Amanece en Dandelion (segunda parte)

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La lucha era cruel y mucha. El suelo se vio regado de sangre de ambos bandos. Para sorpresa de Milo, los campesinos blandían sus armas con furia y daban batalla sin detenerse o dudar ante el cuerpo enemigo.

Las flechas parecían volar como cuervos sobre sus cabezas para detenerse en un pecho o en una pierna y continuar acumulando hematíes de plata en el césped. Los gritos eran ensordecedores, tan abrumadoramente dolorosos en la cabeza que esta parecía a punto de estallar.

- ¡¿Y MINA?!

- ¡ESTÁ LEJOS DE AQUÍ! ¡DESCUIDA! -Teo contestó al tiempo que mataba uno de los samuráis rojos-. ¡HAY QUE LLEGAR AL COLEGIADO!

- ¡¿CREES QUE NO LO SÉ, ZOPENCO?! -Teo rió al tiempo que mataba a tres de un solo golpe.

El castillo se veía hermoso desde allí, Milo nunca lo había apreciado y ahora sería de él. La victoria estaba llegando o al menos la sentía de su lado. El Colegiado se veía asustado desde la orilla. Estaban los cinco sobre sus caballos (Glynis, el hada que torturó a Milo en la torre y había huido unos días después decidió unirse a la derrota), salvo el anciano anunciante de malas noticias que montaba un gran Pegaso blanco y celeste.

- ¡TEO! ¡BUSCA A MIRLION Y LLÉVENSE A MINA DE AQUÍ! ¡LA NECESITO A SALVO! -Teo asintió y se alejó corriendo de su lado. Milo se centró nuevamente en el campo de batalla y por el rabillo del ojo distinguió un destello: Mina. Caminaba como un zombie entre la matanza. Su piel estaba extrañamente verdosa y pálida, hasta traslúcida; los ojos ahora blancos transmitían muerte. Las manos caían inmóviles a sus lados y los pasos que daba eran fijos y rítmicos.

- ¡MILO! ¡MINA NO ESTÁ, SE FUE DE LA CUEVA!

- Lo sé, Teo, lo sé. -En ese momento, un samurái corrió hacia ella y alzó su espada para darle un golpe en la coronilla, pero cuando el hierro del arma tocó a la natural, las chispas saltaron y el sujeto salió volando hacia atrás, totalmente calcinado. Ninguno de los tres pudo creer lo que veía: Mina se había convertido en un subconsciente andante, reaccionaba sin control y había generado tal poder energético que el samurái nunca tuvo oportunidad-. Parece que desea continuar luchando.

- ¿Qué hacemos?

- Déjenla.

- Debimos detener esto cuando tuvimos oportunidad. ¡Milo! ¡Mina debe irse ahora!

- Tengo una idea para ganar con ella. Sígueme.

- ¡Milo! -Milo corrió lejos rumbo a Mina. Se puso delante de ella y le habló con calma.

- Mina, sé que estás allí dentro, sé que te he hecho daño, lo que eres ahora es por culpa mía, pero debes irte ahora mismo. -Mina movió la cabeza de un lado a otro negando la idea-. Debes hacerlo ahora, no podrás con ellos. Nos destruirán de todas formas. -Mina comenzó a enojarse a tal punto que los rayos en sus manos comenzaron a erizar la arena bajo sus pies y a hervir el agua que la rodeaba.

- ¡Milo! ¿Estás loco? ¡Nos matará!

- No lo hará. Sabe lo que hace a pesar de todo. -Mina se elevó en el aire y disparó en todas direcciones. Cada rayo expulsado por sus manos tocó los cuerpos de los samuráis, de algunos campesinos que se atravesaron en el camino y de dos jefes del mundo místico. Los que se salvaron fueron el viejo que había predicho el cambio en Mina; Glynis, ahora muerta de miedo y llena de lágrimas; y otro señor tan alto como el viejo de cabello azul que parecía estar rezando.

- ¡NO PODRÁS VENCERNOS, NATURAL INMUNDA! ¡TRAES DESGRACIA ADONDE VAS Y...! -De repente, el hombre fue atravesado por una gran espada- ¡AAAAHHHHHH! -El dolor debía haber sido terrible, la sangre plateada salía a chorros y el grito no tenía fin programado. Los otros dos huyeron entre los matorrales rumbo a los exteriores. Milo veía todo ello con ojos arrepentidos y culposos.

Yo No Creo En Las HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora