Ella y el sexo

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Todavía mis manos huelen a tu sexo. Fueron las primeras palabras que ella pudo pronunciar después de copular, mientras la sangre le hervia las venas y las vocoides se convertían en letras sordas.

Después de una gran lucha de cama ella solía encender un cigarrillo, enmudecer y victoriosamente despedir al amante sin nombre, a veces,  repetir polvo. Dependía del deseo que invadiera a la carne.

A ella le gustaba lo fuerte, los sabores fuertes, los colores, los olores, las sensaciones, los hombres y no era de extrañarse que también le gustasen las caricias fuertes y el sexo con su misma intensidad. Guardaba un secreto, quizá no era uno si no cerca de un millón, pero no le gustaba que nadie supiese que disfrutaba un poco más de las caricias de pluma, los besos en la frente o las narices, que juguetearan con su cabello y dormir con un cuerpo tan cerca que despertar con un mar de sudor fuera inevitable. Prefería que nadie supiera que también le gustaba hacer el amor.

Una mañana fui intruso de su mirada y la caché mirando danzar sus dedos en el aire, luego observaba la ventana y yo mire su cuerpo, ella aún no se había dado cuenta que había sido esculpida piedra de dioses y que su monte de Venus era una de esas entradas al Olimpo.

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⏰ Última actualización: Mar 10, 2018 ⏰

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