Parte 1

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La diosa Deméter se había asentado. Estaba cansada del drama constante en su familia divina. Necesitaba un período de paz, unas vacaciones. Además, quería experimentar la vida humana en su plenitud, y la mejor manera que se le ocurría para hacerlo era vivir como tal, junto a un mortal. Así que, con un poco de tristeza, dejó los campos de la Tierra al cuidado de Perséfone, y partió a consumar sus anhelos. Ya que por unos años no iba a disfrutar de los placeres del Olimpo, buscó a un mortal que pudiera darle una vida lo más similar posible a la de allí arriba. Lo encontró en una mansión esplendorosa, con un enorme jardín, situada en una gran ciudad, y le bastó usar apenas un poco sus encantos divinos para que el hombre caiga rendido a sus pies. 

Durante algunos años, vivieron felices. Él era un hombre de negocios, por lo que estaba mucho tiempo fuera de casa. Pero siempre volvía para la cena, y pasaban juntos la noche. La diosa no debía encargarse de nada, tenía personal hasta para prepararle la bañera. Sin embargo, se encargaba gustosamente del jardín. Tenía plantas y cultivos de toda clase, y en la casa se dejaron de comprar frutas y hortalizas, ya que todo lo que daba ese jardín era inmensamente más sabroso que lo que podía conseguirse en el mercado. Por las tardes, sus nuevas amigas mortales solían ir a visitarla, y Deméter se regocijaba con charlas mundanas que no había tenido en siglos.

Pero, más que todas las otras cosas, había disfrutado de la maternidad. No recordaba la última vez que había podido criar a sus hijos. Seguro había sido con Perséfone. Ahora, había tenido el placer de ser madre de tres agraciadas tres hijas, una más hermosa y talentosa que la otra.  Le producía mucho gozo verlas crecer, transmitirles su sabiduría, poder abrazarlas y estar con ellas todo el tiempo, sin que nadie se lo impida. Pero, sobre todo, amarlas, y sentirse amada como hacía mucho tiempo no se sentía.

Las tres, como semidiosas, habían heredado los poderes de su madre, y ella les había contado la verdad sobre su identidad; aunque el señor Gardner, su esposo, seguía tan despistado sobre el tema como el día en que la conoció. Las mestizas tenían los mismos ojos verdes hechizantes que su madre, su piel color caramelo y su misma cabellera castaña ensortijada. Pero la más bella era la menor. Las palabras no podían expresar su perfección, y cada día se hacía más conocida por su hermosura. 

Al principio, eran comentarios alrededor de la ciudad: "Qué hermosa es esa niña"; y gente que se quedaba mirándola por las calles. Pero, a medida que fue creciendo, el asunto lo hizo a su vez. La prensa se empezó a involucrar, debido a que su apellido era de renombre en aquella ciudad, y tomaban fotografías de la ya adolescente a escondidas. Su cara se empezó a hacer conocida en todo el mundo, y todas las chicas querían ser como ella. Era la belleza en persona.

Katherine era el nombre de la semidiosa, pero todo el mundo la llamaba Katie. Muchos de quienes conocían la verdad sobre los olímpicos llegaron a creer que era la mismísima Afrodita, que había dejado a Hefesto en el Olimpo, y había bajado a asociarse con humanos; o que la Tierra, no esta vez el Océano, había formado una nueva diosa de la belleza y del amor. Feme transmitía la noticia de la joven por cada lugar por el que pasaba, y numerosas personas iban a la ciudad a ver la maravilla del siglo. Ya nadie le rezaba o le pedía al amor, todos lo hacían ahora a Katie. Incluso los semidioses del Campamento Mestizo dejaron de hacerle sacrificios a Afrodita.

La chica se había convertido en un mito. Los medios de comunicación y las empresas comerciales habían aprovechado la situación y, a pesar de las constantes demandas del señor Gardner, utilizaban el rostro y el nombre de Katie como símbolo del amor, y los estampaban en cajas de bombones, en envoltorios de velas, en los estómagos de los osos de peluche. Era una locura. Hasta San Valentín casi había terminado por transformarse en "Santa Katie". Cuando la mestiza salía de su casa, encontraba tras las rejas miles de regalos, y casi igual cantidad personas venerándola. Finalmente, en la casa de los Gardner habían decidido tratar de ignorar la situación, y vivir en su propio mundo puertas adentro. Pero no siempre era tan fácil, y quien más lo sufría era la propia semidiosa. Eran contadas las veces que Deméter la dejaba salir, y siempre cuidada por un gran número de guardaespaldas. Ni siquiera la dejaba ir al Campamento Mestizo, aunque una vez la había llevado a conocerlo. Ella podía protegerla mejor. Adentro podía cuidarla perfectamente, de monstruos y de humanos; afuera, cualquier cosa podía pasar.

Travis y Katie [Incompleta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora