Después de aquel día nunca volví a ser la misma. Fui incapaz de recuperarme de aquel golpe, la vida me dejo de rodillas y quise quedarme así. Hay gente que lo llama cobardía, yo pienso que el asumir una derrota es de valientes. Y más una así.
Era de noche cuando decidí salir de mi casa y dar un paseo, mi casa me agobiaba, los recuerdos más bien. Recuerdo que hacía frío, las calles estaban vacías, las luces de las casas encendidas, podías ver a cada una de esas familias cenando, riendo mutuamente, sonriendo, en definitiva siendo felices. Añoraba la felicidad, como se sentía.
Muy en mi interior sentí un pequeño escalofrío, decidí sentarme en un banco a contemplar las estrellas. Tan cerca pero a la vez tan lejos. Decidí llorar y desahogarme.
Paseaba mi mirada por el parque que se hallaba enfrente de mi y mi mirada cayó en él. Mis ojos brillaron de alegría mientras mis lágrimas, ahora de felicidad, caían por mis mejillas hasta estrellarse contra el suelo.
Él, mi hermano, delante de mí, tan pequeño y tan frágil, pero a la vez tan valiente y luchador. Le sonreí, él hizo lo mismo antes de marcharse.
Al día siguiente decidí ir a visitarle, decirle que lo había visto y preguntarle el porque no se había acercado a mí.
"Ayer te vi, ibas muy guapo, me hizo tan feliz tu visita, ¿por qué no te acercaste?, ¿por qué no me abrazaste?, siempre fuiste mi más bonito juguete, el niño de mis ojos y lo más bonito que me pasó jamás. Cuando me sonreíste juro que fui la persona mas feliz por tan solo unos segundos, te echo tanto de menos que duele, pero ahora se que estás bien y que eres feliz, ¿te parece bien que yo intente hacer lo mismo?."
Después de esto, salí del cementerio.
