Azir parte 6

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Poco a poco fue recobrando la forma corpórea y, al vagar por las ruinas, se encontró con el cadáver de una mujer con una traicionera daga en la espalda. No la conocía, pero reconoció en sus facciones un eco distante de su linaje. Todo pensamiento sobre imperios y poder se borró de su mente al levantar el cuerpo de aquella hija de Shurima y llevarla a lo que antaño fuese el Oasis del Alba. El oasis estaba seco, pero al acercarse Azir, su lecho rocoso empezó a llenarse de agua cristalina. El emperador sumergió el cuerpo en las aguas restauradoras del oasis, que se llevaron la sangre sin dejar más que una cicatriz casi invisible allí donde la hoja se había hundido en la carne.

Y con este acto de generosidad, Azir se vio alzado por una columna de fuego mientras la magia de Shurima lo rehacía, transformándolo en la criatura Ascendida que estaba destinado a ser. Los inmortales rayos del sol lo envolvieron, revestido por una magnífica armadura con forma de halcón, y le otorgaron el poder de gobernar las mismísimas arenas. Alzó los brazos y la ciudad en ruinas se sacudió el polvo de los siglos que había pasado bajo el desierto para alzarse de nuevo. El disco solar se elevó en el cielo una vez más y las aguas curativas, siguiendo las órdenes del emperador, fluyeron entre los templos y volvieron a salir a la luz.

Azir subió los peldaños del renovado templo solar y convocó los vientos del desierto para que recreasen los últimos momentos de la ciudad. Unos fantasmas hechos de arena recrearon su destrucción, tal como había sucedido hacía una eternidad, y Azir, con horror, presenció la traición de Xerath. Sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar el asesinato de su familia, la caída de su imperio y el robo de su poder. Solo ahora, milenios más tarde, comprendía al fin la profundidad del odio que su antiguo amigo y aliado había albergado en su interior. Con el poder y la clarividencia de un ser Ascendido, pudo percibir la presencia de Xerath en otra parte del mundo y convocó un ejército de guerreros de arena, que marcharía al lado de su renacido emperador. Bajo el sol que brillaba desde el disco dorado, Azir lanzó un poderoso juramento:

¡Reclamaré mis tierras y recuperaré lo que era mío!

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