La loba del lago

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Conté hasta tres como me habían enseñado, abrí los ojos y miré a mí alrededor, no estaban cerca. El aroma a hojas, tierra y madera mojada se metía en mis fosas dejándome sin aliento, respiré profundo, aún más. Lo sentí. Era dulce y agradable a mis sentidos, era el aroma de los que, ahora, corrían a todas partes dentro del bosque dejándome atrás. Me alejé del árbol y caminé hacia ellos. Uno en especial me llamaba, era como probar la miel en mi paladar.

Lo seguí.

Caminé una larga distancia, pasando por ramas caídas y con el barro metiéndose en mis garras. Giré ante un ruido que provenía desde atrás, no había nada. O eso parecía. Podía olerlo, otro aroma un poco más agrio pero dulzón, hice creer que no sabía de su presencia y seguí adelante.

Al hacerlo, pisé sin darme cuenta en una roca, resbalé y caí sobre mis patas. Me levanté tan rápido como pude y giré a ver detrás de mí esperando que no me haya visto. Se ocultó rápidamente. Aunque no quería tenerlo cerca, seguí mi camino hacia aquel aroma. Pronto me acercaría al rio, podía escucharlo. El agua corría muy rápido como una fiera, como el líder quizás. La caída por donde descendía el agua era bastante riesgosa y el agua muy fría sin importar la época del año.

Sobre mis pasos, me encontré con los de él y, frente a mí, al dueño de aquel aroma. Estaba sentado sobre sus cuartos traseros apoyándose sobre sí mismo. Lo vi lanzar piedras al agua que corrían sobre ella, tres o cuatro veces hasta caer y hundirse. Sus ojos miel me descubrieron. No sé cómo, pues había sido bastante cuidadosa, di un paso en falso.

Me detuve al instante.

Su pelaje era castaño, muy oscuro, aunque los rayos del sol dejaban ver algunos reflejos. Tenía una mirada fuerte pero amable, alzó su mano hacia mí sin tocarme ¿Qué quería? Di otro paso hacia atrás al verlo. Luego lo escuché, su voz era tan dulce como su aroma, me hacía sentir tranquila.

—No te hare daño, te lo prometo.

Aunque haya dicho eso no estaba segura de ir a su encuentro o perderme entre los árboles nuevamente. El resto debería estar preocupado, menos quien me seguía. Él  estaba algo lejos pero seguía cerca, expectante, sentía su aliento aun en la lejanía, tenía una respiración exasperante. Él sabía lo que quería hacer ¿Cómo? No puedo tenerlo claro, tenía la imagen de aquel animal frente a mí. Sabía que su aroma me llamaba, que me endulzaba y eso le preocupaba.

Caminé hacia el animal. Quién me seguía también lo hizo, pero aquel que estaba delante de mí, no. Esperaba, lo escuchaba en su respiración. No me temía, estaba esperando por mí. Sentí la tierra bajo mis patas encontrándome caminando hacia él, pero el animal no se movía. Así como el otro detrás de mí.

Su mano tocó mi rostro cuando estuve cerca, era agradable. Una cálida sensación que  se esparcía por mi rostro, y que también recorría mi cuerpo. Estaba atada a su mano, de la manera más grata, tanto que me gustaba. Sin pensarlo me acerqué a él viendo sus dientes, no lucia temible. Me sonreía haciendo que su mirada me cautivara aún más de lo que antes pudiera estarlo tan solo por su aroma.

No duraría mucho.

Quien me seguí caminó hacia nosotros, me alerté ante ello y me alejé del animal. Pronto estarían aquí, los escucharía discutir de lo sucedido y decidirían entre solo dos opciones. Si o No.

No estaba dispuesta a permitirlo. Después de todo, él no me había hecho nada, no permitiría que el resto lo lastimase mientras yo estuviese de pie. Me alejé y le di la espalda esperando por el resto.

—Oye ¿Qué pasa? —lo escuché preguntar, pero no lo entendía. No entendía por qué no estaba tan alerta como yo, ¿acaso no lo sentía? Los arboles crujían, el aroma del viento se espesaba tanto que me enfermaba. Luego el sonido llegó, él los estaba llamando. El animal, ahora detrás de mí, se tensó ¡al fin se había dado cuenta!, pero tenía miedo, podía olerlo. Su respiración se aceleró al igual que sus latidos, estaba temeroso. Sin embargo no lo dejaría solo.

La loba del lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora