Capítulo 8

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CAP. 8

Austin dormía en el sofá del salón cuando el teléfono sonó. Se sobresaltó al oír el fuerte zumbido de su móvil sobre el cristal de la pequeña mesa que había junto al sofá. Le había quitado el sonido pero siempre dejaba la opción de vibración pues podía ser algo importante. En cuanto vio el número de teléfono del despacho del doctor Markus se apresuró a cogerlo.

- ¿Sí? Dígame doctor ¿Qué pasa? Va todo bien – estaba muy nervioso.

- Va todo bien Austin. Tu hermana está bien, pero ha habido ciertos cambios en estas últimas horas y me gustaría que pasarais por aquí para informaros.

- En seguida doctor – dijo antes de colgar.

Salió corriendo a la cocina, donde su madre preparaba la comida para la cena. Podía resultar extraño que el médico llamase al hermano y no a los padres pero el doctor Markus sabía perfectamente que Austin acudiría raudo en cuanto él se lo dijese. Era el que estaba más implicado y siempre lo informaba antes que a nadie. No es que sus padres no se preocuparan por ella pero Austin era mucho más sereno y escuchaba con atención cada detalle de los médicos, mientras que sus padres enseguida se ponían muy nerviosos y comenzaban a hacer aspavientos, intentando que el aire volviese a sus pulmones.

- ¡mamá! El doctor ha llamado. Tenemos que ir al hospital. Ha habido algunos cambios.

Su madre dejó caer el cuchillo con el que pelaba algunas patatas sobre la encimera. Apagó el horno y fue corriendo a su habitación a ponerse cualquier calzado que no fuesen las sandalias con las que solía estar en casa. En cuanto se puso el abrigo y cogió el bolso salió disparada hacia la salida. Austin ya la esperaba con la puerta abierta.

Georgia se dirigió al coche, dispuesta a llegar al hospital lo antes posible. Austin, en cambio, no se movió. Simplemente se quedó mirando a su madre y cómo esta se subía en el coche.

- ¿Qué haces ahí? ¡Vamos! –exclamó Georgia. ¿Por qué su hijo se quedaba allí de pie, plantado como un árbol?

- Mamá, no puedo –dijo entonces.

Austin no dejaba de repasar una y otra vez aquella mañana. ¿Por qué no había pisado el freno? Su hermana no dejaba de repetirle que disminuyera la velocidad pero él no había hecho caso. Había sido temerario y eso conllevaba consecuencias. Lo que no sabía es que la vida de su hermana sería el precio que el destino se iba a cobrar. Y eso le atormentaba día y noche, segundo tras segundo.

- Cariño – dijo Georgia - ¡sube al coche! Tenemos que ir al hospital. Tardaremos mucho más si vamos en el metro.

- No me importa mamá – respondió él – si algo he aprendido de todo esto es que jamás, en mi vida, volveré a ir con prisas a ningún lugar. ¡Por eso Val está así! Y no volveré a cometer el mismo error.

Georgia miró a su hijo con pesar. Descubrió entonces que aquel día, no solo Val resultó herida. Austin, a pesar de haberse recuperado de sus múltiples contusiones y cortes, había quedado gravemente perjudicado. Quizás el daño no podía verse a simple vista pero, en lo más profundo de su alma, estaba destrozado. No solo había terminado con la vida de su hermana sino con la de todos. Sus padres, sus abuelos, sus amigas. Lo único en lo que podía pensar era en que el baile de invierno se acercaba y ella no podría ir por su culpa, porque fue un estúpido al volante.

Después de secarse las lágrimas Georgia bajó del coche y volvió a cerrarlo. Se acercó a su hijo y cogiéndolo de la mano se encaminaron hacia el metro. Probablemente Austin volvería a conducir algún día pero aún era muy pronto. Todo estaba tan reciente que no quería forzarlo. Sería mejor ir poco a poco.

Teoría del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora