Vigésimo quinta parte

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Era extremadamente difícil respirar bajo la montaña de mantas que habían sepultado la cabeza de Van. Sacudió el cuello hasta que que consiguió liberar la cabeza y tomó aire. No sirvió de mucho : el frío helado que le invadía el alma no se terminaba de desvanecer. Un frío más allá de lo sensorial, que ocupaba sus pulmones y se vinculaba a su fuerte dolor de cabeza.

"¿De verdad no he muerto?", se preguntaba. Se incorporó , apartando las telas hasta la altura de su abdomen,y extendió los brazos fuera, hasta que estos colgaron inertes por el costado del sofá. Al otro lado, la estufa vibraba encendida, en vano. La sensación gélida del pecho de Van no le daba ni un respiro.

Se situó la mano en la zona donde se concentraba el dolor. La palma cálida reposó sobre su camisa a cuadros, reaccionando al tacto. Nada. El nudo de su garganta solo contribuía a aumentar su desasosiego y desesperación. Se sentía caer al vacío, atravesando el abismo de sus propios temores.

Tragó saliva. El tic tac del reloj le sacó de su aturdimiento. Se torsionó y posó un pie en el suelo , con la boca seca y el sabor de una mala siesta en los labios. Ignoraba cuando tiempo llevaba dentro de las cuatro paredes del salón. Quizá horas, aunque le parecieran días. 

Supo que estaba solo en casa al empujar la chirriante puerta que comunicaba con el pasillo y asomar la cabeza. Ni una sola luz encendida, aunque la oscuridad comenzase a cernirse sobre la ciudad, y Ada fuera muy reacia a comprometerse con el planeta y aprovechar al máximo las horas de luz. Desde bien temprano, se vislumbraban destellitos de la lámpara de su despacho, a través de cualquier rendija, como si la fuente de iluminación sustentase su energía vital. Como si green peace no gastase un elevado presupuesto en publicidad de concienciación de la población.

Van fue hasta la cocina, y se sirvió un vaso bien frío. Se fijó en el cielo grisáceo tras las ventanas sucias, y en
la atmósfera de nostalgia que se había asentado sobre la ciudad como una tela. Algo captó su atención, a unos metros de él.

Las vistas de esta habitación daban al patio interior del bloque de edificios . Al otro lado, una ventana que acostumbraba a tener siempre las persianas bajadas, las tenía subidas. Dentro de esa vivienda se desarrollaba una escena para la que Van resultaba un espectador no planidicado. Una chica se cambiaba, torsionada en un curioso ángulo. Sus caderas se contoneaban ligeramente, delgadas, y su rostro estaba cubierto por una mata de pelo negro y lacio. Asomaba, entre el complejo de sus miembros y la masa uniforme de un vestido claro, un sostén naranja pálido. 

Van sintió que su respiración se le atascaba en la garganta, de manera inexplicable. La chica se volvió, como si pudiera sentir su mirada incluso en la distancia, y al joven le dio la sensación de que le sonreía, con una enigmática mueca. Sus ojos, oscuros, le atravesaron como una descarga, ampliados en su mente, como si rompieran la unidad espacio- tiempo, y Van tuvo que retroceder desde su posición y refugiarse tras las cortinas de la cocina.

Volvió a asomar la nariz, alentado por su infinita curiosidad, pero ya no había nadie y la habitación que correspondía a la ventana de antes tenía la luz apagada. Van decidió no darle importancia.

Más tarde, Ada regresó. Cenaron en la salita, un plato aguado casi insípido.

-Mamá- rompió el silencio Van, hasta ahora mancillado por el rechinar hueco de los cubiertos.

-¿Qué?- inquirió Ada, con tono distraído y un deje de molestia. Dirigió sus ojos apagados a su descendiente, que se revolvía inquieto en la silla, mirando en dirección a la cocina.

-¿Quien vive en el cuarto, el que coincide con nuestra cocina?

-Pues.... veamos- levantó la vista, reflexiva. Su voz sonaba cansada- No vive nadie, Van. Ese piso lleva mucho vacío. ¿Por qué?

-No es nada.

Entonces, Van se preguntó si la persona que había visto no había sido fruto de su imaginación.

Transcurrieron un par de días, sin que demasiada actividad aconteciera el piso. El joven estuvo matando el tiempo con un libro de George R. R Martin, que Kendra le había recomendado firmemente. Casi había olvidado a aquella chica cuando el destino le preparó una sorpresa.

Se le ordenó que bajase a hacer la compra. Mientras cargaba las bolsas escaleras arriba, dio con una vecina que bajaba en dirección contraria. El pasillo le pareció muy espacioso de golpe. Soltó sus bolsas a un lado, al chocar con la otra inquilina, en un intento de no aplastarlas.

-Perdona- escuchó que le decían, con una voz suave y femenina, casi onírica. Levantó la vista para encontrarse con unos ojos almendrados, que se clavaron en él como dardos. Conocía esta sensación. La chica tenía la cara muy cerca, más de lo necesario en una conversación. Las piernas de Van se habían congelado en el sito, mientras intentaba recordar porqué le resultaban la voz y el aroma tan familiares.

La examinó. Su rostro de un tono aceitunado era muy distinto a como lo recordaba. Algo había cambiado. Había ganado ángulos, y perdido esa redondez de la niñez. Sus labios reposaban, carnosos, en una mueca contraída, y su pelo lacio se cernía sobre su frente, enmarcando también sus pómulos. Le miraba con soberbia y parsimonia, apenas sin pestañear. Estaba vestida con un traje compuesto de volantes en la parte superior, terminado en una falda de tubo corta, con una apertura en un lateral. Asomaba su sujetador entre los volantes color crema.

Van había visto ese rostro antes, pero la gran pregunta que le invadía colgaba de su boca entreabierta. Ese iris inconfundible, que temblaba ligeramente bajo la potente luz del pasillo. El ángulo sumía la tez de la muchacha en sombras.

Era imposible que fuera aquella persona con la que los recuerdos de Van la vinculaban. Riz murió en esa casa. Salió en los periódicos. Imposible. ¿Se trataba de algún tipo de pesadilla? No podía ser ella. No podía.

-Eres tú- pronunció ella, con un tono cantarín. Van abrió mucho los ojos, perplejo y aterrado. Ella no podía se Riz. ¿Por qué sonaba exactamente igual que ella, pero quizás con la voz menos aniñada, producto de una pubertad? ¿Por qué sus facciones y su cuerpecito, que ahora lucía seductoras curvas de mujer, correpondían plenamente con las imágenes de la memoria de Van?

-¿Nos conocemos?- articuló él, armándose de toda la seguridad que pudo. La fragancia femenina le embriagaba, como una red, y se sentía atrapado, incapaz de reaccionar o escapar.

-¿No me recuerdas?

Su cara se aproximó peligrosamente, y su mejilla rozó el cuello de Van por unos segundos. Su aliento cálido le cortó la respiración. Ella movió las caderas ,y las del joven chocaron contra la pared.

La mano de Van, que hasta entonces reposaba sobre su pantalón, se vio rozando el muslo de la joven, por accidente. Sintió una descarga, de nuevo, y puso toda la distancia que pudo entre los dos. Ella sonrió, con arrogancia. Su antigua personalidad había desaparecido casi por completo. Se abrió paso y se marchó, triunfal, escaleras abajo.

-Adiós, Van- le escuchó el decir, con la misma firmeza y auto confianza en su voz.

Van permaneció allí un rato más, atónito,sin ni siquiera atreverse a girarse. Notó un sudor frío bajar por su sien.

-¿Riz?- murmuró, en un tono tan bajo que solo él pudo percibir.

















Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora