Érase una vez, un hombre solitario que vivía solo en un castillo.
No era un castillo de piedra.
No tenía gruesos muros ni altas torres.
Era un castillo cálido y palpitante.
Érase una vez, un hombre solitario que vivía recluido dentro de su corazón.Dentro de su castillo, el hombre sonreía, rodeado de gente, pero nunca sonreía de verdad.
El hombre se sentía solo rodeado de gente. Todos eran extraños, salvo los fantasmas del pasado. Esos eran viejos conocidos.
El hombre solitario había olvidado como sonreír.Con las primeras nieves de invierno el hombre abrió la ventana de su castillo por primera vez en mucho tiempo.
Cae- le dijo a la nieve- cae y cúbreme de blanco. Cae hasta que tu frío me entumezca y no sienta la soledad. Cae hasta que el mundo sea un lienzo en blanco sobre el que se pueda pintar de nuevo el futuro.
- Cae. Cae. Cae. - le suspiró.
Y permaneció detenido mientras la nieve copo a copo se posaba sobre su castillo sin muros de piedra ni altas torres. Inamovible mientras el mundo se tornaba a blanco y todo cuanto una vez fue cálido era ahora frío. Hasta que la nieve lo cubrió entero y detuvo sus sentimientos, heló su sonrisa para siempre en un grotesco muñeco de nieve.
Pasaron las estaciones pero no llegó el deshielo. El castillo oculto bajo la nieve como una montaña se volvió parte del paisaje. El muñeco sonreía para siempre a los desconocidos que pasaban por su lado sin mirarle.
Solo siempre solo.
Un hombre enterrado en un corazón de hielo y escarcha.
Hasta que llegó la muchacha y se detuvo un instante a mirarlo a los ojos. Hacía mucho que nadie lo miraba sinceramente a los ojos y en lo profundo de su castillo el muñeco sintió algo. Fue un pequeño latido, poco más que un aleteo. Pero fue suficiente.
Intrigada por su extraño aspecto la muchacha se aventuró a tocarlo y con su dedo desnudo comenzó a dibujar posibilidades sobre la nieve como si fuera verdaderamente un lienzo en blanco. Su tacto era cálido y la nieve comenzó a derretirse a su paso.
El hombre la miró extrañado y al ver su desconcierto reflejado en el rostro de ella sonrió. Por primera vez sonrió de verdad y el deshielo se desbordó como lágrimas por sus ojos y su corazón latió de nuevo, no por la inercia de bombear vida, sino por vivir de nuevo.
Abrió la puerta de su castillo y se asomó al mundo por primera vez en mucho tiempo. Le maravilló como si no lo hubiera visto nunca.
Abandonó su castillo. Tiró los gruesos muros y derribó las altas torres que había imaginado y permitió que entrara la muchacha. Qué recorriera una a una cada una de sus estancias. Y por cada una que pasaba florecían los sentimientos como estallidos de color.
Había encontrado su primavera.
Y el hombre no volvió a ser solitario. No volvió a recluirse dentro de su corazón. Eligió vivir cada estación de la vida y disfrutarla. Descubrió que cada una esconde su belleza ya sea bajo nieve, arena, pétalos u hojarasca.
El hombre aprendió a vivir.
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Cuentos para adultos
Short StoryRecopilación de los relatos cortos que he escrito y seguiré escribiendo a lo largo de los años.