y la superficie metálica que se colocó en la palma de la mano proyectó hacia él los reflejos de la luz. Hacía mucho que no sentía la necesidad de recurrir a ese tipo de medidas, pero el inmenso y traumático dolor de su actual dependencia emocional no le dejaba otra opción. Se remangó el pantalón, descubriendo unos muslos pálidos, trazados por rasguños y cicatrices. Acarició su piel con el filo de la cuchilla, sonriendo ante la familar y reconfortante sensación.
Mientras observaba su propia sangre emerger en grumos, su ansiedad se mitigaba increíblemente rápido. Lloró, por una mezcla de sentimientos que no supo clasificar.
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Butterfly {El Chico De Cristal}
Teen Fiction¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...