Cuando mi hija tenia ocho años me rogaba que al llegar del trabajo salieramos a caminar y la verdad es que nunca lo podía entender, como miraba los edificios las personas y la basura. Cuando cumplió 16 ella siempre llegaba dos horas tardes por tomar el camino largo de la escuela, solo para recorrer con sus ojos todo. Una noche, ella no llego y a veces salgo a caminar pensando que la encontraré, mirando con pequeños ojos las cosas grandes y tocando una leve melodía en el asfalto, que lloro por escuchar.