Dos: el marco

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Anaís llamó a la puerta del dormitorio que compartía con sus hermanos.

—Chicos, el señor Robinson me ha dicho que ese espejo pensaba tirarlo, y que por eso os lo ha dado. —Les explicó, nada más entrar.

—¿Y? —Respondieron estos, sin inmutarse.

—Pues que el espejo está defectuoso.

—Emm... Primero: —Empezó Gumball.— Cómo demonios se supone que un espejo esté defectuoso si se refleja lo que está enfrente.

—Segundo: alguien está celosa de que no le hayan regalado nada... —Siguió Darwin.

—¡No es verdad! ¡Me ha dicho el vecino que hace ruidos raros por la noche! —Se defendió la conejita rosa.

—Uy, sí. Ingenua hermana mía, seguramente te lo ha dicho para que te asustes, pues el regalo es para nosotros. —Dijo su hermano de doce años con aires de superioridad.

—Por Dios, qué tengo que hacer para que no me consideren un ser inferior...

—Oh, Anaís, no eres inferior. —Le dijo Gumball, un tanto arrepentido.

—¿Cómo? ¿Habéis entendido esas palabras? —Preguntó ella extrañada.

—Lo retiro, es un ser inferior pero orgulloso a más no poder. —Le contestó a Darwin, y luego se dirigió a ella  de nuevo.— Que no seamos tan inteligentes como la lista de tí no significa que seamos estúpidos. ¿O esque actuamos como estúpidos?

—Pues... ¿A veces? —Contestó con temor a que Gumball se volviera a enfadar. Pero entonces sacudió la cabeza.— Un momento, yo he venido aquí a estudiar el espejo. ¡No me distraigáis!

—Vale, vale. Tú mira lo que te dé la gana. Nosotros nos quedaremos aquí mientras... —Se cortó a sí mismo.— Darwin, ¿Tú no dices nada? Dile algo también.

—Uy sí, perdona, estoy un poco cansado hoy después de llevar este espejo. —Cogió aire.— Pues que hagas lo que quieras con el espejo mientras... Nosotros...

—¡Nos vamos! —Continuó su hermano.

Dicho esto, dejaron a Anaís sola de nuevo, que empezó a mirar el espejo. Primero paso dos dedos por el marco, que no tenía nada de extraño, ni prácticamente nada.

No ponía la marca del fabricante. Solo el dibujo en relieve que formaba alrededor del cristal polvoriento.

Pasó así cinco minutos, limpiándolo, hasta que solo una mota de polvo ocupaba una esquina.

Entonces, justo cuando pasó la bayeta por encima de ella, el cristal relució de una forma extraña, y luego el marco de tornó más claro.

—¿¡Qué!? —Exclamó Anaís, alarmada, y salió del desván en busca de sus hermanos mayores.

Mientras tanto, Gumball y Darwin...

—Eh, tío —Empezó Darwin.— ¿A dónde estamos llendo?

—A casa de Penny.

—¿Por qué a su casa y no a casa de Carrie?

—Pues porque Penny es mi novia, y Carrie no.

—¡Pero Carrie es mi novia!

—En realidad no estáis saliendo. Así que déjame hablar con Penny y ya.

—¿Y no te has preguntado qué pensará Patrick de que tú visites su casa un sábado a las 10 de la mañana?

—Pensará que soy un novio genial.

—Argh...

Llegaron a la casa de Penny, y Gumball llamó al timbre. Contestó Patrick, el padre de Penny, desde su casa.

—¿Watterson? Qué quieres, dime.

—Quería hablar con Penny, por favor. —Contestó el gato azul enamorado.

—Bien, de acuerdo, ahora te abro.

Los dos hermanos subieron a la casa.

—¡Hola Penny!

—¡Gumball! —Exclamó Penny, contenta de ver a Gumball.— ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Nuestro vecino nos ha regalado un espejo. Anaís dice que está embrujado, pero aún así es muy bonito. ¿Querrías ir a verlo?

—¿Un espejo? —Preguntó.— Sí que podría, supongo.

—¡Genial! —¿Vienes ahora a casa?

—Gumball, un momento. ¿Esa no es tu hermana?

Gumball miró hacia atrás, y vio a Anaís corriendo como podía.

—¡Gumball, Darwin! TENEIS QUE VENIR PERO QUE YA!!

La Dimensión (el asombroso mundo de Gumball)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora