La mancha carmesí

5 2 0
                                    


Por un lado estaba ella.

Por otro lado estaba él.

— ¿Qué pasa? —preguntó él desde el otro lado de la mesa.

Ella cruzó los cubiertos en el plato, y una avalancha de palabras le vinieron a la boca. Pero prefirió no decir nada, y sólo se limitó a lanzar un suspiro.

Su marido, qué no apartaba los ojos de ella, insistió con la mirada, pero al ver que ella no decía nada, no quiso insistir.

El la seguía mirando.

Recorría la tez blanca y suave de su rostro completamente maravillado de la belleza de su mujer.

Le encantaban sus ojos, grandes, traviesos, de un color indefinido entre el gris y el verde, pero al fin, los ojos más hermosos que él había visto.

—Ya deja de mirarme —dijo ella cuando se sintió incomoda.

El se levantó, y sin expresión alguna tomó el periódico de la biblioteca. Luego se sentó en el sofá.

Le pareció extraño que ella no quisiera hablar, porque ellos siempre se contaban todo.

Muy pocas veces ella le había dejado de hablar, y cundo lo había hecho era porque estaba enojada por alguna razón, pero cuando él le preguntaba ella se lo decía, y todo se arreglaba.

Pero ahora no había sido así.

Ella se paró y lo observó un momento.

El, sentado en el sofá, las piernas estiradas, completamente concentrado en lo que leía.

Por encima del periódico abierto se alcanzaba a verle las cejas, que dé a ratos fruncía, o levantaba, según la impresión que le provocase lo que leía.

Ella notó su indiferencia y lanzó un suspiro fuerte, para que él la notara.

Pero él seguía sin levantar la vista.

—Ya deja de fingir—Protestó ella.

Él bajó el periódico.

— ¿De qué hablas? —Quiso saber poniéndose de pie.

— ¡De esto! —Le gritó agarrándole el cuello de la camisa.

Él hizo la vista hacia abajo y se encontró con unos gruesos labios rojos marcados en el borde superior de su cuello.

Levantó las cejas, pero sin mirarla a ella.

—Sólo es una mancha —Se limitó a decir.

— ¡Claro que no! —Ella lo contradijo enseguida—Las manchas son de café o de salsa, y esto es un beso, y en tú cuello —Comenzó a llorar y se sentó en el sofá tapándose la cara con las manos.

Él caminó unos pasos dándole la espalda y entrelazó las manos a su cabeza.

Luego volteó volviéndose hasta donde estaba ella y se arrodilló en el suelo.

—Lo siento tanto —Le dijo apoyándole la cabeza entre sus delgadas piernas—Por favor perdóname —Suplicó y comenzó a llorar él también.

Ella empezó a llorar aún con más fuerza al escuchar eso, y se levantó del sofá. Él trató de retenerla, pero ella se lo impidió.

— ¿Cómo pudiste hacerme algo así? —Le preguntó hecha un mar de lágrimas.

Él la miró sentado en el suelo, con el rostro suplicante y lleno de tristeza.

— ¡Te amo! —Exclamó él mirándola fijamente a los ojos — ¡Nunca he amado así! Eres la mujer más hermosa y maravillosa del mundo. No quiero perderte, por favor no me dejes.

Ella negó con la cabeza, completamente decepcionada.

—Entonces dime —Le dijo después — ¿Por qué me engañaste?

Él agachó la cabeza, buscando muy adentro la razón.

Y ella, ella supo que él nunca iba a poder responderle.


Historias que no son cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora