Capítulo Ochenta y Nueve

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Manuel no sabía si ponerse a llorar sería lo correcto, sobre todo porque simplemente el llanto no se hacía presente, sí, se sentía decepcionado, contrariado, quizá un poco decaído, pero no sabía si tener el corazón roto se sentía así como él se sentía en ese momento. Y una vez que estuvo en su casa, en su recámara, dispuesto a dormir unas veinte horas seguidas y no logró conciliar el sueño decidió ir a su segundo lugar favorito en la casa: la cocina. Alimentando de contrabando a Deudor con un pedazo de pan comenzó a hacerse un sándwich que justo cuando estuvo a punto de comer sentado en la sala frente a la pantalla —que para su muy buena suerte proyectaba una de las películas de Resident Evil, lo que mantendría su mente tranquila por lo menos durante la siguiente hora y media— Danna entró por la puerta principal hecha una furia, con el suéter que había llevado puesto por la mañana colgando de su mochila a punto de rozar el piso, su cara estaba un poco roja y cuando no saludó de inmediato supo que estaba enojada.

—Hola chicos, lamento la tardanza, fui a hacer las compras —informó Chely apareciendo por la puerta de la cocina, Manuel sintió que su mundo se volvió un poco mejor al ver a Chely y asintió en respuesta a la señora.

—Hola, luego regreso —informó Danna subiendo rápidamente las escaleras.

—¿Y ahora, qué le sucedió? —preguntó Chely a Manuel haciendo que el pelinegro se encogiera de hombros ligeramente.

—Yo llegué antes de la escuela —explicó.

—¿Si te quedaste todo el día?, Manuel, eso no era adecuado para ti, y justo ahora deberías terminar ese sándwich e ir a dormir un poco, tus ojeras están casi hasta la mitad de tu cara —advirtió Chely caminando hacia él.

—No he podido dormir, no es cosa mía —respondió Manuel—, además... qué iba a hacer aquí todo el día yo solo —cuestionó el muchacho en medio de un abatido suspiro.

—Pude haberte preparado algo rico de comer mientras hacías lo mismo que hiciste allá todo el día sólo que con más comodidad —respondió Chely—, pensar y pensar en lo que no deja tu cabecita en paz

—Eso rimó —apuntó Manuel mirando fijamente su sándwich.

—¿Alguien puede decirme dónde quedó el teléfono que estaba en el pasillo? —preguntó Danna apareciendo en lo alto de las escaleras, Manuel sonrió con tristeza pero nada salió de su boca mientras su hermana regresaba abajo, supuso Manuel que buscando el otro teléfono que se supone su lugar era cerca del despacho de su papá— y el de... ¿y los teléfonos? —preguntó Danna.

—Tampoco está el de la biblioteca —informó Chely deteniendo el paso de Danna—, sólo queda el de la cocina

—¿Qué les pasó? —preguntó uniéndose a su conversación en la sala, despeinó un poco el cabello de Manuel y se acomodó a su lado.

—Debían estar lejos de mí, era lo mejor —respondió Manuel.

—Me apuraré con la comida mientras ustedes dos platican —anunció Chely poniéndose de pie y caminando en dirección a la cocina.

—Me platicas qué le hiciste a los teléfonos —pidió Danna a Manuel.

—Digamos que no me sirvió de nada perder mi teléfono, eso no me hubiera impedido llamar a Andrea —respondió él, sintiendo una extraña punzada en el pecho al decir de nuevo su nombre en voz alta, era como si una casi irrefrenable necesidad de hablar de ella y contarle a Danna todas las cosas hermosas que lo habían hecho enamorarse de aquella mujer lo embargara de pronto, pero no era debido, él lo sabía, no serviría de nada y además de todo, no anularía de la historia las acciones de Andrea—, me sé su número de memoria —confesó a Danna, su hermana suspiró y asintió despacio, seguramente ella comprendía a la perfección cómo era que él se sentía y ahora Manuel comprendía un poco mejor la manera en la que Danna actuó cuando se fue y se alejó de todos, justo ahora, a él también se le apetecía un montón simplemente irse y no saber nada más de lo que fuera que le recordara a Andrea; simplemente quería dejar de devanarse los sesos al intentar responderse si él había hecho algo mal.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora