Teníamos que encontrarnos en el mismo lugar de siempre, como solíamos hacerlo. Me esperaste, mucho tiempo, pero no fui. No lo hice. Supongo que eras demasiado para mí. Yo no te merecía. Cierro los ojos, pienso, aún estas en mis recuerdos, incluso en mis sueños. ¿Fui un cobarde y tonto al dejarte ir? Lo fui. Lo soy. Lo sigo siendo. Cada día me arrepiento, más, y más. Las mañanas son solitarias, no entra más aquella luz por la ventana, tu eras esa luz. El lugar donde solías estar, ahora está hueco, vacío y sin vida. Nuestra cama, solía ser nuestra. Me quedo mirando, tumbado, de costado, por si apareces ahí, junto a mí. Rio tristemente, estaba pidiendo demasiado. Mis desayunos estaban cargados de felicidad y risas, ahora solo corre una fría brisa. Me tratabas de despertar, reiteradas veces, como de costumbre, sin lograrlo. Solía tirarte encima de mí, sonriendo somnoliento, mientras te robaba un beso, arrugabas la nariz. "Bobby! Ni siquiera me he lavado los dientes!" me reclamabas, molesta. Yo solo me reía, eso no me importaba en lo más mínimo. "Yuri, cariño, no importa. Quiero tus besos matutinos", corría ese mechón de pelo que tanto molestaba en tu rostro, detrás de tu oreja, admirando tu belleza por unos cuantos segundos. Era tan afortunado. Tu solo rodabas los ojos y dejabas escapar un suspiro, sonriendo. "Vamos, tenemos que desayunar". Te hacía caso, sino ya conocía tus enojos. Me despertaba automáticamente. Me preparabas tu café, tu delicioso café. ¿Cómo olvidarlo? Tenía un sabor único, especial. Lo hacías con tanto cariño. Tristemente, jamás iba a poder probarlo nuevamente, no podía, solo me quedaba con el dulce recuerdo. Ahora mis cafés saben amargos, sin gusto, sin vida. Saben a soledad. Me lo merecía. Las preguntas vuelven a mi cabeza. ¿Cómo habrás estado ese día? Seguramente igual de preciosa, como siempre. Tus ojos llenos de de luz, tu sonrisa, tan brillante como el sol. Creo que hasta el sol se escondería al verte pasar, brillabas tanto como él. Luego de tanto pensar, tome una bocanada de aire, suspiré, me puse mi abrigo. Día frío. Caminé por las calles que solíamos concurrir, largas, muy largas. Hablábamos de todo, nos reíamos, nos abrazábamos, disfrutábamos. Ya nada tenia sentido. Miraba las vidrieras, los árboles, el pasto, las flores. Escuché unas risas, provenientes, una, la cuál no podía no reconocer. Mi cuerpo tembló y se tensó al instante. Mis piernas temblaban, mi corazón latía a mil por segundo, se me cortaba la respiración. Eras tú. Inconfundiblemente, eras tú. Tu cabello estaba más largo, tu sonrisa seguía igual de brillante. Tus ojos igual. El día estaba nublado, pero brillabas. Mucho. Como siempre. Mi corazón se estrujaba, quería salir corriendo. No pude. Te había vuelto a ver, cosa del destino, pensé. Habían pasado 2 años. Estabas con alguien. ¿Me habrás extrañado tanto como yo lo hice? ¿Habrás llorado? ¿Habrás pasado noches llorando y extrañandome? Tampoco tenía derecho a preguntarme eso. Yo te había dejado. Yo te lastimé. Te veías muy sonriente. Me odie, odie a la persona que te hacia reír y te sostenía, en sus brazos. Lo odie completamente. Mi corazón se negaba a dejarte ir. “Jinwoo! Deja de comerte mis cosas, consiguete las tuyas!” Le gritabas graciosamente, golpeando suavemente su mano. El chico sonreía. “No tengo la culpa de haberme comprado algo que no me gusta, ahora, dame un poco, por favor!” El chico abría su boca, ampliamente, mientras le dabas un poco, alegremente. Una lágrima recorrió mi rostro. Estabas feliz. Lo merecías. Yo jamás habría hecho eso. Te merecías alguien que te trate como la persona valiosa que eres, y te haga reír sin parar. Estabas feliz, muy feliz. Volví a llorar, para mis adentros. Me sentí patético. Me quedé observando la escena, sin poder articular una palabra. Tus palabras resonaban en mi mente. “Bobby, por qué? Acaso no soy suficiente? Bobby? Yo te amo. Por favor, no me dejes” Fue uno de tus últimos tantos mensajes en mi celular. Y aún así, me repetí, lo hice. Te dejé. ¿Qué podría haber hecho para merecer a alguien tan especial como tú en mi vida? No podía. Lo siento por no poder protegerte. La promesa que habíamos hecho, de estar juntos para siempre, ya no existe. Se había ido. Antes de darme la vuelta, te miré, y te sonreí, nostálgicamente, estaba seguro de que me habías visto por la forma en que tu cara se había transformado, estabas igual de sorprendida que yo. Te sonreí nuevamente, pedía mucho que fueses feliz nuevamente y encontrases a alguien mejor que yo. Y lo hiciste. Estaba feliz, sinceramente feliz, eso era lo único que me importaba. Me giré, con las manos en los bolsillos de mi campera. Nuestro amor duró tanto como pudo, me quedan recuerdos hermosos, y nuestro amor perdurará, tan cálido como se sentían nuestras manos entrelazadas.