Soy un viajero del tiempo.
O más bien, lo era.
Verás, era capaz de viajar en el tiempo de cualquier forma en la que quisiese, pasado o presente. Era un científico con una gran mente, creo, al ser la única persona en mi tiempo —sin ánimos de bromear— que descubrió el viaje en el tiempo. Digo que es lo que creo, porque no recuerdo mi pasado realmente. Cuando adquirí esta habilidad, lo único que recuerdo es la euforia. Mi visión destelló colores que nunca había visto antes, mi cuerpo se disipó en millones de partículas diminutas: y, de pronto, estaba en otra dimensión temporal.
Sorprendente, ¿no? La situación es que, cada vez que viajo en el tiempo —a través del túnel que propulsa todas las partículas y átomos que me conforman—, pierdo una porción de mi memoria en algún punto de ese hiperespacio. En mi primer viaje en el tiempo, olvidé prácticamente todo.
Desde entonces, he sido precavido sobre cómo y qué tanto lo hago. Elegí limitar mis habilidades para inhibir la posibilidad de que olvide algo importante. He olvidado una multitud de cosas, algunas más pequeñas que otras. Cerca de un año atrás, olvidé el color de mi cabello, solo para recordarlo inmediatamente después de haber visto mi reflejo en un espejo. Pero se podía poner mucho peor, dado que una vez olvidé cómo respirar, forzando a mi propio cuerpo a reiniciar mi motor biológico cuando me había desmayado.
El 18 de junio de 9214, científicos desarrollaron —con la ayuda de supercomputadoras avanzadas— un prototipo. Era una invención capaz de prever posibles incidentes futuros. Las mentes de este milenio por fin fueron capaces de ver el maldito futuro. Permaneció activo por tres años, haciendo sus predicciones, imágenes acertadas del futuro. Pero, en 9217, dejó de continuar. La imagen de la última fecha no era coherente, incluso para las veneradas supercomputadoras. Los científicos teorizaron que ese sería el fin de la existencia, el opuesto completo al Big Bang. Los fanáticos religiosos marcaron esto como el apocalipsis y el fin de Dios mismo.
Yo quería saber más. Siendo un viajero en el tiempo, gozaba de información que nadie más tenía. La máquina había proveído una fecha y una imagen brumosa de la Tierra —oscura y deteriorada— meses antes de la última fecha. Decidí ir ahí para descubrir qué demonios había pasado y quedar plasmado en los libros.
Lo intenté. Y hombre, cómo me arrepiento.
Estaba temblando, mis entrañas se aflojaron, mi estómago se volteó. El terror me aprisionó.
No fue por el hombre alto con la sonrisa inhumana en su rostro que caminaba hacia mí.
No fue porque los gritos ensordecedores que agredían mis oídos no se asemejaban a los de un humano.
No fue porque acaba de descubrir el Infierno en la tierra.
Fue porque olvidé cómo viajar en el tiempo.