—No puedes pasarte el día así —dijo Eve, mirándola con el ceño fruncido. Ella soltó un gruñido—. ¡Ja, eso es lo que te faltaba, convertirte en un animal gruñón! Con esas pintas, no me extrañaría que te estuvieran saliendo pezuñas y una larga cola debajo de las mantas. —Se encogió aún más en el sofá y cerró los ojos, queriendo fingir que estaba sola en el salón. Eve puso los ojos en blanco—. Dios, Jodie, eres insoportable.
—Déjala, Eve —la reprochó Christine, que salía del cuarto de baño envuelta en una toalla y con el pelo rubio mojado—. Es normal que esté así.
—¡Pero así no va a conseguir nada! —chilló, desesperándose.
—Ya sé que no —contestó, con una paciencia que parecía infinita—. Pero tampoco le puedes obligar a estar bien. Tiene que ser ella quien dé los primeros pasos, quien decida que quiere estar bien; nosotras debemos mostrarle nuestro apoyo sin forzarle a nada.
—Odio tus rollos psicológicos.
—Los odias porque sabes que tengo razón.
—Sigo aquí, ¿eh? —dijo Jodie entonces, llamando su atención, con la voz rota por las largas horas de llanto.
—Perdona, cielo —se disculpó Christine con una pequeña sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?
—¿No es evidente? —replicó ella, alzando un momento las mantas con las que se había envuelto para que se viera su pijama de unicornios y arcoíris. Sus ojos estaban hinchados y rojos y abrazaba un osito de peluche y una caja de pañuelos con todas sus fuerzas.
—Bueno... No lo sabré hasta que tú me lo digas —contestó, sentándose en la mesita de café con cuidado de que no se le abriera la toalla—. Por el momento, solo veo a una muchacha en el estado normal de una persona que está de duelo.
—¡Hala, de duelo! —exclamó Eve, dejándose caer en la butaca—. Que exageración, ni que se hubiera muerto. Si solo la ha... —Calló inmediatamente al ver la perfecta ceja alzada de Christine y se puso colorada.
—No, no, termina —dijo Jodie, con un tono de voz muy ácido—. Solo me ha dejado. —Eve compuso una mueca, claramenre incómoda, y ella soltó un largo suspiro—. Pero seguramente hubiera sido mucho más sencillo si la hubiera palmado.
—¡Por fin, algo de odio! —Eve parecía haber recuperado el buen humor de pronto—. Eso es bueno, ¿verdad, señora psicóloga? —La rubia puso los ojos en blanco.
—Sí, es bueno —confirmó.
—No entiendo qué puede tener de bueno odiar a la persona que ha sido tu vida durante los últimos siete años —dijo Jodie, con los ojos llenos de lágrimas de nuevo.
—Tiene de bueno que, con el odio, dejarás de justificarle, de culpabilizarte y de ponerlo en un pedestal. Y eso, querida Jodie, es algo clave.
Ella negó con la cabeza y se sonó ruidosamente los mocos, haciendo que Eve pusiera los ojos en blanco. Volvió a levantarse, mirando a su amiga con los brazos en jarra.
—Jodie, lo siento, pero no puedo esperarte más —dijo, abrochándose la cazadora—. Intenta venir a las últimas clases, aunque sea. A última tenemos con el profesor Greene y eso siempre te anima. —Le dio unas palmaditas en el hombro a Christine, como pasándole el relevo, y salió de la casa gritando un «hasta luego».
—No soy capaz de ir a clase —sollozó Jodie, escondiéndose cada vez más entre las mantas, hasta que solo se vio de ella una coleta larga de pelo caoba algo sucio—. No puedo enfrentarme a la gente.
—¿Por qué no?
—Porque todos me mirarán y se burlarán de mí —contestó—. Me siento como si llevara pintado en la frente todo lo que ha pasado, como si tuviera colgado un cartel que dijera: «Mírame, soy la pringada a la que le ha puesto los cuernos el tío con el que llevaba saliendo desde el instituto». Es patético.
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No está el horno para bollos
Romance"Todo el mundo es hetero... hasta que deja de serlo".