8-Capítulo

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Tiempo después

Publiqué mi primera novela un año después. Tuvo éxito, una gran resonancia en la crítica literaria y también en el público.
Escribí otras dos en los años siguientes–tres ya– y todo parecía tan vivo como el día en que dejé a Oliver.

Estaba enamorada de Oliver, pero quise conocer mundo, y dejando a Amy con el resto del personal de servicio de mi finca, viajé durante más de seis meses sin volver a mi ciudad natal.
Tuve un romance con Samuel Mendoza, mi editor.

Pensé que olvidaría a Oliver y me enamoraría de Samuel.
Viví en Madrid durante dos meses en un apartamento. Debo confesar que deseaba a Samuel, me gustaba hecer el amor con él, pero yo tenía la esperanza como soñadora que era, de encontrar el amor y el deseo en la misma persona.

Soñaba muchas veces con Oliver y alguna vez también, sin que Samuel lo supiera, cuando me hacía el amor yo cerraba los ojos e imaginaba a Oliver tierno, seductor, cálido.

Un día, antes de retornar a mi ciudad natal, Samuel me separó de su cuerpo y me miró con cierta dureza.
No estás enomorada de .

Yo no pude negarle la verdad.
No, me gustas mucho, me agrada estar contigo, pero no despiertas en un sentimiento tierno.

–Tú estás enamorada de otro.

–Sí, estoy enamorada de otro. Sin darme cuenta, lo estuve toda mi vida y hace tres años que no lo veo.

–¿Y me lo dices así? Yo pensé que terminarías casándote conmigo. Ya Mappy, que te llevo 13 años, pero lo nuestro era precioso.

Tuve una larga conversación con Samuel pero no le dije, pese a que él deseaba saber a quién amaba.
Cuando llegué a la ciudad, hacía justamente tres años que había dejado Ottawa. Tenía varias cartas de Oliver sin abrir y empecé a abrirlas todas aquella noche.

Eran preciosas, estaban llenas de ternura y de fé. Oliver esperaba que volviese a Ottawa o le diese permiso para retornar a España.
Decidí hacer mi propia novela, y después de haber leído todas aquellas cartas, la inicié en mi despacho.
Amy me miraba como dubitativa.
Te ha llamado un tal Samuel.

–Ya, es mi editor.

–¿Solo eso?

–¡Qué más da!

–Sí da, porque estás dejando pasar tiempo. Casi tienes 30 añod y estás acumulando experiencias que pueden perjudicarte después.
Por otra parte, querida Mappy, Oliver en esas cartas te dice lo mucho que te ama.

Yo sacudí la cabeza. No quería oír a Amy; pero esta seguía hablando…
Podríamos viajar a Ottawa.

–¿ estás loca, Amy?
No estaba loca. Yo creo que tenía razón, pero tenía miedo de equivocarme.

Recorrí muchísimos países, incluso hice un viaje en barco, en un trasatlántico.
Hice amigos, pero no tuve amantes.
Volví con ansías de escribir mi cuarto libro aunque también seguía con mis colaboraciones. Y al regresar fue cuando conocí a Lucas Orteaga. Era médico  y se hallaba destinado en una clínica siquiátrica.

Amy se puso enferma y yo llamé a la clínica. Vino Lucas.
Por todo saludo me dijo:
Me gusta como escribes.

–No sabía que me conocieras– le repliqué sorprendida.

Y no te conocía. Te vi un día, pregunté quién eras y al decirme que escribías, compré tus libros. Soy un divorciado desconsolado– me dijo–. ¿ eres casada?

No. Soy soltera.
Le conté a medias mi historia, era breve porque no iba a detallarle a Lucas todos mis amoríos. Seguía pensando en Samuel y nos llamábamos por teléfono casi todas las semanas, pero por más que me rogaba, no me interesaba para acostarme con él.

Seguía pensando en Oliver, con él sí que quería acostarme.
Recibía sus cartas y le contestaba, pero nuestra relación no era ni pasiva ni apasionada. Era simple porque él callaba y yo también …
Me gustaba Lucas, tenía aproximadamente mi edad y ya había tenido la experiencia de haber estado casado.
–¿Y tienes hijos?– le pregunté mientras tomábamos algo en el porche.

No, afortunadamente.

–¿Y por qué te divorciaste?

Procedo de una villa relativamente pequeña, donde todos nos conocemos. Ana, mi novia, iba al instituto conmigo. Teníamos la misma edad, pero a los 12 años ya nos gustábamos y nos cortejábamos. Así hasta los 25 que teníamos, cuando las familias, el ambiente, la sociedad, nos obligaron a casarnos equivocadamente. Estábamos muy cansados ya el uno del otro. Te advierto que somos muy amigos y que esa amistad nunca se va a perder, porque el cariño que nos tenemos es grande, pero el deseo ya no es lo mismo.

Por lo visto, algo tenemos de afinidad…– Y le conté mi historia.

Una Boda En Dos Etapas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora