Todos los días la misma rutina. Suena la alarma, abro los ojos, revoleo el molesto celular, me doy vuelta, intento volver a dormir, entra mamá, grita y me levanto para desayunar. No recuerdo un día que no haya sido así en los últimos 5 años.
Pero definitivamente este no era un día para salir de la cama. Hacía frío y lo mejor podría ser excusarse de vivir por tan sólo 24 horas. Cerré los ojos y me dispuse a cumplir con mi gran idea, cuando tres sonoros golpes retumbaron en toda mi habitación.
-Daiana Donair, el desayuno está en la mesa, no querrás que se enfríe.
La chillona voz de mi madre se escuchó del otro lado de la puerta. Me apresuré a buscar un par de medias, para no tener que sentir el helado piso, y salí a su encuentro. Estaba en la cocina, sirviéndole algo a mi hermano, ya sentado frente a la mesa.
-Mamá, ¿hay alguna posibilidad de que…?
-No.
-Ni siquiera terminé la frase – le reproché, negándome a renunciar.
-Vienes a pedirme faltar al colegio porque hace frío, pero no eres un oso, no necesitas invernar así que no hay discusión. Ve a vestirte.
Lancé un bufido y, resignada, dejé caer mis brazos. Caminé hasta mi habitación y tomé lo primero que encontré para ponerme. Regresé a la cocina con mi mal humor saliéndome por los poros y desayuné lo mismo que todos los días. Cuando mi hermano terminó su comida, fui a buscar mi bolso y, antes de salir, pegué una mirada al espejo.
-Ts, lo mismo de siempre – susurré para mí. Decepcionante no poder contentarse ningún día con la forma en que me veía. Tomé a mi hermano por el hombro y lo conduje hasta la puerta.
Caminamos varios metros fuera de la casa y luego lo alejé de mí. Siguió caminando mientras yo prendía un cigarrillo. Inmediatamente lo alcancé y lo rodeé con mi brazo.
-¿Y? ¿Hoy hablarás con la niña esa que te gusta, Brunito?
-No, cállate. – Comencé a reír por su timidez. Pequeño mocoso, ya tendría yo que arreglármelas para acercarlos, de otra forma me volvería loca por tener que escucharlo hablar de ella todo el tiempo. - ¿Tú cuándo piensas contarme quién te gusta?
Lo miré y se me escapó una sonrisa. Me detuve al ver que ya habíamos llegado y aproveché para agacharme frente a él, dado que su escasa altura me impedía verlo a los ojos, y soplé su nariz. El frunció el ceño, disgustado por mi acción, y me miró con enojo. Rodeé los ojos, manteniendo mi sonrisa de lado.
-Nunca, pequeño.
Le revolví el pelo y decidí acercarme a mis amigas. Las saludé a todas y me limité a escuchar lo que hablaban. Boté el cigarrillo y me dirigí hasta mi salón al notar que su conversación no podía ser más aburrida; escuchar a mis amigas hablar y hablar podía ser agotador, soy una persona de pocas palabras.
-¡Dai, Dai! – Volteé a ver y Natalia me había seguido. Le sonreí y esperé hasta que llegara a mi lado. Nos pusimos a charlar tranquilamente, mientras avanzábamos hacia el salón.
Entre la clase y nosotras había un enorme pasillo que debíamos atravesar pero aún era temprano. Natalia me contó un chiste que su hermanito de cinco años le había enseñado esa misma mañana y pronto nos encontramos las dos riendo como si no hubiera mañana.
-Recuérdame por qué no estamos riendo de esto…
-Porque son las siete de la mañana, hace frío y nuestro ánimo está sensible.
-Probablemente tengas razón.
-Probablemente…
-Sí. Oye… ¿Dai? Oh, vale, ya te perdí.