El laberinto de las mil puertas

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Estaba frente a mí una misteriosa puerta con crípticas inscripciones en ella. Parecían ser de alguna lengua muerta olvidada hacía ya milenios. No tenía intenciones de atravesarla pero... Detrás de mí no había salida alguna.

Me resigné viendo que no me quedaban opciones y empujé la puerta. Lo primero que vi al entrar fueron cantidades enormes de escaleras desperdigadas por todo el recinto. Parecían ser parte de un cuadro abstracto, pues muchas estaban invertidas o colocadas en posiciones que desafiarían las leyes de la física.

-Bienvenido seas- oí que decía una voz, -la única manera de salir de aquí es encontrándote a ti mismo. Empieza el juego.

¿Juego? ¿Qué clase de juego? Resonaba el tic tac de un reloj. ¿Sería contratiempo esto? De ser así... tenía que apresurarme.

Inferí que dentro de una de esas habitaciones resguardadas por mil puertas grises e idénticas me hallaría, el problema radicaba en encontrarla y rápido. No tenía tiempo que perder.

Corrí hacia la primera  escalera que encontré, me apoyé en la plataforma que sostenía y al abrir la puerta una ola gigantesca de agua  me cayó encima derribándome con brutalidad. Sentía que me ahogaba...

Cuando me di cuenta, no había nada, sólo la puerta abierta. Era una ilusión.

Grandioso. Ahora distinguir lo real de lo imaginario. Vaya lata. Encontrarme entre mil posibilidades, discernir las ilusiones de la realidad y resolver el enigma de por qué me encontraba ahí -aunque este último no me importaba demasiado gracias a la urgencia de terminar a tiempo- eran mis prioridades.

Después de varios intentos fallidos como estos igual de calamitosos, vi una sombra que se desplazaba y entró en una habitación. Tuve mis dudas, pero parecía ser necesario seguirlo en camino a encontrar la solución. Empujé temeroso la puerta y sólo hubo vacío. Nada. Seguí un camino durante una cantidad impensable de tiempo, con rapidez enorme y muchos tropiezos durante la travesía para no obtener nada. Sólo oscuridad.

Algunos cuartos se encontraban vacíos como aquél, otros albergaban diversos peligros en su interior y no llevaba la cuenta de cuántas puertas iba abriendo, como precaución las dejaba completamente abiertas y no me exponía a caer en una misma trampa dos veces.

Podría jurar que eran mil cuartos, pero no sabía con certeza el número, era mi aproximación.

Nada se puede saber con certeza en un mundo tan solitario y hostil.

Notaba cambios. Había cambios. Las escaleras se reacomodaban cada cierto intervalo de tiempo que en ninguna de las ocasiones en que se presentó pude calcular con seguridad y ubicar su período de cambio.

Sucedía frente a mis ojos, incluso pude intentar treparme en ellas y utilizarlas como un medio de transporte. Pero no me lo permitían. Siempre terminaba cayendo de bruces desde grandes alturas. No habría manera de omitir ni un sólo paso en este juego. Tal como en la vida propia.

Todo me parecía ir tan lento y a la vez tan rápido. Mi percepción -por no hablar de la noción del tiempo- se había distorsionado con toda la frustración, impotencia y desesperación. Me estaba rindiendo... Pero no. No había otra salida, lo comprobé. Tenía que superar el reto.

El laberinto de las mil puertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora