Capítulo Ochenta y Cuatro

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Luego de pasar por una pequeña interrogación sobre César y su amabilidad conmigo y de cepillarme los dientes, salí antes que Manuel en dirección a la escuela, otra vez.

—Siento que viniendo hasta acá en autos separados, contaminamos mucho el planeta —opinó Manuel caminando a mi lado por los pasillos de la escuela.

—¿Quieres venir en mi auto? —ofrecí.

—Estaba a punto de ofrecerte el mío

—¿Y qué harás tú?, ¿venir en bicicleta?

—Que graciosa, claro que no, me refiero a que vengamos en mi auto

—Lo sé, pero no estoy segura de que sea una opción, cuando terminan las clases tú solamente piensas en ir a ver a Andy y yo sólo pienso en...

—¿Antonio? —interrumpió él, ganándose una fuerte palmada en el estómago de mi parte— ok, no, lo siento

—Yo sólo pienso en ir a dormir

—Pues primero paso a dejarte a la casa y después voy con Andrea

—¿De verdad? —pregunté deteniéndome un poco a mitad del pasillo.

—Ajá, sólo me tomará como quince minutos llegar de aquí a la casa, no es mucho tiempo de retraso

—Hola Danna —saludó Mateo besando mi mejilla—... y Manuel —agregó encontrándose con la seria mirada de mi hermano; por Dios, Manu probablemente debería estar haciendo en su interior volteretas de felicidad al saber que hacía un gran papel como hermano mayor.

—Hola —murmuré en respuesta a Mateo.

—Buenos días —respondió Manuel sin quitar su seria expresión.

—Eh... quería hablar contigo, sobre... la clase de ayer —inquirió Mateo sonando un poco nervioso, sospecho que gracias a Manuel quien solamente se cruzó de brazos y supe entonces que podrían ofrecerle un nuevo auto, pero él no se marcharía de ahí.

—¿Llevas el registro de los daños? —pregunté bromeando, Mateo esbozó una sonrisa y negó ligeramente.

—¿Te duele el cuerpo?

—No estoy seguro de estar siguiendo el hilo de esta conversación —interrumpió Manuel.

—Oh, no es lo que piensas —se apresuró a aclarar Mateo hacia Manuel.

—La verdad no sé lo que estoy pensando —respondió Manuel—, ¿tú qué estás pensando?

—Oh... nada, yo, supongo que hablaremos más tarde Danna —decidió Mateo ajustando sobre su hombro la correa de su mochila.

—Sí, no te preocupes —respondí.

—Nos vemos en clase —agregó a manera de despedida retomando su camino por el pasillo que comenzaba a verse más lleno de estudiantes.

—¿Y eso qué fue? —pregunté a Manuel.

—Soy tu hermano mayor, antes ese muchacho le hubiese tenido que pedir permiso a tu padre para si quiera mirar en tu dirección

—Antes, ¿en el año de la conquista?

—Pues sí

—¿Tú pediste permiso al papá de Andrea para mirarla si quiera un poco? —Manuel negó haciéndome soltar una breve carcajada—; ahora, él ni si quiera está mirando en mi dirección de la manera en la que tú crees —opiné comenzando a caminar nuevamente en dirección a nuestro salón.

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